Por Esteban Arias Suárez
Hace unos meses, en Perú hubo una polémica porque en McDonald’s murieron dos trabajadores electrocutados y algunos medios de comunicación omitieron el nombre de la empresa cuando informaron sobre esta noticia. Asimismo, en las elecciones congresales 2020 de este país, existieron candidatos que tuvieron una gran cobertura en los principales medios y otros que apenas aparecieron.
Lo que tienen en común estas dos situaciones es que en ambas un aspecto de la democracia, el acceso a información completa y transparente, se ve alterado por los encuadres (framing) que le dan los medios de comunicación a dicha información. En el segundo caso, las consecuencias son de especial preocupación, pues esto influye en la decisión de voto del ciudadano, que es uno de los aspectos básicos que caracteriza al concepto de democracia.
Estos hechos se comprenden mejor si se toma en cuenta que en Perú existe una gran concentración de los ingresos y de la propiedad de los medios de comunicación, sobre todo en la prensa escrita y en línea. Además, como señala la organización internacional Reporteros Sin Fronteras (RSF), en este país los periodistas pueden sufrir represalias –en ocasiones severas– cuando se refieren a temas como los conflictos sociales y los problemas medioambientales, si denuncian casos de corrupción o la infiltración del narcotráfico en entidades del Estado. Esta entidad explica, además, que las leyes contra la difamación son una de las principales amenazas para la libertad de prensa, pues constituyen un medio para intimidar a los periodistas mediante procesos judiciales, que son numerosos y sobre todo en las regiones más aisladas.
Pero Perú es solo un ejemplo más en la región. En América Latina existe una concentración de medios tal que perjudica el criterio de elección democrática de los ciudadanos (en diversos aspectos, no solo el electoral). El Monitoreo de la Propiedad de Medios de RSF explica como, por ejemplo, en Argentina, los cuatro conglomerados más grandes concentran casi la mitad de la audiencia nacional en todos los soportes y el 25 % de toda esa audiencia está en manos de un solo grupo.
En Colombia, por su parte, solo tres grupos de medios controlan el 57 % del contenido al que la sociedad puede acceder en radio, televisión, medios impresos y en línea.
La situación de México no es muy diferente, los medios no se pueden separar de la política: la mitad del presupuesto estatal para publicidad oficial se asignó solo a un número limitado de grupos de medios existentes en el país.
Y la región ha vivido décadas, y en algunos casos hasta siglos, en esta situación. En los últimos años se han venido experimentado grandes movilizaciones, protagonizadas sobre todo por las clases medias, que están exigiendo cambios estructurales en las naciones. En dicho contexto, como señaló la académica Helena Martins, es clave resignificar el rol que estos medios han tenido para definir las agendas (agenda setting), los debates, la parcialidad de la transmisión de la información y la vigilancia hacia los Gobiernos.
Se debe buscar un espacio donde la diversidad de opiniones construidas se puedan canalizar con un alcance masivo. Porque, naturalmente, si buscamos una sociedad más libre, ello implica que los medios de comunicación sean también más libres. ¿Y qué implica eso? Pues por un lado, que no estén cooptados por Estados y, por otro, que estén en igualdad de competencia sin que se aumente significativamente su concentración.
Pero para lograr eso, hay requisitos. Me referiré a algunos de ellos.
La madre de la solución a esto (y a muchas otras cosas), lo más estructural, es que se necesita fortalecer la institucionalidad. Esto soluciona cualquier tipo de concentración excesiva pública o privada de la gestión de los recursos, de manera que sean más los ciudadanos que puedan intervenir en la dirección y uso de estos. La manera más directa es mediante una separación de los poderes efectiva, que implique un sistema judicial independiente que funcione, que proteja realmente a las víctimas y actúe por igual aunque los juzgados tengan dinero, fama o contactos (verdadera igualdad ante la ley).
También se necesita que desde los Estados se incentive a las pequeñas y medianas empresas que propongan medios físicos y virtuales de comunicación, de modo que se genere mayor competencia. En ese aspecto, las relaciones bilaterales internacionales entre medios y sus asociaciones son clave para su fortalecimiento.
Ahora bien, vivimos en un contexto donde la globalización permite la entrada de mayores medios virtuales, la expansión del internet y del acceso a información. Este debe ser el principal aliado para lograr estos objetivos. El desarrollo de las tecnologías y, a su vez, de las industrias tecnológicas de los países deben apuntar, entre otros asuntos, a este fin.
Por otro lado, la presión ciudadana puede, y de hecho con mucha eficacia, ayudar a este propósito. La sanción social hacia medios que concentren mucha información o hacia Estados (o gobiernos de turno) que coopten este espacio no debe cesar.
Pero para que un cambio en la práctica se dé, es necesario también que las mentes de las personas estén listas para eso. En ese sentido, en el sistema educativo tanto público como privado se debe entrar también a esta corriente. Lo primordial tendría que ser la diversificación de los medios de información de las currículas educativas de los colegios: utilizar fuentes como Youtube u otros medios académicos o independientes de la web es clave para esto. Además, se deben proponer análisis de distintas posiciones ideológicas para enriquecer el pensamiento crítico (y así entrenar a la mejor facultad para discernir).
Finalmente, el ámbito educativo también debe incluir al nivel superior (universitario y técnico). Es necesario, por ejemplo, que en carreras como periodismo y comunicaciones, pero también en toda aquella donde se busque difundir información, se enseñe sobre la labor ética del periodista; es decir, que se analice, se practique y se llegue a la conclusión de que lo mejor para el ciudadano y el desarrollo de su raciocinio será introducir e impulsar el debate en los medios de comunicación, independientemente de los intereses particulares de los grupos de poder.
En un mundo donde la información es tan plural y diversa, dudar y fomentar la duda es, pienso yo, una de las formas más eficientes de acercarse a la verdad.
La institucionalidad, factor crucial para elevar la calidad de vida, se terminará fortaleciendo cuando los ciudadanos adopten costumbres que generen mayor desarrollo. Y un mejor acceso y difusión de la información no es una excepción a esta fórmula.
A eso apuntemos.
Esteban Arias Suárez es politólogo de la universidad Antonio Ruiz de Montoya con interés en gestión de políticas públicas, política exterior, relaciones internacionales e investigación.