Por Roberto Salinas León
“No busquemos en las nubes las virtudes de la democracia, sino en la realidad: la esencia de la democracia es la competencia pacífica”.
Raymond Aron
Los “vientos autoritarios” que soplan alrededor del mundo, con una fauna de nuevos populismos de toda especie, conllevan paradojas sobre las democracias modernas. Las jornadas electorales del año pasado y este, más las que vienen en año entrante, nos hacen recordar la poderosa (y divertida) anécdota del gran pensador Daniel Bell sobre la importancia de la estabilidad política de un país de cara a un futuro lleno de incertidumbre.
Bell solía contar que, ante alguna insistencia de dar una predicción sobre lo que pasaría el futuro, cualquier predicción, decidió responder así: “En 1992, habrá elecciones en Estados Unidos, y alguien ganará. Igual en 1996, 2000, 2004, 2008, 2012, y en adelante”.
Bell, de entrada, compartía la idea que pretender vaticinar lo que sucederá en el futuro, sobre todo en asuntos políticos, era un acto de soberbia —y además, que no servía para nada—. Por ello es que este relato parece jocoso. La lección, sin embargo, es fundamental: ¿de cuántos países se puede decir que, en el futuro, habrá elecciones pacíficas, y además, que habrá transición del poder? ¿Tres, cuatro, o cinco?
Esta reflexión es relevante para nuestros países en América Latina, pero en especial para México desde el año 2000, cuando Vicente Fox sacó “al PRI de los Pinos”. Fue el equivalente mexicano a la caída del Muro de Berín. Ahora, lo que nos imparte Bell resulta quizás más relevante, siendo que quizás ya no podemos decir que hubo elecciones y transición pacífica, y que habrá lo mismo en 2024, 2030, y así en adelante. Los llamados para realizar consultas populares sobre si se debe o no revocar el mandato equivale a renunciar el principio sagrado de la política mexicana de no reelección —y con ello, abrir una puerta al regreso del autoritarismo hegemónico de la dictadura perfecta del pasado, ahora vestida no del tricolor mexicano del PRI, sino del morado de Morena—.
En las históricas elecciones del 2018, como diría otro gran pensador, el francés Raymond Aron, hubo una “organización de la competencia pacífica con miras al ejercicio del poder”. Es decir, hubo competencia electoral sobre el poder político. Y ganó AMLO, en forma abrumadora.
Aron también veía con grandes sospechas la vanidad de tratar de predecir el futuro, o de ofrecer definiciones filosóficas sobre conceptos como democracia. La esencia operativa de la democracia es que los grupos que no están en el poder tienen la posibilidad de llegar a él —incluso, demagogos, racistas, nacionalistas, populistas peronistas, quien sea—. Esta es la gran paradoja: el déspota que se puede apropiar de la democracia ¡por la vía democrática!
Aron decía que la competencia pacífica implica que cualquiera, en un futuro, pueda llegar a ejercer el poder—incluso aquellos que pretenden ser la voz de la demos, del pueblo, o la encarnación de la voluntad popular—.
Otro pensador sobre la fórmula democrática, James Buchanan, decía que el dilema no es sobre tal o cual modelo, sino sobre los límites constitucionales que se puedan generar para gobernar, para ejercer el poder. En una democracia, según Buchanan, el sentir popular es que un gobierno democráticamente electo es un mecanismo “correctivo” que puede hacer valer todos los deseos populares, todas las promesas que se hacen desde la nube política del ogro filantrópico.
Así surge el dilema de la democracia: es el único régimen que permite a los gobernados protestar contra gobernantes. Este será, entonces, uno de los grandes desafíos de la democracia en el 2020 de cara al futuro: venga quien venga, debemos asegurarnos de que no se cierren las puertas de la competencia pacífica.
Antes se hablaba de fraude patriótico, ayer se hablaba de de estabilidad institucional, y en otras épocas se llegó a celebrar el liberalismo triunfante. Hoy, tenemos varias muestras de cómo nuevos “vientos autoritarios” pueden mover las sensibilidades democráticas; y, por lo mismo, por qué se convierte en tarea esencial asegurar que la competencia pacífica de la democracia siga siendo, ni más ni menos, competencia pacífica.
Roberto Salinas León es director del Centro para América Latina de Atlas Network y presidente del Mexico Business Forum en la Ciudad de México.