Por María Teresa Búrquez
La inevitable llegada de López Obrador a la presidencia de México, tras el desprestigio de los partidos políticos tradicionales y una creciente insatisfacción ciudadana, se propició por la falta de una competencia fidedigna. En los meses previos a la elección, se vio cómo a pesar de los debates presidenciales, la evidente falta de sustento en sus propuestas y la amenaza socialista, la popularidad del ahora presidente fue incrementando hasta llegar a ser el candidato mas votado en la historia del país.
Se esperaría que, tras la vergonzosa derrota en las pasadas elecciones, los ahora partidos políticos de “oposición” hubieran rediseñado su estrategia y enderezado su rumbo para reconectarse con la ciudadanía. Sin embargo, esta seudooposición se ha dedicado a defender el paternalismo que ella misma creó en los últimos casi 100 años de gobiernos del PRI y PAN. Lejos de ofrecer una alternativa diferente al socialismo que tanto critica, se convirtió en su defensora.
La ahora oposición política se manifiesta en contra de los tibios intentos del actual gobierno por eliminar algunos programas representativos del enorme presupuesto clientelar, como también se opone a cualquier intento por reducir la enorme burocracia. Mientras el actual presidente centraliza más poder en su persona y en las instituciones que controla, la oposición política se esmera en proteger el aparato corporativo del viejo sistema en lugar de luchar contra la falta de acción por desmantelarlo.
En los últimos meses, se les ha visto denunciando los recortes de nómina del SAT (Servicio de Administración Tributaria), los decrementos a becas deportivas de la CONADE (Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte) y los retiros de apoyos económicos del Conacyt (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología) por recorte en presupuesto, entre otros. Asimismo, se manifestaron en contra de la propuesta de cambiar de un financiamiento directo a las burocracias de las guarderías infantiles para proporcionar los fondos directamente a las familias. Incluso, exigen al presidente aumentar aranceles a los productos estadounidenses, castigando la libertad de los consumidores mexicanos e iniciando una guerra comercial.
Por otro lado, no se les ve oponiéndose a los monopolios públicos, a los altos impuestos, a la creciente deuda pública ni a las excesivas regulaciones y controles del gobierno sobre la economía. Tampoco se caracterizan por ser propositivos y traer a la mesa propuestas innovadoras, sino que reaccionan a las acciones del presidente y su partido.
Para ser una verdadera oposición, estos grupos necesitan tener claramente definida su ideología y alinear sus batallas acorde. Hoy, a un año de las elecciones, se percibe una oposición política débil y sin agenda.
Ante la inevitable futura perdida de credibilidad del actual gobierno, se necesitan alternativas diferentes con la capacidad de captar el interés y simpatía de los ciudadanos, algo en lo que los partidos tradicionales fracasan miserablemente. México necesita dejar de esperar soluciones en el próximo candidato y en el siguiente gobierno, como se ha venido haciendo por años. Por lo tanto, el contrapeso y el cambio para México lo deberán de asumir los ciudadanos. En la medida en la que una sociedad exija, tendrá una oposición legítima y no un grupo de guardianes del statu quo.
María Teresa Búrquez es financiera mexicana con interés en política, economía y educación.