Por Andrés Villota Gómez
Desde antes de la aparición del Estado-Nación, los monarcas tuvieron que acudir a merchant bankers (una forma primigenia de los actuales banqueros de inversión, como Jakob Fugger o Antón Welser) para que les prestaran dinero, encomendarles la construcción de infraestructura civil o para que les financiaran guerras. La relación de dependencia entre la riqueza de los particulares y la actuación de los gobernantes ha sido una constante en la historia, incluso desde antes del surgimiento del capitalismo.
El nacionalsocialista Adolf Hitler, por ejemplo, tuvo que acabar con su discurso socialista (recogido hoy por el progresismo) antiempresa, antiempresarios y anticapitalismo porque muy pronto se dio cuenta de que ganaba el apoyo de los obreros pero perdía las fuentes de financiación que necesitaba para cumplir con sus planes expansionistas.
Los Estados han dependido de las empresas privadas y de los particulares para funcionar y hacer inversión social. Por eso, han sido ricos o pobres en la medida que las empresas tributan más o menos y que los particulares le prestan más o menos dinero. Los ingresos de los Estados derivados de las empresas públicas disminuyeron de manera significativa o se acabaron con los procesos de privatización ocurridos en el mundo durante la segunda mitad del siglo pasado.
En aventuras neocomunistas (como la de Venezuela, México y ahora España) se está demostrando el papel determinante de las empresas privadas en la financiación del Estado que demanda altos volúmenes de capital para poder sufragar el inmenso gasto público que genera el vetusto modelo comunista que, en la práctica, es insostenible en el mediano y largo plazo.
Ante el éxodo de las empresas privadas y la fuga masiva de capitales, utilizar a las pocas empresas que siguen siendo empresas estatales como fuente única de ingresos ha sido un catalizador de la debacle económica de Venezuela, por ejemplo. Se utiliza la caja y los ingresos del negocio para financiar la permanencia del régimen se acaba con la reinversión de las utilidades, se deja de cumplir con el objeto social de la compañía y se contrata a personas que no son idóneas o competentes, pero eso sí: afines a la ideología política del gobernante de turno, la receta perfecta para la quiebra económica de cualquier empresa.
Robert Cox dijo que las capacidades materiales son la base para las ideas y las instituciones. En Colombia aplicamos la Teoría de Cox, pero al revés: redactamos una Constitución basada en las ideas de países inmensamente ricos y creamos instituciones en consecuencia, para otorgar, promover y proteger derechos propios de sociedades con quince siglos de creación y acumulación de riqueza.
La Constitución política colombiana de 1991 llenó al Estado de cargas y responsabilidades que exigieron el endeudamiento público a través de un mercado de deuda pública local, creado al poco tiempo de promulgada la Constitución. Por eso la mayoría del ahorro de los colombianos que trabajan y producen, se lo prestan al Estado (vía TES), excluyendo al mercado de capitales local de la posibilidad de financiar a las PYMES y a las empresas de los jóvenes emprendedores.
Por la globalización, los jóvenes colombianos adoptan como propio el discurso facilista de los jóvenes europeos de no trabajar, de no producir y de no explotar los recursos naturales, jóvenes cuyos ancestros llevan quince siglos explotando los recursos naturales del mundo y acumulando la riqueza fruto de su explotación. Ese discurso va en contravía de las capacidades materiales que un Estado pueda tener para darle educación gratuita para todos, por ejemplo.
Antes de pensar en repartir la riqueza en nombre de una mal entendida “justicia social” en la que unos pocos trabajan y producen para que el resto de la población pueda tener una vida digna, primero se debe crear la riqueza. Jamás vamos a llegar a ese mundo ideal para los jóvenes si siguen empeñados en permanecer en las calles, exigiendo los mismos derechos que tienen los suecos, desestabilizando al país y haciendo paros cada semana que alejan a la inversión local y extranjera tan necesaria para que, algún día, Colombia sea igual a Suecia.
Andrés Villota Gómez es consultor en temas de inversión responsable y sostenible, y es excorredor de bolsa con más de 20 años de experiencia en el mercado bursátil colombiano