Por Manuel Ballagas
Muy pocos, excepto algunos observadores, se han percatado de que en Estados Unidos vivimos la primera presidencia independiente en muchas décadas. Donald Trump ganó bajo la sombrilla del Partido Republicano, pero la mayoría de las veces camina tranquilamente sin su cobija.
La gran prensa bate palmas cada vez que un político del partido del elefante lanza un ataque contra el Presidente, y se debate en histéricos estertores cuando Trump descerraja una andanada de tuits contra un presunto conmilitón.
La prensa se regocija y cree que sabe, pero no acaba de entender.
Trump no es republicano como antes no fue demócrata. Trump no es ni siquiera político. Saca provecho a las estructuras partidistas para avanzar una agenda que ninguna de las dos agrupaciones comparten, y mucho menos sus figurones.
Y es que, por si no se han dado cuenta todavía, hace casi un siglo que Estados Unidos padece bajo la férula de una hidra política de dos cabezas, dedicada primordialmente a que todo cambie en apariencia cada cuatro años, para que todo siga igual.
Nos ha gobernado el Partido Demócrata-Republicano, ni más ni menos.
Un monarca absoluto que con una mano reparte dádivas y con la otra las quita. Un déspota ilustrado que un día declara guerras prolongadas y al otro se decanta por la paz a toda costa.
Un sátrapa que a un tiempo se declara llorón defensor de las razas desfavorecidas y paladín de Occidente. Un guardián que un día abre de par en par las fronteras de sus dominios, para luego cerrarlas herméticamente sin explicación.
Deidad duple con un interés único: alimentar a la clase política que oficia, intocable, en sus altares.
Y ése, ciertamente, no es el partido de Trump ni de los millones que votaron por él. Este nuevo partido tiene cabecilla, pero carece, por ahora, de nombre y lista de afiliados. La masa de sus seguidores es silenciosa y astuta, y ha tomado de sorpresa a sus dos adversarios.
La cabeza demócrata de la hidra chilla y se revuelca en su conocido lodazal, mientras que la cabeza republicana, en apariencia solícita desde sus cubiles, pone con disimulo la retranca y en secreto cunde en pánico. “¿Qué será de nosotras?”, se lamentan ambas.
Trump, entre tanto, parece embarcado en una estrategia de doble alcance. Por un lado, hace que se acomoda a todas las reglas del rol “presidencial”, sólo para asestar, cuando menos se lo esperan, golpes duros y -¿por qué no?- bajos a sus adversarios de los intereses creados.
Así los tiene ahora a todos, sobre ascuas, y a la espera de un tuit estremecedor. Impredecible siempre, como prometió en la campaña.
El tiempo dirá quién prevalece, aunque como el chico bueno de las películas, Trump, el independiente, tiene mucha simpatía pero también todas las de perder.
Manuel Ballagas es un escritor de origen cubano. Ha ejercido el periodismo en medios como The Wall Street Journal, El Nuevo Herald y The Tampa Tribune. Fue consultor editorial de la revista Foreign Affairs en español. Es autor de dos novelas, un libro de relatos y un libro de memorias. Actualmente se desempeña como consultor de medios y traductor.