Por Asier Morales Rasquin
Hay una trágica forma de adhesión política, acaso la más superficial, que se asemeja al apego de un apasionado hincha deportivo por “la camiseta”. El compromiso hacia los símbolos del equipo nos dice que lo fundamental no es la calidad técnica del mismo, su historia o la capacidad de algunos jugadores en particular porque, aunque todo ello es importante, resulta secundario en comparación a la identidad provisional que otorga la camiseta. El heroísmo del aficionado vehemente consiste en conservar la fidelidad a pesar de los errores del equipo, las fallas en el juego, las eventuales actitudes incorrectas e, incluso, la penosa derrota. La conversión a un equipo diferente es percibida como una traición imperdonable o, peor aún, como la completa banalización del propio juego.
En esta ocasión comentaré algunos de los procedimientos emocionales que abonan en terreno a la intransigencia política.
Ellos y nosotros
Todos hemos evidenciado el desbordamiento emocional que el fanatismo es capaz de generar. La versión más caricaturesca es la enconada pelea del abuelito contra la pantalla del televisor. Las dinámicas deportivas son un excelente ejemplo del surgimiento de la identidad grupal, es decir, quiénes somos “nosotros” y quiénes son “ellos”, incluyendo la profunda sabiduría de mantener a la derrota y con ella a la humildad constantemente a la vuelta de la esquina.
La aparente frivolidad que encontramos en la lealtad a un equipo, se torna peligrosa en el terreno político-partidista y el mecanismo clave es el de identificación. El proceso por medio del cual decidimos que pertenecemos a un grupo en particular (algo que demasiadas veces sucede sin que nos demos cuenta) incorpora elementos de sobrevivencia y comodidad psicológica. Nos ahorra la cansada exigencia de revisar la información existente, nos ayuda a simplificar casi todos los asuntos y nos permite reducir abusivamente cualquier fenómeno usando las herramientas de las que disponemos, ya sea que apliquen al caso o no.
No simplificamos solo por holgazanería: el cerebro tiende espontáneamente a organizar la realidad de la manera que supone más adaptativa. El problema proviene del enquistamiento, es decir, de la incapacidad para apreciar en qué punto ciertos principios dejan de aplicar a la realidad que enfrentamos, pero no siempre los revisamos por temor al vacío que representa la ausencia o movimiento de premisas elementales.
En este asunto todos los seres humanos tenemos aspectos que podríamos catalogar de “conservadores”, que generalmente se esfuerzan por el mantenimiento de la perspectiva propia; junto a otros aspectos “revolucionarios”, que tienden a señalar como caducos los andamiajes conceptuales de los demás, los de los otros equipos, que suponemos incapaces de soltar o de revisar sus propios planteamientos.
Estos procesos son naturales, pero podemos empezar a apreciar las complicaciones de la superficialidad deportiva aplicada a la afiliación política, porque encaramos las dinámicas del fanatismo.
Superficialidad y fanatismo
En algún punto, la comodidad comentada no solo genera que seamos incapaces de revisar la validez de nuestras propias concepciones, sino que invita a abandonar todo interés en conocerlas, entenderlas y comunicarlas apropiadamente. Son aceptadas en automático con el fin de demostrar la fortaleza de una fidelidad que se hace crecientemente ciega de eso a lo que es leal. Al fanático-superficial no le concierne entender qué propone su “equipo”, ocasionalmente tampoco quién lo dice ni las consecuencias de lo que plantea, solo le preocupa “ganarle al equipo contrario”.
En estas circunstancias resulta imposible ejecutar cualquier ensayo de diálogo genuino, no por una elevada convicción con respecto a los propios principios, sino por la falta de comprensión de los mismos, junto a un exceso de fervor por defenderlos.
El peligro al que me refiero tiene dos direcciones. Una de ellas ya la he señalado: la negativa a revisar las propias ideas, contrastarlas, investigar su eficiencia o daño potencial. La otra, tal vez más espeluznante aún, es el desconocimiento de la transitoriedad de la identidad ofrecida por la camiseta. Cuando un aficionado no se la quita nunca, quienes forman parte de su entorno tienden a preocuparse por él. No ser capaz de vislumbrar hasta dónde aplica la identificación con un equipo, con un color político o con cualquier otro sector de la vida, es un género de locura.
Si el terreno es político, estar tan obcecado con la derrota del enemigo que toda conversación, relación personal, trabajo y actividad están obligados a desembocar en la defensa del ideal propio revelan rigidez y desmesura. Precisamente del tipo que es capaz de motivar el traspaso de límites naturales, personales y sociales. Es decir, violencia por razones políticas.
El problema es una profunda inseguridad
No es difícil dibujarnos la psique de quienes se ven descritos por estas características. En primer lugar conseguimos inseguridad y ansiedad casi insoportables con respecto a sí mismos. Hay demasiado que probar y cierta desesperación por forzar los cambios que “demostrarían” una retorcida y costosa victoria.
En el camino, se van sacrificando no solo los elementos de la propia personalidad que no se someten al dictador-interno-inseguro, sino que también será quemada en la hoguera cualquier estructura pública o privada que encuentren en el camino, ocupando el rol de un fantaseado enemigo. Un movimiento completamente absurdo y sintomático, que se intentará justificar de alguna infantil manera.
Pocas veces somos capaces de colaborar en el alivio del núcleo del problema, sobre todo cuando este se presenta con la ciega fuerza que caracteriza a los fenómenos emocionales de masas. Tal núcleo es un vacío de identidad personal acompañado de una gigante ansiedad por llenarlo de alguna manera. Podemos albergar la esperanza de que entenderlo y estudiarlo pueda iniciar el proceso de búsqueda por aliviarlo.
Asier Morales Rasquin es psicólogo clínico, psicoterapeuta, egresado de la doble diplomatura en Economía de la Escuela Austríaca de la Universidad Monteávila de Caracas e investigador del Centro Juan de Mariana de Venezuela.