Por Agustín Rodríguez Weil*
El estado Zulia, el cual tiene uno de los complejos petrolíferos más grandes del mundo, ha acumulado más de 200 horas sin luz de forma consecutiva. El régimen de Nicolás Maduro es implacable con el interior del país y no les permite iluminarse: su único objetivo es que Caracas se mantenga de pie, pese a que ni en la capital el sistema se ha mantenido estable. Hasta 72 horas sin luz consecutivas han atravesado algunos de los barrios más importantes del país.
En los primeros apagones nacionales, la desinformación reinó. Nadie sabía nada. La radio funcionaba a medias y solo conseguía reportar lo que colocaban los usuarios de twitter, mientras que la televisión pública achacaba la tragedia a Donald Trump y a los Estados Unidos, pese a que el chavismo ha tenido 20 años controlando todo el sistema eléctrico del país y que en pasadas ocasiones aseguró tener planes para convertirle en uno de los mejores del mundo.
Como si no fuese suficiente, los pocos que alcanzaban a obtener un mínimo de señal en su teléfono, podían enterarse de los acontecimientos trágicos, que narraban cómo en los hospitales fallecían personas por el trauma eléctrico, y de los hechos heroicos: cómo enfermeras trabajaban apretando botones de forma ininterrumpida para que no fallecieran niños en los centros hospitalarios, rescatando cientos de vidas. Sin embargo, más allá del dolor, el venezolano ha conseguido vehículos para sentirse bien y tratar de sortear los problemas con actitud positiva.
Pese a estar inmersa en la oscuridad debido a la comunión de la noche y del apagón, María, quien manejaba de forma impaciente para su casa, se detuvo ante un suceso conmovedor. Pasó por la iglesia ubicada a pocos metros de su casa y vio que no tenía luz, obviamente tampoco sonido, pero todos los feligreses iluminaban la ceremonia y escuchaban atentamente la palabra del Señor. El cura hablaba sin micrófono, pero los vecinos no escatimaban batería para verlo ni tiempo para escucharle. “Me conmovió. Fue acogedor”, contó la caraqueña.
No es un secreto el dolor que atraviesan los venezolanos. Impera la miseria y las pocas noticias que se leen -en un territorio en el que impera el blackout informativo- suelen estar repletas de testimonios, cuanto menos, desgarradores, y del burdo proselitismo político de un régimen tan inhumano que, además de no ofrecer respuestas creíbles, cae en la contradicción, hablando de un ataque “electro magnético”, como si de la película Matrix se tratara, y a su vez de un sabotaje. Lo hace sin pericia. Lo hace sin alma.
Sin embargo, el venezolano ha encontrado en la crisis vehículos de resistencia. El historiador Manuel Caballero enfatizaba en que la democracia era un bien que se había curtido el ciudadano de la Tierra de Bolívar, por lo que iba a ser muy difícil acabar con esta “cultura democrática”. ¿Quizá por eso el venezolano se mantiene en pie ante la barbarie y el pillaje de una cúpula? Y es que el episodio de la misa no es el único. Pocos días atrás, se hizo viral otro suceso parecido en una obra de teatro llamada –vaya ironía— Terror: la luz se fue, pero el show no se acabó: los asistentes tomaron sus teléfonos inteligentes e iluminaron la función para que la obra terminara. Fue un pequeño gesto de resistencia.
Por su parte, el economista Asdrúbal Oliveros, contó su experiencia en el interior del país, más habituado a estos episodios oscuros. Luego que se fuese la luz en Los Andes, donde se aprestaba para dar unas conferencias, la sociedad que estaba ahí no sólo mantuvo la calma y ayudó a que se llevaran los dos eventos, sino que le dieron una lección: “Y allí estaba la gente. Incluso gente de Trujillo y Barinas. Me sentí esperanzado, porque mi país, ese que yo a veces siento perdido, está lleno de gente que no se rinde. Vi en la noche una Mérida apagada, pero con más vida que lo que vemos en Caracas cuando pasan estas cosas. Agradecí a Dios por permitirme vivir el segundo apagón en los Andes, porque me dio otra perspectiva de nuestra gente”.
No puede ser casualidad que en un país donde hasta comunicarse requiere una estratagema, millones de venezolanos se opongan al régimen de forma natural. Presentan su rebelión desde la quietud, desde la inteligencia emocional, desde saber vivir por más que unos se empeñen para que no sea así. Esa es la venezolanidad. Es la luz que da esperanza en medio del apagón más mortal de todos.
*Agustín Rodríguez Weil es periodista venezolano. Ha colaborado con varios medios en su país y se especializa en cubrir el tema deportivo. En 2017 ganó el Premio Libro Fútbol, siendo el único venezolano en obtener el galardón.