Por Javier Silva Salas
A menos de tres meses para el plebiscito constitucional de abril en Chile, ya es posible visualizar cuáles son los argumentos y las estrategias de los dos grandes bandos en tensión.
La madrugada del 15 de noviembre de 2019 quedará en la historia como el día en que se dio un golpe al hígado a la actual Carta Fundamental, una especie de golpe de Estado de guante blanco o bien de guante invisible o fluido, si lo ponemos en matriz de la postmodernidad.
Desde ese momento, comenzaron a articularse las posiciones. Por un lado, la izquierda (incluida aquella que se encuentra en los partidos de derecha) encontró terreno fértil para aquello que por décadas ha querido: desmantelar la institucionalidad chilena para imponer un modelo de sociedad de servidumbre y pobreza.
La derecha, pasmada viendo cómo sus ideas fueron derrotadas por ellos mismos, solo ha podido responder al ataque de manera reactiva y casi nula de ideas.
De ganar el “Apruebo” el plebiscito, nos hará partir de cero. Ese afán siempre fundacional de la izquierda latinoamericana contagiará a nuestro país. El resultado será claro: una constitución extensa, promotora de ideas descabelladas e inmorales como la justicia social o derechos sociales. Y en el caso de no haber acuerdo en la Asamblea Constitucional, serán leyes de quorum simple las que regirán. Arriesgan perder su autonomía o incluso desaparecer instituciones como el Banco Central, Contraloría, Fuerzas Armadas, Tribunal Constitucional o el Consejo Nacional de Televisión.
¿Tamos claros? ?
Derrotaremos la violencia con democracia. Una rayita en el voto puede más que mil incendios ??#NoGracias?? pic.twitter.com/Q6fcd5PMy6
— No, gracias?? (@nogracias2020) January 20, 2020
Por otro lado, suben las opciones para que el derecho al trabajo, a la salud o educación, vivienda, transporte (o incluso a tener Netflix) queden consagrados a nivel constitucional. La izquierda no nos dice que no existe tal cosa como los derechos sociales, pero sabemos que esos derechos sociales son solo servicios entregados por el Estado; y ya conocemos la (mala) calidad de servicios que entrega.
Votar “Rechazo” tampoco nos entrega un buen panorama, los políticos que promueven esta alternativa son los mismos que se sentaron a negociar con la izquierda golpista ese fátidico 15 de noviembre. La derecha, de manera timorata pide “rechazar para reformar”, algunos comandos que ya se organizan para votar “Rechazo” lo hacen diciendo “no es de esta forma, es con reforma”. Con todo, de ganar esta opción en abril tendremos de inmediato al Presidente y a sus secuaces presentando un proyecto de reforma Constitucional tan malo como el que nos quiere imponer la izquierda.
Pienso que es de justicia dejar claro que el acuerdo en tema constitucional parte por reconocer mayoría en favor del Rechazo (para Reformas), para después manifestar libertad de acción para minoría que está por la otra opción. Unidad en la diversidad, con las cosas como son. pic.twitter.com/GTXskBxKRX
— Diego Schalper (@Diego_Schalper) January 26, 2020
Con ese escenario, no hay mucha alternativa. Votar por una opción es llegar de inmediato a un estado gigante e interventor; votar por la otra, solo hará que arribemos al mismo resultado pero en cámara lenta.
La actual Constitución reconoce y protege la libertad individual; entiende a la democracia como un medio y no como un fin; y aspira a un Estado que actúa solo cuando las personas no pueden o no quieren hacerlo. Quienes la defendemos no tenemos opción para este 26 de abril, estamos derrotados frente a los dos grupos que hoy monopolizan el debate.
Ambos grupos -todos de la élite, por supuesto- quieren matar a la Constitución, nadie la defiende, nadie cuenta los grandes logros que hemos tenido como país con las instituciones de la libertad que en ella quedaron plasmadas.
Chile agoniza, la muerte del país de las oportunidades está a la vuelta de la esquina; los cómplices serán los políticos que hoy van por el “Apruebo” y por el “Rechazo”.
Javier Silva Salas es cofundador del centro de estudios chileno Ciudadano Austral