Hoy, 28 de septiembre, se cumplen 38 años del fallecimiento de Rómulo Betancourt, su impronta sobre el devenir de Venezuela explica, más que suficientemente, que su deceso haya opacado otros acontecimientos que hubiesen podido tener tanta y aún mayor importancia para nuestro tránsito como sociedad. En efecto, la coincidencia no es —para nada— deleznable ya que, en el mismo día y mes, nacieron dos de sus más calificados prospectos de herederos políticos: Alberto Carnevali y Leonardo Ruíz Pineda quienes, junto con Luis Augusto Dubuc y Antonio Leidenz, conformaban la cabeza de la generación de 1936, los muchachos, como los denominaba Rómulo, sus discípulos y sus elegidos.
Los pocos medios independientes que quedan dedicarán sus acechados espacios al saludo del padre de la democracia. Yo por la cercanía familiar y política y sobre todo por la amistad y la identificación de trabajo y de lucha que a él me unió y sigue uniendo, he pronunciado Discursos de Orden, en varias Asambleas Legislativas y academias, escrito artículos y ensayos sobre esa figura fundamental. He defendido sus posiciones, aún en vida de él, cuando sus compañeros de partido fueron lentos o huidizos en la tarea, hecho que no se le pasaba por alto y comentaba con dolor o rabia en la intimidad. En esas circunstancias, quiero hacer énfasis en los muchachos que él tanto quiso y en quienes depositó su fe y su afecto.
Dos andinos, un tachirense y un merideño, ambos abogados. Alberto Carnevali además cursó economía en Columbia. Aguerridos y probados en la política regional y en la alta administración del Estado, ambos habían ocupado las secretarías generales de su partido, en sus respectivos estados, ambos fueron exitosos gobernadores de los mismos. Carnevali fue igualmente, junto con “el viejo” Válmore Rodríguez, cofundador de AD en el estado Zulia, además de Secretario General de la Presidencia, de Gallegos. Leonardo su ministro de Comunicaciones. Eran, en términos hípicos, dos pura sangre, de la mejor raza y crianza, promesas de primer orden. Difícil es imaginarse qué hubiese sido de nuestro país si la sucesión de Rómulo la hubiesen recogido herederos de esta consistencia y valía, Venezuela hubiese sido otra. La democracia no hubiese decaído hasta la prematura descomposición que hizo posible el advenimiento del armagedón chavista. Todo sería mejor hoy ¡Ay dolor!
La dictadura perezjimenista, en cuya reivindicación están empeñados algunos ingenuos que se tragaron su publicidad y espejismos, cortó ese proyecto al llevarlos a ambos a la muerte. A Leonardo asesinado a balazos en plena vía pública (al cadáver le colocaron una botella de licor semivacía para envilecer aún más su figura) y a Alberto dejándolo morir en un camastro carcelario, en las peores condiciones climáticas, en la Penitenciaria General de Venezuela en San Juan de los Morros. El tercer muchacho, también andino de Trujillo, el Dr. Luis Augusto Dubuc, afectivamente el más cercano a Betancourt, podríamos decir el delfín de su corazón, sufrió un drama familiar que trágicamente le cortó su ascenso al poder y así quedamos en manos de los sobrevivientes. No había más.
Bomba de tiempo, triunfo diferido, Pérez Jiménez, el estratega virgen como lo llamaba Rómulo, en alusión a sus centelleantes condecoraciones, terminó dándose el gusto de destruir a Acción Democrática en aquellos años de sombra. Es justo señalar que Betancourt, consciente siempre de la realidad, cuando alguno le decía o escribía sobre la ausencia de un sucesor a la altura solía responder: «Los sucesores no se inventan, están o no allí». Gandhi tuvo la inmensa suerte de tener al Pandit Neruh, para suerte de él y de la India.
El absurdo fallecimiento de Rómulo Betancourt, víctima de una hipertensión emotiva, a los 73 años, fue sin duda prematuro, perfectamente lúcido, en su decantada madurez hubiese aún podido orientar el juego político nacional y enderezar rumbos torcidos, a lo cual se había dedicado desde que, consecuente con su vieja decisión, se apartó de los vaivenes candidaturales sin dejar nunca de ser poder, recurso de alzada, última instancia de la democracia que en determinante parte se le debía.
Mi memoria invoca a estos hijos insignes de la patria en este 28 de septiembre.
Alfredo Coronil Hartmann es un prestigioso escritor, poeta, abogado y politólogo venezolano. Cuenta con una larga trayectoria y un número importante de obras publicadas. Puedes seguirlo en @coronilhartmann