Por Jorge Velarde Rosso
Narra la Biblia que cuando el profeta Samuel debía escoger un nuevo rey para Israel de entre los hijos de Jesé, al ver a Eliab pensó que se encontraba frente al elegido. Pero Dios le dijo: «No mires a su apariencia, ni a lo alto de su estatura, porque lo he desechado; porque Dios no ve como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el Señor mira el corazón» (1 Sam 16. 7). Sabemos que el escogido fue David, el menor, el que poco después mataría al gigante Goliat. Esta referencia inicial a la figura de David, que no presupone la fe o increencia del lector, puede ser útil para entender lo que está pasando en Bolivia estas semanas.
Bolivia es un país chico, tanto en sentido demográfico como económico. Toda la población del país, poco más de 11 millones, puede caber holgadamente en más de una gran metrópoli latinoamericana. Pero además Bolivia todavía es el país más pobre y con el PIB per cápita más bajo del subcontinente. Siguiendo la analogía bíblica Bolivia sería el David de latinoamérica; ese hijo menor al que ni siquiera al padre se le ocurre llamar para presentarle al profeta, pero al que le tocó matar a Goliat.
Lo que sigue a continuación es un ensayo especulativo, la realidad de los próximos días o semanas confirmará o refutará lo que aquí se escriba.
Hace poco Vanessa Vallejo escribía con razón sobre ‘el nuevo Maduro en la región’. Pero lo que pocos han notado es que algo muy importante está pasando en las calles de Bolivia. Los bolivianos estamos luchando contra el gigante Goliat del socialismo, del Foro de San Pablo, o como prefieran llamarlo desde el día después de las elecciones fraudulentas del 20 de octubre pasado. Es decir, para el momento en que escribo estas líneas, son más de 15 días de protestas, marchas, paros cívicos en todo el país que, en contra de lo que uno podría pensar al principio, no han perdido su fuerza y entusiasmo.
Para insistir un poco, desde el día 21 de octubre Bolivia no ha sido la misma y no ha tenido un solo día de normalidad. Las manifestaciones son cívicas y pacíficas. Los hechos de violencia se producen solo por la provocación de los grupos de choque pagados por el régimen. Incluso el tirano se burló de las protestas recordando su pasado como sindicalista experto en bloqueos. Hoy está nerviosísimo en su palacio incapaz de comprender que está pasando. Sus discursos y los de sus secuaces son torpes descripciones de una realidad que no existe y casi parecen intentos desesperados de autoconvencerse de sus propias mentiras.
Las principales ciudades del interior del país han mostrado un empuje, capacidad de organización y liderazgo que, en Bolivia, nadie esperaba. Los viejos líderes de la oposición también están tan confundidos como el régimen, quizás porque intuyen que perdieron su oportunidad política y generacionalmente les tocará jubilarse. El peligro es que estos líderes, como en Venezuela, traicionen el reclamo popular y pacten con el régimen en un intento de mantenerse vigentes. Este peligro se ha visto más de una vez estos días y son ellos los que terminan siendo funcionales al régimen, similar a la Organización de Estados Americanos y su dudosa auditoría.
Para cerrar, quisiera describir brevemente solo dos elementos que permiten entender esta lucha desigual por la libertad y la democracia en Bolivia. El primero tiene todo que ver con la experiencia venezolana. Los bolivianos sabemos que si perdemos, el futuro será inevitablemente ese. Lo saben las amas de casa de 70 años y los saben los jóvenes estudiantes de 20. Un grito común en todo el país estos días es: “Esto no es Cuba, tampoco Venezuela. Esto es Bolivia y Bolivia se respeta”. En un admirable acto de madurez política los bolivianos somos conscientes de que no se trata solamente de un fraude electoral sino que estamos frente a un proyecto de poder totalitario al que debemos sacar o ante el que podemos sucumbir.
El segundo elemento fundamental es que la fuerza de la oposición no viene de la vieja clase dirigente política centrada en La Paz, sede del gobierno boliviano desde 1900. Los nuevos liderazgos están emergiendo de los llamados ‘Comités Cívicos’ regionales, de entre los cuales destaca el Comité Cívico Pro Santa Cruz y su presidente Luis Fernando Camacho. En repetidos Cabildos cívicos, estas regiones han mostrado una capacidad de organización y coordinación que ha dejado rezagados a los paceños. Cierto que el campo de lucha política sigue siendo La Paz, pero ahora las fuerzas y los jugadores están viniendo del interior del país. Estos nuevos líderes han mostrado tener una capacidad de interpretación de la realidad boliviana mucho más fina y no temen hacer declaraciones políticas fuertes y atrevidas, de invocar a Dios en actos de oración multitudinarios.
Sí, existen buenas razones para creer que la victoria es posible. De ser el caso estaríamos verdaderamente frente a un pequeño David regional que con poco más que una onda, una piedra y una oración mató al gigante Goliat.
Jorge Velarde Rosso es Licenciado en Ciencias Políticas. Maestría en Historia. Docente universitario. Director académico Libera.