Gian De Biase*
En Latinoamérica a principios del siglo XX, con la entrada del marxismo en todas sus versiones socialistas, comunistas, socialdemócratas y demócrata-cristianos, con ayuda del liberalismo, llegaron al consenso que nuestro problema era sin duda la falta de democracia.
Que la única forma de acabar con nuestro subdesarrollo y atraso, no venía por la solidificación de instituciones políticas y económicas en base a la libertad, pues no, eso eran discursos pasados de moda, defendidos por los yankees, lo que teníamos que hacer era “democratizar”, es decir, darle voto a una gran masa de votantes analfabetos, ignorantes, mal alimentados, enfermos y en gran medida resentidos contra una oligarquía rancia, a la cual pertenecían los marxistas, que los mantenía en la pobreza.
Es así, como se construyó el mito del democratismo, que rezaba que nuestro progreso y desarrollo vendría de la mano del voto popular, sin tomar en cuenta la construcción de la República, es decir, garantizar la Ley, su ejecución y la justicia imparcial.
Tampoco consideraba la Libertad económica como el principal motor del desarrollo, ni mucho menos la propiedad privada, pues el marxismo quería erradicarla. Tampoco le interesó nuestro desenvolvimiento histórico, donde estas oligarquías estaban quedando rezagadas a transformarse en aristocracias más abiertas y con mayor presión ciudadana, gracias al avance de la modernidad, la industrialización y el mercado.
La democracia, es solo un medio de elección de autoridades, la mejor actuación de la misma es de forma representativa, cuando la mayoría de ciudadanos lega autoridad a uno o un grupo de ellos para que los representen en cargos públicos.
También la democracia representativa encuentra su limitación en la minoría, puesto que cuando la mayoría pisotea a la minoría, estamos ante la dictadura de la muchedumbre, y esto no es democracia porque la misma implica el respeto irrestricto a la minoría, tampoco es una forma virtuosa de gobierno, los griegos le llaman oclocracia, cuando la muchedumbre impone su voluntad, y también es demagogia puesto que pisotean los derechos de grupos de ciudadanos.
Nuestros países latinoamericanos con el fin de las dictaduras militares, en diversos tiempos, pero principalmente entre los años 70 y 90, transitaron de dictadura a República y de militarismo a democratismo, se impuso en la psiquis del latinoamericano, con una cartilla redactada en la Unión Soviética y difundida por la dictadura socialista de Cuba, que el democratismo era la mejor forma de gobierno.
Que daba igual la República (o Estado de Derecho), la división de poderes o el respeto a los derechos fundamentales (o DDHH), lo que importaba era defender a toda costa un medio de elección de autoridades, que al final ha demostrado ser ineficiente, corrupto y miserable, trayendo gobiernos y dictaduras de izquierda aún más oligárquicas, cleptómanas y rastreras que los que supuestamente venían a reemplazar.
Los gobiernos democratistas, resultan ser los más totalitarios, como Cuba, Venezuela, Ecuador y Nicaragua, donde validan a los dictadores a través de elecciones impuestas por el régimen socialistas. Por otro lado, los gobiernos de izquierda, aquellos muy cercanos al Imperio Socialista (las dictaduras anteriormente nombradas) como los Kirchner, Rafael Correa, Lula Da Silva, Dilma Rousseff, Tabaré Vázquez, Pepe Mujica, Ricardo Lagos, Michelle Bachelet, entre otros, han resultado ser los gobiernos más ladrones, despilfarradores y saqueadores del Estado.
Destruyendo nuestras economías que por fin habían alcanzado un grado de estabilidad y desarrollo, todo con fines ideológicos: crear una gran masa clientelar y asistencialistas a través del democratismo para instaurar dictaduras socialistas y construir así la patria grande, que no es más que el Imperio Socialista que se orquesta desde La Habana.
Frente al democratismo, surge la necesidad de una alternativa, y esta no es otra que la República, el republicanismo, que es el único compatible con la democracia representativa, donde los derechos civiles básicos como la vida, la libertad y la propiedad se respetan a cabalidad, donde las fuerzas policiales sirven para mantener el orden y cumplir la Ley, no para reprimir y asesinar al pueblo como ocurre en Cuba.
Mientras que los militares se dedican a defender las fronteras de amenazas como guerrilleros, narcotraficantes o invasores externos, y no al narcotráfico como ocurre en Venezuela; donde la libertad de expresión se respeta, y no se censura como ocurre en Bolivia; y sobretodo donde el libremercado y la propiedad privada son valores sagrados, no como ocurre en el Imperio Socialista, que persiguen a los empresarios y comerciantes.
El republicanismo, que ya en su defensa han salido personas como Jair Bolsonaro en Brasil o José Antonio Kast en Chile, es la forma de revertir y erradicar a tiempo la pretensiones totalitarias e imperialistas del socialismo cubano, que una oligarquía rancia, nostálgica de la guerra fría y las guerrillas marxistas del siglo pasado, desean entregar nuestra independencia a la gerontocracia cubana, con el fin de ver sucumbir nuestras golpeadas, vejadas y violadas Repúblicas ante el Imperio Socialista, el sueño de Fidel Castro, someter toda Latinoamérica al yugo de un comité central, como la Unión Soviética sometió a la Europa del Este.
La defensa de la República implica desmantelar el establishment de la izquierda ideológica, y esto significa dar la batalla en el plano político, donde nadie ha sido capaz de disputarle espacios a los rojos, los cuales valiéndose de dinero público se han dedicado a crear una enorme masa asistencialista, que estos son los que votan por miedo a perder sus subsidios, y por otro lado, una masa clientelar, que son los que votan por conveniencia, como los empresarios y los funcionarios públicos.
La construcción del nuevo ideal republicano implicará el desmantelamiento del Estado de Malestar para acabar con el clientelismo y el asistencialismo, la eliminación de las leyes innecesarias de corrección política para que la República deje de debilitarse y culmine la persecución política, y sobretodo, implicará de una vez por todas la erradicación del marxismo cultural, esto implicará instaurar de nuevo el libertarismo cultural, la única forma de oponerse al totalitarismo socialista o a la pusilanimidad del la fallida República liberal, que permitió el avance del socialismo, es con una República libertaria, donde la persona y su libertad se encuentren en el centro del Estado, y que no sea el Estado quien se encuentre en el centro de nuestras vidas.
*Gian De Biase es politólogo y analista internacional.