Por Alfredo Coronil Hartmann:
“…Ladrón o no ladrón / queremos a Perón”
eslogan de los descamidados peronistas
Venezuela no ha conocido, en toda su historia, una época más benigna para emitir juicios y comentarios políticos y sobre los políticos. La razón es obvia, frente al desmadre sin precedentes, de estos casi 21 años de locura, nadie es culpable, nadie es “malo”, nadie es ladrón, nadie es traidor a la patria.
Marcos Evangelista Pérez Jiménez no es el único beneficiario de tan anormal situación. Unos cuantos “demócratas” con las manos sucias están siendo, no reivindicados por sus cómplices y herederos, lo cual es comprensible, aunque tramposo con la historia y dañino para el país, sino que son rencauchados como paradigmas para un pueblo que tiene que aprender de esta tragedia a ser exigente y avizor ante los lobos con piel de cordero, que siempre rondan el poder.
Que periquito o zutanito no se hayan robado sino unos míseros cientos de millones y que ahora los robos sean estimables en billones, no reivindica a los primeros, es un problema de magnitudes económicas y de circulante.
No es posible que sigamos siendo corderos propiciatorios para el engaño y el escarnio, no tendríamos perdón. Recientemente aludí a un caso que —por emblemático— arropa a todos los demás. Me refiero a una joven “heredera”, sin profesión conocida, ex vendedora de productos de limpieza (Avon o Stanhome, no recuerdo) hasta hace poco acreditada como diplomático en la ONU, que al parecer posee una fortuna de cuatro billones de dólares americanos. Yo hacía memoria que Doris Duke, considerada la mujer más rica de los Estados Unidos, tenía en los años 50-60 apenas doscientos millones, aún regalándole un cero a la derecha, apenas alcanzaría al 50% del capital de nuestra muy aprovechada vendedora.
En ese decorado, con esa puesta en escena, los cuatrocientos millones en los que se estima que se enriqueció Pérez Jiménez lucen magros, casi insignificantes. Claro está, ningún ladrón, en ningún tiempo histórico, cometió la torpeza de reclamar por escrito y firmar, una valija olvidada en la huida, con más de dos millones de dólares en efectivo y títulos valores. Con esa prueba aportada por él mismo, el mandado estaba hecho. Aún en un juicio muy limitado, ya que se circunscribía a los delitos que fueron parte de la condena que se le dictó en los Estados Unidos, en el juicio de extradición, de allí que ni asesinatos, ni torturas, ni persecuciones podían invocarse por el Estado venezolano.
Con todos estos ingredientes, que no podemos aceptar como atenuantes y si le sumamos una hábil política propagandística, gracias a la cual se le atribuyeron, y aún sus lacrimosas viudas le atribuyen, todas las cinticas inaugurales que cortó, en obras públicas o privadas, sin importar quiénes las planificaron, financiaron o construyeron, en gran parte o la totalidad de ellas. La fábula del gran constructor se vendió y muchos venezolanos la compraron.
Hasta allí el fenómeno es explicable, más aún en una época en la cual un régimen estéril, sin obra alguna y que dilapidó, robó o regaló más de tres veces la sumatoria de lo que recibieron en divisas todos los Gobiernos del siglo XX, desde Cipriano Castro hasta Caldera II, cifras inconcebibles, desmesuradas, feéricas. Ha tenido hasta el delirio de atribuirse (en textos escolares patrocinados por el Ministerio de Educación) no solo la nacionalización petrolera y del hierro, realizadas por Carlos Andrés Pérez en su primer Gobierno 1973-1978, sino que, puestos a falsificar, se atribuyeron el Decreto de Educación Pública Gratuita y Obligatoria del 27 de junio de 1870, dictado por el abogado y General Antonio Guzmán Blanco. En esa óptica enajenada, en esta sociedad amorfa, ¿por qué nos extraña que los twitteros atribuyan a Pérez Jiménez el Gury y las mayores obras de infraestructura, de carreteras, de hospitales, de centros educativos y universidades que nos dejaron los 40 años de democracia civil?
Ahora bien, toda esa locura de un país que se deshace, se agrava por lo que revela, ese desarreglo colectivo, esa dislexia intelectual ¿qué nos recuerda? Precisamente los orígenes del drama actual. Si analizamos uno por uno los elementos en poco o nada difieren del desarreglo social de una colectividad que fue capaz de elegir a un sociópata delirante que se cargó al país. ¿A dónde vamos? Es deseable disfrazar a Guaidó, o a Capriles, de “Capitán America” y llevarlo en hombros a Miraflores o a Irene Sáez de Mary Poppins, para que lleve a una nación de párvulos bobos al colegio. No lo creo.
Claro está que Marcos Pérez Jiménez fue mejor, muchísimo mejor, que esta caterva de demoledores ¿Es que es posible ser peor que esto? Siempre es posible empeorar, pero debe ser dificilísimo. Pérez Jiménez al menos fue firme en la preservación del territorio nacional, sus desmanes y orgías buscaron las lejanas playas de La Orchila; sus muñecas importadas, hasta alguna artista de cine famosa, con todo y motonetas; pero, nadie puede acusarlo de sahumerios, misas negras, paleros y brujos. Un cierto decoro se mantenía, Ni de arrastrarse ante otros Gobiernos o países, ni regalarles la llave del erario público. Tampoco manoseaba al Libertador, ni jugaba al Zorro con la Espada del Perú, ni traficó con drogas, ni apadrinó terroristas y subversivos extranjeros. Fue un asesino, fue ladrón, fue entreguista en materia de concesiones petroleras, dejó un analfabetismo del 50% y, con todo ello, estos son peores, pero la inalcanzable infamia de esta banda criminal no lo exime de “sus pecados suyos”, como probablemente diría Guzman Blanco (yo pienso con mi cabeza mía). Añorarlo es criminal, además de inútil. El reto es avanzar, rechazar la trampa del menos peor, buscar la excelencia y luchar por ella.
Existe un muy serio trabajo de la Asociación Civil Primer Poder. Allí con cifras tomadas únicamente de las memorias oficiales, comprobables, verificables, se desmonta en forma nítida el espejismo perezjimenista y evidentemente la farsa chavo-madurista. Es un trabajo independiente, sin color político, ni intereses particulares, son hechos y “los hechos son tercos”. Ya basta, a pisar firme, Venezuela merece tener un futuro y ese porvenir no tiene porqué hipotecarse a ningún pasado, tiene que ser mucho mejor, ese es el reto del hoy y del mañana, solo les pido a mis conciudadanos que no se dejen embaucar nunca más. Nada de espejos trucados, a cara descubierta. Hay que rescatar el porvenir. Dios nos asista.
Ítaca 9 de noviembre de 2019.
Alfredo Coronil Hartmann es un prestigioso escritor, poeta, abogado y politólogo venezolano. Cuenta con una larga trayectoria y un número importante de obras publicadas. Puedes seguirlo en @coronilhartmann