Por Antonio Villar Sánchez*
Las dos últimas semanas de la eterna campaña electoral en la que se ha transformado la política española han servido para comprobar que, por primera vez, con excepción del fugaz espíritu de Ermua, existe un movimiento frente a quienes ven en el conflicto su único modo de vida. Más que eso, una fuerza telúrica que nació en Barcelona el 8 de octubre de 2017 y ha encontrado una válvula de escape por la que reivindicar la convivencia y el sentido común perdidos en otra época.
Como “un país en vacaciones” describió José Luis Garci aquel tiempo en que nuestras madres nos repetían a modo de jaculatoria un “no te signifiques” sincero, prudente y optimista, que englobaba mejor que cualquier ley la reconciliación y la esperanza que demasiado a menudo no parecen estar ni ser esperadas.
Con la democracia asentada, aquellos cuyas ideas se topan de bruces con la realidad trajeron de nuevo la división que parecía en general superada. Desde entonces pretenden forzarnos a que nuestro mañana como nación sea hablar del ayer. Nos ofrecen el recuerdo de tiempos que no habitamos, el llanto por guerras que no perdimos, la nostalgia de regímenes que no conocimos. Así viven e intentan que lo hagamos todos, cambiando el pasado, ignorando el futuro que llega, pasa y algún día, dentro de años, convertido en historia, manipularán. Unos a un lado, otros enfrente. Nunca hoy, nunca nosotros. Jamás todos.
Pablo Iglesias, en clara referencia a Lenin, ha reconocido en numerosas ocasiones que ellos, los comunistas, sólo pueden llegar al poder en circunstancias excepcionales: graves crisis económicas, desafección general hacia la nación o la política o un golpe de Estado. Desde su creación, Podemos ha fomentado todo movimiento contrario a la convivencia entre los españoles. Todos los independentismos, cualquier manifestación violenta, hasta su alianza con el brazo político de ETA en Navarra. Ante todo, el enfrentamiento. La ruptura. Los bandos.
Dos Españas. Su única enseñanza, su distracción. Sin embargo, aunque es innegable su existencia, son otras radicalmente diferentes de las tan machadianas como manoseadas dos maneras estereotípicas de sentir nuestra nación. Hay una España que vive en y del pasado, que odia, que envidia, que no perdona, frente a otra que trabaja (o lo intenta), que abraza a su hermano, que mira al futuro. Ellos, sin saber lo anterior en el mejor de los casos, nos dijeron y dirán que hay dos Españas. Nos etiquetaron y etiquetarán con un color desde la cuna. Tratarán de evitar así que pensemos que tal vez no están a la izquierda y a la derecha, sino, más bien, arriba y abajo.
Y así llegan todas las elecciones. Y así pasan, como pasaron las últimas, y las anteriores, y quizá las que están a punto de suceder. Sic transit entre dos trincheras cada día más enfrentadas por la voluntad de unos oportunistas que ven un filón en el odio, y la desidia de una parte de la nación que pone el foco en la diferencia. Y, así, como siempre, unos seguirán madrugando para que el resto viva de su esfuerzo, seguirán mirando al futuro cuando otros le dan la espalda al progreso, incapaces de quitar su mirada del pasado, sus esperanzas del ayer.
Hoy, cuando lo que fue sutil se ha convertido en descarado, los españoles nos encontramos a pocas horas de manifestarnos por el porvenir de nuestra nación, con mayor capacidad de influencia directa que aquel 8 de octubre. El domingo no nos harán falta las banderas que nunca sobran para elegir la Libertad frente a la tiranía, la esperanza frente al miedo, la voluntad frente a la resignación. La vida frente a la muerte.
* Antonio Villar Sánchez es español radicado en Estados Unidos. Trabajó en la Embajada de España en Washington y actualmente, en el Banco Mundial.