Por Susana Osorio*
Las populares “despedidas”, organizadas por amigos o colegas, cuando un integrante se va a otro lugar/empresa, suelen estar acompañadas de regalos o souvenires, que inviten a la persona a recordar los momentos vividos con los que se quedan.
En esta oportunidad, quiero hacer mención de uno de los regalos que nos dejó nuestro expresidente Juan Manuel Santos en su flamante y pomposa salida, detalle que ciertamente nos hará pensar en él como un jugador de póker inexperto y no, como el lobo de Wall Street que intenta aparentar ser.
El presente se enmarca en un contexto particular: el conflicto de Israel – Palestina, el cual es de larga data y complejidad, al incorporar elementos políticos, históricos, militares y religiosos. Sin embargo y considerando que una de las pretensiones del pueblo palestino es que Israel deje de existir y su actual territorio pase a conformar lo que ellos llaman “Estado Palestino”, lleva ineludiblemente a una encrucijada política, donde es imposible sostener relaciones estrechas con ambas partes, dado el carácter excluyente de las exigencias de uno de ellos (Palestina).
Ahora bien, las buenas relaciones de Colombia con Israel no son recientes; de hecho, gran parte de la modernización militar de nuestras Fuerzas Armadas, se la debemos a este país y si a esto le sumamos, la cooperación tecnológica, ambiental, educativa y económica que ofreció el Gobierno israelí para el desarrollo de las regiones, luego de la firma de los acuerdos con las FARC, cualquiera pensaría que el sentimiento de gratitud y correspondencia estaría presente.
En este sentido, se sobreentiende y espera que en el último mes de Gobierno de cualquier presidente, las decisiones trascendentales sean postergadas y las energías se concentren en hacer un buen empalme; no obstante y como es típico del Gobierno saliente, un día después de que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu cancelara su visita a Colombia por la tensión política en la región de Gaza (2 de Agosto/18), la entonces ministra de Relaciones Exteriores María Ángela Holguín, respaldada por Santos, envía un comunicado a su homólogo reconociendo a Palestina como un Estado (3 de Agosto/18), desatando así, un desconcierto en la política internacional, con el que ha sido por mucho tiempo, uno de nuestros mejores aliados.
De lo anterior, surgen varios interrogantes: ¿Qué pensaba Santos cuando firmó este comunicado? Si como Jefe de Estado consideraba que Palestina merece ser un Estado ¿por qué no se pronunció en los 7 años y 11 meses previos de Gobierno? Juan Manuel Santos, ciertamente ha dado muestras en su historia política de ser un traidor; pero en la arena internacional, morderle la mano a quien por tantos años te ha dado de comer, solo ratifica nuestra posición de Caín de América (Colombia tradicionalmente ha sido conocida como el “Caín de América” por sus movimientos políticos: fue el país que solicitó formalmente la expulsión de Cuba de la OEA, apoyamos a Inglaterra en la Guerra de las Malvinas, enviamos soldados y respaldamos todas las resoluciones del Gobierno de EE.UU. en la militarización de Afganistán e Irak, entre muchos otros).
Al analizar el costo político y económico que tiene para el país la decisión de Santos, solo se puede llegar a dos conclusiones: la primera está asociada a la incoherencia histórica y a la irresponsabilidad internacional del exmandatario, especialmente y considerando que Estados Unidos ha sido el mejor aliado de Israel, sobre todo, desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
La idea de “los amigos de mis amigos, son mis amigos”, es vigente en la política exterior y reconocer a Palestina como un Estado, es una jugada peligrosa que podría salirle caro a Colombia y en donde se arriesgaría demasiado a cambio de nada.
La segunda, tiene que ver con el factor destructor ante la evidente derrota, propio de los Gobiernos de antaño: los nazis, por ejemplo, a medida que avanzaban los aliados durante la Segunda Guerra Mundial, iban destruyendo todo el material, instalaciones y afines que pudiera suponerle una ventaja al enemigo.
En esta ocasión, Santos, destruyó una historia de buenas relaciones, de cooperación, de confianza, no porque le interese el pueblo palestino, ni siquiera porque los derechos humanos sean su mayor preocupación (porque curiosamente, todos los países árabes son grandes violadores de derechos humanos contra miembros de su población civil, siendo evidente y ampliamente conocido el trato marginal y denigrante que reciben las mujeres) sino porque el ascenso de Iván Duque, como representante del partido de oposición, es un claro mensaje del descontento de un buen número de colombianos hacia su gestión; por ello, obstaculizar y entorpecer al que fue su claro “enemigo” en el último periodo, aunque suponga un desmedro para el país, fue la baraja escogida de su ruin y egoísta plan.
No es de sorprendernos la actitud de JMS: disfrazó la impunidad con una aparente paz que todavía no llega, nos amenazó con “votos por balas” y van más de 300 líderes sociales asesinados y desconoció el plebiscito donde la voluntad popular rechazó los acuerdos y todo, para llenar su ego con un Nobel político, ¿qué más da dejarle un dilema internacional al gobierno entrante? Juan Manuel Santos, como siempre, fiel a su estilo.
*Susana Osorio es politóloga y experta en relaciones internacionales. Es académica e investigadora en la Universidad de la Frontera en Chile. Anteriormente trabajó en la Fiscalía General de la Nación en Colombia.