Por Cristian Vasylenko
Podría decirse que Argentina acaba de blanquear lo que un puñado de críticos veníamos advirtiendo con alarma desde hace casi cuatro años: que todo este tiempo hemos estado empeorando “la hipótesis de la Reina Roja” (A través del espejo y lo que Alicia encontró allí, Lewis Carroll). En lugar de correr cada vez más para estar siempre en el mismo lugar (lo que ya hubiese sido lo suficientemente malo), hemos estado corriendo cada vez más, para ir retrocediendo.
Claro que pese a la propaganda política difundida por el paradójicamente autodenominado frente ganador Cambiemos en ese 2015, entre fines de noviembre y principios de diciembre de ese año ya lo había advertido el mismo presidente electo Mauricio Macri, en respuesta a la «campaña del miedo» a la que estaba siendo sometido por el ala más dura del kirchnerismo: «No se preocupen, no vamos a cambiar nada; solo vamos a hacer unos ajustes, unos retoques en lo que anda mal». Aquí podemos ya advertir el catastrófico producto entre el cinismo del Macri político, y la ingenuidad de quienes —con semejante advertencia tan temprana— necesitaron creer en el «cambio».
Antes de que surja siquiera el reiterado y vehemente argumento de que esta es una crítica falaz, indicaremos que sí hubo algunos cambios, tan imprescindibles como coyunturales, y todos juntos, ni remotamente suficientes como para producir el mínimo de cambio que el país necesitaba ya en ese momento. Digamos, fue cambiar lo suficiente como para que nada cambie. Nuevamente emerge la “hipótesis de la Reina Roja”.
Qué se hizo desde el principio
Estas intervenciones, las que eran imprescindibles pero ni remotamente suficientes, fueron efectuadas de manera asistémica; no fueron aplicadas en el marco de un plan estratégico país —al igual que no lo fue toda la administración Macri, de punta a punta—, con lo que no produjeron el efecto de alto apalancamiento que hubiesen podido tener; o peor aún, generaron perjuicios en el mediano plazo:
- diciembre de 2015: modificación de la «ley de medios», con la que el kirchnerismo pretendió controlar a los medios independientes, y disolución de sus organismos de control. ¡Muy bien!
- diciembre de 2015: reimplantación del mercado libre de cambios (levantamiento del «cepo cambiario»). Imprescindible pero inoportuno.
- abril de 2016: regularización de casi la totalidad de la deuda fiscal denominada en divisas, hasta ese momento en masiva situación de incumplimiento (Default). ¡Muy bien!
¿Y nada más? No, nada más. Y si se generan dudas, volvamos a fijar los ojos en la situación actual, sobre la que no es el objeto de esta columna recordar los pavorosos indicadores económicos que la identifican. No se llegó a esta situación por ninguna externalidad —aunque estas no nos hayan favorecido—, puesto que el mundo entero está sujeto a idénticas externalidades, y salvo otros dos países, ninguno acusó semejante deterioro.
Por si persistiesen las dudas respecto de las externalidades, el siguiente cuadro exhibe la ausencia de causalidad (y si se quiere, también ausencia de correlación) entre las externalidades más significativas y la evolución del índice del mercado bursátil de Buenos Aires expresado en dólares, durante los últimos cuatro años. En verdad, la traza del mismo apunta a una fecha específica: 28 de diciembre de 2017, cuando por intervención de la jefatura de gabinete, le fue vergonzosamente arrebatada la independencia al banco central … y su presidente no renunció.
En el momento del ingreso de la administración Macri, su equipo debió haber tenido ya un completo y detallado panorama de lo que se iba a encontrar, y un completo y detallado plan estratégico país. Según Sun Tzu, quien desee resultar victorioso, debe ganar la batalla primero y pelearla después. Para ello, son imprescindibles la capacitación y el entrenamiento específicos permanentes, y la continua obtención de información de lo que sea que se desee conquistar, lo que solo es ejecutable mediante sólidas y aceitadas actividades de inteligencia. En materia de funcionarios electoralmente elegidos, mundialmente estas prescripciones son seguidas lamentablemente solo por un puñado de estadistas, no políticos, sino estadistas.
Pero prontamente los políticos ingresantes en diciembre de 2015 se manifestaron sorprendidos con lo que iban encontrando. Ahora bien: si desconocían con qué se iban a encontrar, queda implícito que carecían de todo plan, estratégico o no. Lo que sí hicieron fue cumplir con la oposición: «no vamos a cambiar nada; solo vamos a hacer unos ajustes, unos retoques en lo que anda mal». E hicieron mucho más que eso para (no «por», sino «para») quienes públicamente los consideraron siempre sus «enemigos». Como no se hizo lo que debió hacerse, también se hizo lo que no se debía: con la pretensión de mantener abierto un frente de confrontación electoralista con la oposición, se mantuvo —y permite hasta el día de hoy en libertad— a la cabecilla de la gigantesca asociación ilícita que perpetró el mayor estrago doloso contra nosotros mismos de que se tenga registro mundial. Ya lo hemos dicho: no robaron al Estado, sino que robaron desde el Estado, puesto que todos los recursos con que cuentan los políticos que se han apropiado del estado, provienen de la exacción fiscal sobre el único sector que genera riqueza en cualquier sociedad: el sector privado productivo, nosotros.
De haber obrado como se debió, esa caterva de delincuentes no hubiese reingresado hoy al manejo de la cosa pública, porque hubiesen estado purgando pena firme. Pero en lugar del plan estratégico para los próximos 30 años, la administración Macri se dedicó al «plan permanecer», con lo que desde un principio se condenó a sí mismo —y mucho más terrible, a todo el país con él—. Llegado este punto, permítaseme formular la pregunta políticamente incorrecta: entonces, ¿para qué «se metieron», en primer lugar?