Por Gian De Biase*
Hace quinientos años atrás, los países europeos en su constante competencia por mantener su poderío militar frente al resto de cientos de reinos que existían en la época, decidieron embarcarse en la tarea de dominar los mares, ampliar su expansión territorial y exportar su modelo económico de mercado por el mundo.
Los resultados son conocidos, el desprecio del Emperador chino por nuestros productos occidentales, cuando los cañones obligaron a los nipones a abrirse al mercado o el inicio de las conquistas de diversos puertos desde Europa hasta Japón.
El descubrimiento de América significó el incremento de esta competencia, ahora no solo por mercados, también por tierras más allá de lo conocido. Esto implicó la exportación de instituciones económicas y políticas.
Los británicos legaron la propiedad privada, el asambleísmo y el libremercado a los americanos. Los españoles instauraron un sistema económico rentístico, básicamente la continuación del feudalismo europeo, pero ahora sería grandes hacendados criollos. Los portugueses también trajeron su apego al libremercado exterior, pero al mismo tiempo legaron la institución de la esclavitud, junto a los británicos.
Las guerras libradas en esa época, además de la colonización para civilizar y las constantes tensiones entre las monarquías europeas, también tuvieron como gran escenario la pelea perenne por la libertad de comerciar y de poseer recursos naturales.
Occidente vivió el inicio de su apogeo mundial luchando por abrir camino al comercio internacional, una vía siempre más preferible que la barbaridad de la guerra. Estados Unidos de América es un gran ejemplo, quien, en vez de irse a la guerra para expandirse, decidió comprar la mayoría del país al resto de los países vecinos, como México, Francia, España y Rusia.
Pero quinientos años más tarde, en el mundo globalizado y occidentalizado, la realidad es que se vive una mal llamada “guerra comercial”. La guerra comercial es oxímoron, la guerra implica violencia y el comercio implica cooperación, por lo tanto, es imposible ligar ambos conceptos de un solo golpe, solo denota la ignorancia y mediocridad académica de los medios e intelectuales.
Lo que ocurre actualmente entre Estados Unidos de América y la Dictadura Popular de China es una guerra por el comercio, China pone altos aranceles a los productos americanos, pero quiere que América reciba sus productos con bajos aranceles. Por lo tanto, Trump igualó los aranceles, haciendo entrar en pánico a la economía neofascista de China, que vive del comercio exterior.
Lo mismo ha ocurrido con la Unión Europea, quien busca proteger sus productos, evitando la entrada de competencia extranjera, pero pretende vender sus productos en el extranjero con bajos aranceles, sin olvidar las grandes inversiones de europeos en recursos naturales en América Latina o los hoteles en la dictadura socialista de Cuba.
Vivimos el legado de mezclar totalitarismos socialistas y dictaduras nacionales con el libremercado, se culminó sacrificando la competencia, la innovación, pero sobretodo, se terminó concluyendo que, al ser el mercado bueno, da igual que exista o no libertad, como los que siguen aplaudiendo la apertura económica de China o las tímidas reformas pro mercado de la dictadura de Cuba.
Al final, todos estos totalitarismos dependen de la economía occidental para vivir, solo pueden proporcionar productos más baratos por su mano de obra esclava y solo pueden estar a la vanguardia tecnológica si copian lo que hace el Occidente libre.
Al final, la guerra comercial, no es más la evolución de neoliberalismo, cualquier intento del Occidente libre contra el occidente totalitario, será tildado de “violencia” por todo el establishment de la izquierda ideológica, que aún trasnochan esperando ver el colapso de la economía de mercado.
Estas economías neofascistas de totalitarismo, producción nacional y exportación, sin una sociedad de consumo consolidada, ni otorgando libertades civiles a sus habitantes, sencillamente es la consagración de la tolerancia que se tiene al totalitarismo de buenos modales, en Occidente representado por el progresismo y el socialismo, y avalado por los liberales, socialdemócratas y democratacristianos.
Si queremos acabar con el totalitarismo en Latinoamérica y el mundo, el libremercado tiene que servir como política de intercambio no solo de nuestros productos, si no también de nuestros valores, así como han hecho los islámicos para exportar su nefasta religión, mediante la migración masiva y con la excusa de la guerra, que es causada por su credo extremista.
El libremercado internacional necesita retomar la política de sin aranceles, sin subsidios y sin barreras, además de los tratados bilaterales entre los países, para que puedan llegar a los acuerdos más convenientes según las partes.
Mientras los tratados comerciales busquen integrar los mercados y hacerlos competir será beneficiosos para todos, mientras solo busquen proteger economías esclavistas o dictaduras socialistas, simplemente nos continuará llevando por el camino de la “guerra comercial”, que culminará con una guerra cuando el comercio se deje de hacer viable por políticas económicas estúpidas, chovinistas y liberticidas.
*Gian De Biase es politólogo y analista internacional.