Por Gerardo Enrique Garibay Camarena*
Hoy, Venezuela es un infierno en la tierra. Un infierno no sólo por el autoritarismo de los gobernantes, la inflación enloquecida, la corrupción de las instituciones y la violencia desatada de la delincuencia organizada del Estado y de la delincuencia común que la llevan a ser el país con mayor índice de homicidios a nivel mundial (con una tasa 4.5 veces mayor que la de México).
Venezuela es un infierno, principalmente, porque la lógica de la realidad misma ha colapsado en una especie de sueño febril, en el que los líderes políticos hablan de “la patria” y de “la potencia” en un país que colapsa a niveles de Haití, a pesar de tener la riqueza petrolera más grande del mundo.
Con reservas de aproximadamente 300 mil 900 millones de barriles, y donde la clase política parece sumida en una realidad alterna en la que presumen giras de “inversión extranjera” a Argelia y proclaman una “revolución económica”, se ahogan en una hiperinflación que no tiene para cuando arreglarse y se declaran a la vanguardia del humanismo, pero amenazan con censurar el internet en toda Venezuela para evitar el ataque del imperio.
Mientras tanto, los vividores de la opositora MUD también sueñan, con negociarle prebendas a Maduro, con una transición democrática y con ser ellos los que apliquen el socialismo, para que ahora sí –según ellos- funcione.
Lo de Venezuela es trágico, pero no es sorpresa, es la pesadilla de siempre cuando el socialismo radical toma el poder un país. Entonces, la pregunta inevitable es ¿Por qué ese sistema, que tan trágicos resultados ha tenido una y otra vez, mantiene una especie de pátina intelectual y prestigio social? ¿Por qué los socialistas de izquierda no son abiertamente repudiados, como les ocurre a sus primos nacional socialistas?
Bueno, la respuesta es sueño.
Especialmente tras el vergonzoso colapso de la cortina de hierro y de la Unión Soviética, a finales de los años 80 y principios de los años 90, los intelectuales y politicastros que habían lucrado del socialismo marxista se toparon de bruces con una realidad que demolió completamente su proyecto inicial de una “lucha de clases” al estilo leninista. Su esperanza resultó en vano, y se encontraron en un callejón con dos salidas: Reconocer que se habían equivocado, como lo hicieron algunos, o refugiarse en la fantasía, y ese fue el camino que la mayoría eligió.
En las secuelas de su derrota en la Guerra Fría, la intelligentsia de izquierdas se dedicó a reempacar su producto,añadiéndole nuevas campanitas y adaptándolo en el primer mundo a las “luchas de vanguardia”, y en Sudamérica a un nacionalismo estilo peronista, para formar lo que llamaron Socialismo del Siglo XXI.
Mientras tanto, cada que eran exhibidos en el fracaso de sus antiguos ídolos europeos, escapaban hacia las llanuras de la utopía, demandando a los 4 vientos lo que Eduardo Galeano, genial escritor y pésimo analista, definió como el “derecho de soñar” para utilizar la belleza onírica como auto justificación ante el trauma de la caída del comunismo.
Y con ese sueño llegaron a la política venezolana; y con ese sueño convencieron a la mayoría de la población, que votó entusiasta por Hugo Chávez; y con ese sueño se deshicieron en halagos al régimen; empezando por el propio Galeano, que calificó a la Venezuela bolivariana, como el triunfo de los que siempre habían sido “invisibles”, y por supuesto, Noam Chomsky, que alabó el clima de “total democracia” y se refirió a Chávez como el constructor de ese “otro mundo posible”, es decir, el de los sueños.
Ahora el hermoso sueño se ha revelado como una pesadilla de la que ya está huyendo más del 10% de la población venezolana (4 millones de emigrantes en un país de 31 millones), lo que ha provocado una crisis humanitaria a nivel regional, aderezada por las dantescas escenas de escasez, represión y cinismo de una clase gobernante que sigue en brazos de Morfeo y copas de buena champaña.
¿Y los intelectuales? Algunos se hacen patos y otros, como Chomsky, apuran una condena a posteriori, para de inmediato brincar a la siguiente fantasía, al fin que, después de todo, para ellos la vida es sueño yen el viaje a la utopía todo se vale, justificando muy bajas pasiones con el pretexto de muy altas aspiraciones.
“Deliremos, pues, por un ratito. El mundo, que está patas arriba, se pondrá sobre sus pies”, se justifica desde el más allá la pluma de don Eduardo.
Pero su alegato será eternamente en vano, porque lo de Galeano y compañía no es delirio, sino la mala maña de empaquetar utopías y venderlas a los tiranos, para que se las receten a precio de oro a sus víctimas por millones.
No, el delirio es el que vive todos los días el pueblo venezolano, que paga en inflación, violencia y desesperanza las consecuencias de su propia credulidad y la inmadurez de creer que en los “delirios” socialistas, que, tanto en Venezuela como en Cuba, Vietnam, Camboya, la URSS y Europa del este, son sueño para los vividores e infierno para todos los demás.
*Gerardo Enrique Garibay Camarena es editor de Wellington.mx, autor de los libros “Sin Medias Tintas” y “López, Carter, Reagan”, analista y profesor universitario.