Por Roberto Salinas León
Seamos honestos: México es una piñata política sumamente apetecible dentro de las vísceras que definen los debates políticos estadounidenses de cara a las elecciones del 2020. Los discursos sobre la verdadera identidad nacional, o sobre la invasión de culturas ajenas y los migrantes del sur de la frontera del Río Bravo, son por lo menos semillas que sembraron los episodios de violencia en El Paso y en Ohio.
Aun así, no podemos bajar la guardia. Trump y su tropa de angry white males harán, con toda seguridad, campaña política con el tema de México y los mexicanos, a pesar de que, increiblemente, ya México sobrepasó a China y a Canadá para convertirse en el socio comercial número uno de Estados Unidos. Sí, en serio: number one. Pero con ello, en cualquier momento, volverá a surgir el furioso llamado para instalar el mentado muro fronterizo en la zona del Río Grande, justo cuando el mundo de las ideas de la libertad estará celebrando el trigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín.
Se trata de una propuesta que irrita e indigna, porque es odiosa, porque solo alimenta odio hacia los “otros” y porque además lo único que haría es elevar el costo de transacción de todo lo que hoy va y viene en la región fronteriza.
En México, en vez de razgarnos las vestiduras ideológicas, o revivir complejos sobre la “soberanía nacional”, podríamos proponer soluciones disruptivas y propositivas, contrapropuestas, que sean mucho más inteligentes en su contenido —como, por ejemplo, construir un gran complejo de energías renovables a lo largo de la frontera, desde el punto más lejano del oeste, hasta el punto final que desemboca en el Golfo de México—.
Un consorcio de ingenieros y científicos de Indiana —ni más ni menos que la tierra de Mike Pence— ha propuesto esta opción para generar mucho mayor seguridad y mayor prosperidad dentro de esta inmensa región. Se trata de un gigantesco proyecto de infraestructura, que comprende un tren de páneles de energía solar, turbinas eólicas, tuberías de gas natural, e instalaciones de desalinización.
La idea es crear un parque industrial a lo largo de toda la frontera entre Estados Unidos y México, financiando con capital privado de largo plazo, con esquemas semejantes a los llamados PPPs, (con garantías de riesgo soberano), para proveer generación de energía, plantas de tratamiento de agua, y mecanismos de seguridad —como lo serían toda una flota de drones privados vigilando los movimientos cada hora de cada día de cada mes de cada año—.
Los parques energéticos podrán entonces ser un motor para el desarrollo económico, tanto en su fase de construcción, como en la de su operación, puesto que atraerán una diversidad de negocios e integración de cadenas productivas, sobre todo los la eventual baja de costos y a la abundancia de recursos hidráulicos.
Las instalaciones podrán proporcionar la añorada seguridad fronteriza que obsesiona a Trump, ya que la infraestructura, instalaciones, y servicios que se generen, por ser propiedad privada, deberán contar, por sí mismos, con sistemas de protección muy sofisticados. Habría doble seguridad en la frontera.
Luciano Castillo, profesor de Sistemas de Energía de la Universidad de Purdue, dice que “tal como el ferrocarril transcontinental transformó a los Estados Unidos en el siglo XIX, y el sistema interestatal de carreteras los volvió a transformar el siglo XX, este sería el proyecto de infraestructura nacional para el siglo XXI”.
De hecho, algunos de los depósitos más grandes de petróleo y gas están ubicados en Texas, Nuevo México y el sur de California, todos ellos Estados fronterizos con México. Y el Estado de Sonora, así como el de Tamaulipas, tienen formidable potencial de gas natural, gas de esquito, así como de energía solar. Los vientos en la Costa del Golfo de Texas y Baja California son ideales para la construcción de parques eólicos. La propuesta sugiere que estos parques se utilicen para gestionar plantas de desalinización, que podría dar 2,3 millones acres-pies de agua por año, una cantidad suficiente para satisfacer las necesidades de agua para la industria manufacturera, la minería y la ganadería del todo el Estado de Texas.
De este modo, la región donde hoy el agua es escasa, se transformará radicalmente, gracias a los recursos energéticos, en un hábitat donde este recurso podría ser abundante.
El sol es tan intenso en Sonora y Chihuahua que estas regiones disfrutan de los mayores potenciales de radiación solar en todo el mundo. Un corredor de energía solar en la zona fronteriza, permitirá satisfacer la demanda de energía tanto del oriente como del oeste de los estados en ambos lados de la frontera.
Para instrumentar esta propuesta, se requieren, además de la visión de las máximas autoridades de ambos países, tres componentes: fondos de capital productivo, una fuerza laboral capacitada, y estudios especializados de impacto ambiental.
La propuesta implica crear al menos tres campus universitarios de índole técnica, distribuidos a lo largo de la frontera, que los proponentes de la idea denominan Instituto de Seguridad Energética, donde capacitarán a personas de ambas naciones en las habilidades y competencias necesarias para trabajar en las industrias de energía eólica, solar y gas natural.
En lugar de ser una zona de conflicto, la región fronteriza se podría convertir en uno de los parques industriales más prósperos y más seguros del mundo, sin la necesidad de gastar en un solo ladrillo para el muro de Trump.
Roberto Salinas León es director del Centro para América Latina de Atlas Network y presidente del Mexico Business Forum en la Ciudad de México