Por Sebastián Rodríguez
Hace unos días observaba a un experto de un tema específico, cómo valientemente, a través de una red social, trataba de que sus seguidores entendieran conceptos simples antes de hacer juicios totalizantes sobre aquel tema. Una tarea sin duda titánica y tal vez imposible. La razón es simple: en una sociedad de generalizaciones, todos los generalistas son expertos.
El tema que aquel conocedor trataba de explicar era algo polémico, con posiciones a favor y en contra, como todo en lo que se busca consenso. Sin embargo, resulta paradójico que entre más complejo el tema, la “opinión pública” profundiza menos en las herramientas o métodos para entender el fenómeno. En otras palabras, tendemos a generalizar ante la complejidad.
Como individuos racionales tratamos de economizar recursos para alcanzar nuestros objetivos. No obstante, en el mundo de la inmediatez ese proceso de maximización se extiende a las ideas y al conocimiento sobre la mayoría de los temas: tomamos prestadas ideas y opiniones de medios de comunicación o redes sociales y nos hacemos una idea general de las cosas. Pero ciertas discusiones requieren profundización, investigación, cuestionamientos.
Por ejemplo, en su último libro, Juan Esteban Constain relata cómo el dirigente conservador Álvaro Gómez, durante su secuestro, dialogaba sobre marxismo con sus captores del M-19, quienes quedaban atónitos al darse cuenta de lo versado que era Gómez en dichos temas. Contrario al poco conocimiento que sobre la materia tenían los guerrilleros, basado en consignas y poca investigación. Es una ejemplificación magnifica de lo generalistas que podemos llegar a ser.
A un generalista podríamos entonces definirlo como aquel que conoce muchas cosas, pero solo en su superficie, no en su profundidad. En principio esto no supondría ningún problema, pero el generalista es, por lo habitual, un comentador, un participante fiel de los debates, alguien que levanta la voz en exceso para hacerse escuchar. Sus ideas muchas veces se difunden y se dan como verdades. Para el generalista no hay indagación, interpretación o pregunta, simplemente se toma la palabra y se vociferan las conjeturas.
Es habitual ver que existe un desconocimiento general de algunos principios económicos en ciertas discusiones políticas o en discusiones coyunturales de importancia; cómo se reduce la complejidad de algunos debates en los medios de comunicación o cómo las voces de los expertos parecen quedar relegadas ante la magnitud de las ideas generales casi nunca respaldadas por argumentos. La civilización del espectáculo, como la catalogaría Mario Vargas Llosa, promueve la generalización y con ella el reduccionismo.
En nuestra era las ideas son esparcidas con efectividad a medio mundo en cuestión de segundos. Muchas de ellas mueren en el intento de calar, de llegar a los receptores, de perdurar. Otras tantas son acogidas por su universalidad, por su dificultad de ser refutadas al ser puestas a prueba (ciencia). Otras comparten el podio de la aceptación, pero por su difusión y por la falta de indagación. En el mundo de la generalización, el reduccionismo y la polarización nos queda indagar, preguntar y verificar, por anacrónico que parezca.
Sebastián Rodríguez es economista y Value Investor. Fundador de InvexValue academia de inversión bursátil. Twitter: @sebasinvex.