Por Gilberto Ramírez Espinosa*
“Tu ne cede malis, sed contra audentior ito”, hizo de lema personal el “último caballero del liberalismo”, como lo fue Ludwig Von Mises, al citar al inmortal vate latino Virgilio. Lo que al parecer no fue sino una frase de inspiración en los años del Akademisches Gymnasium en la Viena de finales de siglo XIX, se convirtió en una convicción de vida.
Para aquel Eneas contemporáneo que fue Mises, quien tuvo que recrear su Troya perdida en el exilio en los Estados Unidos al huir de una Europa que sucumbió a la omnipotencia gubernamental, no podía ser más contundente una admonición que invitaba no solo a nunca ceder ante el mal, sino a combatirlo con mayor audacia, como efectivamente traduce la frase clásica que citamos al inicio.
Y es que un legado como el de Mises, que bien puede ser resumido en aquella afirmación con valor de sentencia, es precisamente el que me permito retomar para, -como oportunamente lo han señalado quienes han reflexionado sobre la necesidad de una liberación militar en Venezuela-, saber que tanto hemos cedido ante el mal con ocasión de la instauración del socialismo en el vecino país, y que implica combatirlo con mayor audacia respecto a considerar la opción de una intervención militar.
De antemano quiero advertir que lo que me propongo sostener acá tiene el propósito explicito de provocar a todos aquellos que, reconociéndose como liberales o libertarios, han hecho de la defensa de la libertad la premisa fundamental de la acción política y que, por ende, debemos estar dispuestos a combatir la tiranía hasta las últimas consecuencias.
Y es que entre liberales y libertarios no hace falta ponernos de acuerdo sobre la naturaleza tiránica del chavismo que ejerce el poder hoy en Venezuela sino de la decisión de vencerla, tal como lo resumen las palabras de María Corina Machado en el libro “El estallido del populismo” (“La tiranía chavista y la decisión de vencerla”, Planeta, 2017). Es precisamente en la decisión de vencer a dicha tiranía que los liberales/libertarios no solo deberían contemplar la opción de la liberación militar como oportuna, sino que deberíamos liderarla como necesaria.
Y es que, para empezar, debemos admitir lo mucho que hemos cedido ante el mal, es decir, ante el socialismo. No ceder ante el mal es una cuestión de principios, los cuales en el liberalismo no son otra cosa que la defensa irrestricta a los derechos de propiedad privada. Principios que han sido vulnerados consciente y estratégicamente por el socialismo desde que dicho proyecto arraigo en América Latina de la mano de los hermanos Castro en Cuba hace seis décadas por medio de las armas y que desde la creación del Foro de Sao Paulo hace tres décadas de la mano de Fidel Castro y Lula da Silva lo han buscado por las urnas, esto último logrado hace dos décadas en Venezuela con Hugo Chávez.
Y es que en materia de principios, los liberales en América Latina han cedido lo suficiente como para que nuestros textos constitucionales, al contemplar como fundamentales derechos de segunda y tercera generación, relativicen los verdaderamente fundamentales (vida, libertad y propiedad), y de esa manera servirles de excusa más que perfecta a la estrategia socialista para justificar el aumento exponencial del gasto público y las consabidas políticas económicas proteccionistas e intervencionistas que preludian el socialismo sin más.
Habiendo cedido ante el socialismo, al menos al aceptar que una posible versión moderada del mismo respetase la lógica de las economías libres y sus instituciones, todo tipo de ensayos de política redistributiva y proteccionista se toleraron siempre y cuando no comprometiese la viabilidad de las economías de mercado que las haría posibles.
Y es así como no solo se ha cedido ante el mal, sino que se ha renunciado a combatirlo con mayor audacia, ya que al suponer que el socialismo al hacerse democrático dejaría de ser revolucionario, bastaría con derrotarlo en el terreno táctico de la lucha electoral y de los partidos, y no el estratégico de insistir en la imposibilidad de éste, como precisamente Mises se empeñase en hacerlo a lo largo de su vida.
Y es precisamente no solo habiendo probado la imposibilidad del socialismo sino de su rotundo fracaso, que en América Latina los liberales saludaron jubilosos la caída del Muro de Berlín y a la espera de la salida de los Castro de Cuba, olvidando que el Muro de Berlín no se cayó: fue derrumbado. Es preciso recordar esto último porque al socialismo no hace falta contenerlo sino derrotarlo, lo que precisamente muchos liberales pareciesen olvidar, ya que inmersos en el complejo de minoría, se han vuelto en muchos casos los idiotas útiles del ala derecha de la socialdemocracia global, llevando casi siempre al oportunismo de defender nuestras ideas en cuerpo ajeno cuando apoyamos gobiernos o políticos conservadores, o al dogmatismo de defenderlas auto marginándonos en el purismo de las redes académicas o la industria de los tanques de pensamiento.
Todo lo anterior ha tenido como resultado que los liberales/libertarios quedemos inmersos en una lógica de apaciguamiento al socialismo, que en el caso de la tragedia venezolana ni siquiera le reconozcamos al Estado sus funciones mínimas de seguridad y justicia con la que combatir las dos amenazas que hoy en día se ciernen sobre cualquier Estado, como son el terrorismo y las migraciones masivas. Ambas cosas de las que tenemos que ser particularmente conscientes en Colombia, por ejemplo, dado que el régimen de Nicolás Maduro les da refugio y protección a los terroristas del Ejército de Liberación Nacional (ELN), como al ser los principales receptores de la huida masiva de venezolanos que llegan ya al millón de personas en los últimos tres años.
Dicha lógica de apaciguamiento de la cual no escapa el libertarianismo ha llevado a considerar que la lucha al terrorismo no puede justificar intervenciones en territorio extranjero como para reeditar una Iraq en América Latina (como se puede deducir de las palabras recientes de Ron Paul) y que las migraciones masivas de venezolanos a nuestros países resultan ser benéficas para nuestras economías (como personalmente lo oí decir en una ponencia sobre el tema en el último seminario internacional de Escuela Austriaca de Economía que se realizó en Rosario, Argentina) .
Semejante ridiculez supone que como libertarios debemos aplicar el principio de no agresión ante criminales y delincuentes, como la ingenuidad de una especie de “keynesianismo migratorio” que supone que, al igual que las guerras (salvo la de liberación de Venezuela) y las epidemias, la llegada masiva de venezolanos incentiva nuestras economías…
Esa lógica de apaciguamiento es la que precisamente Mises combatió a lo largo de su vida y especialmente mientras vivió en la Europa de entreguerras y antes de su exilio a los Estados Unidos. Como austriaco que era, no solo participó en una guerra como la de 1914-1918, en la que destacó como oficial de artillería en el frente oriental contra los rusos, sino que se opuso a que las guerras se ganan renunciando a la economía de mercado, como venían implementando los socialdemócratas alemanes y austriacos en sus respectivos países, sino precisamente fortaleciéndola.
Todo ello al punto que en una Ucrania ocupada por los austriacos luego de la paz de Brest-Litovsk de 1917, que supuso la salida de Rusia de la guerra, Mises se opuso al control político de dicho territorio para beneficiarse de sus recursos naturales porque sostenía que ello podría hacerse simplemente comerciando con los ucranianos y no dando concesiones privilegiadas al “Ostsyndikat” de industriales y banqueros cercanos al gobierno austriaco (algo a considerar que no ocurra en una Venezuela ocupada, por supuesto).
No está demás aquello de que una guerra se gana precisamente gracias a la economía de mercado, debido a que como sostiene Mises en “Crítica del intervencionismo” (Unión Editorial, 2001), por un lado, en un sentido técnico provee de mejores y mayores armas y equipo, sino que, por otro lado, en un sentido ético deja los asuntos militares a profesionales en vez de políticos que hagan de la guerra una guerra total.
Si consideramos que justo aquella guerra en la que participó Mises, como fue la Primera Guerra Mundial, derivó en una guerra total al durar más de lo esperado e involucrar por ende un esfuerzo tan prologado de recursos y población, se debió a que el nacionalismo pacifista y liberal más proclive en el Imperio Austro-Húngaro, cedió al nacionalismo militarista y proteccionista de su socio, el Imperio Alemán, pasando de la inicial guerra limitada entre Estados a una total entre naciones.
Es útil esta reminiscencia al Imperio Alemán y Austro-Húngaro porque tratándose de imperios, el que menos debería liderar una iniciativa de liberación militar en Venezuela es Estados Unidos, en la que algunos liberales confían lleve a cabo tal intervención. Y es que el problema de ello consiste en que un aliado como Estados Unidos es un imperio que se niega a reconocer que lo es, como acertadamente sostiene un liberal como Niall Ferguson en “Coloso: auge y decadencia del imperio americano” (Random House, 2005), lo cual implica que una considerable parte de sus intervenciones militares en el extranjero agraven lo que quieren solucionar por su falta de convicción y asumirlas a regañadientes, llevando a que renuncien muy temprano a las mismas (como en el caso de Cuba en 1961 en Bahía Cochinos) o prolongarse demasiado en ellas (como en la guerra de Vietnam de 1964 y 1975).
Ni que decir precisamente de las intervenciones en Afganistán e Iraq, en la que la voluntad de ocupación ha sido a regañadientes y a costo de no hacer un esfuerzo serio por adaptarse a los retos que la cultura y política local de dichos países supone, algo que precisamente podría evitarse si son países como Colombia y Brasil, por ejemplo, quienes liderasen una intervención militar en Venezuela.
Lo anterior no supone que haya que rechazar el apoyo militar de los Estados Unidos, que bajo el gobierno actual de Donald Trump estaría garantizado, sino que el problema es político y, por ende, de ideas, en lo que de nuevo Mises nos da orientación. “La democracia es el corolario de la economía de mercado en los asuntos internos; la paz es el corolario en cuanto a política exterior” sostiene Mises en “Crítica del intervencionismo” (Unión Editorial, 2001). Siendo los liberales los defensores por excelencia de la economía de mercado, es lógico que toda su guía de acción está orientada a defender la democracia y la paz, pero ello no supone que los liberales sean demócratas y pacifistas que ignoran el recurso a la fuerza como legítimo, y sin por ello ser imperialistas, o peor, fascistas.
El uso legítimo de la fuerza para un liberal debería estar tan claro para Mises que, al momento de enjuiciar al fascismo en su obra “Liberalismo” (Unión Editorial, 1995), publicada en 1927, cuando ya entonces se veía el ascenso que este adquiría en la Europa de entonces (y en la América Latina de ahora, afirman algunos), sostiene que:
“[…] Pero la verdad es que, en el fondo, lo que atrae a los seguidores, declarados y encubiertos, del fascismo es su voluntad firme de recurrir a la violencia, espíritu del que, por lo visto, los liberales carecen”
Grave error. No cabe contrarrestar el asalto más que contraatacando con no menor energía. Frente a las armas comunistas debemos utilizar armas todavía más poderosas. Ante el asesino, es indigna la capitulación. De todo esto nunca dudó el liberal […]
Después de todo, cuando a defender la paz se refiere:
“[…] Cuando un pueblo amante de la paz se ve atacado por belicoso enemigo debe, desde luego, ofrecer la máxima resistencia, haciendo cuanto esté en su mano por repeler la agresión. […]”
Es claro entonces que no se puede dudar que un liberal no capitule ante delincuentes (no ceder ante el mal…) y que no apele a todo cuanto esté a mano para repeler las agresiones (…sino combatirlo con mayor audacia). Si ya es un acuerdo que estamos ante criminales como los que gobiernan Venezuela y que nunca han duda en agredir a pueblos amantes de la paz como somos los pueblos de América Latina, no nos podemos los liberales dar el lujo de, por acción u omisión, fortalecer una política de apaciguamiento para con Venezuela.
Es verdad que gobiernos como los de Macri en Argentina, Piñera en Chile, Duque en Colombia y al que seguro se sumará el recién electo Bolsonaro en Brasil, han venido agotando todas las vías diplomáticas para aislar a Nicolás Maduro, lo cual, para un continente que el que en buena medida sus instituciones están inspiradas en las premisas de la Escuela de Salamanca, es el uno de los primeros pasos en el proceder lógico que hace que un acto de violencia sea justo, como es supone el agotar todas las vías legales posibles. Es indudable que los venezolanos por su cuenta ya las han agotado y que los gobiernos de los pueblos vecinos lo vienen haciendo, aunque es preciso decirlo, con lentitud.
Para una liberal como Mises, que fue testigo de cómo su patria Austria se enfrentó en soledad al socialismo de Hitler y los nazis antes de sucumbir ante ellos con la Anschluss en 1938, apoyar la derrota de los nazis por todos los medios posibles y la recuperación de la libertad para su país nunca fue objeto de vacilación y duda, dado que advertía que, de no hacerse, similar destino les deparaba a los países de Europa.
De la misma manera, los miles de venezolanos que han vivido la pérdida su patria a manos del socialismo de Chávez y los Castro deben ser suficiente motivo para que los liberales, cuya debilidad política es más por falta de coherencia que de convicción, nos empeñemos, a la luz de la vida y obra de Mises, en no ceder ante el mal, y por supuesto, en combatirlo con mayor audacia.
*Gilberto Ramírez Espinosa es historiador, Universidad Nacional de Colombia.