Por Ángel Manuel García
De acuerdo con el Centro Europeo de Control y Prevención de Enfermedades, se han registrado ya unos 194.909 casos del coronavirus codificado como COVID-2019 en todo el planeta, estando entre los primeros puestos del ranking países como Italia y España (siendo el primero el foco originario China).
Atendiendo a las estadísticas y registros que circulan, lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera como “pandemia” se ha ido expandiendo por varios países del continente europeo (aunque la intensidad y las evoluciones logarítmicas no sean necesariamente las mismas). Por ejemplo, Francia, Reino Unido, Austria y Polonia.
A la vista del desbordamiento de la situación en Italia y de la réplica de la misma en España, algunos gobiernos europeos comenzaron a adoptar medidas por sí mismos, tales como el cierre fronterizo o la restricción de viajeros procedentes de áreas con focos relevantes (no fue todo una mera salida de la derecha identitaria).
Pero no quiero dedicar el artículo a lo que puede considerarse como una mera analítica expositiva de medidas adoptadas en distintos países para tratar de contrarrestar la propagación del COVID-2019, sino señalar ciertas “disonancias cognitivas” que uno puede apreciar en las actitudes del establishment progre-socialdemócrata.
Nunca antes se había apostado por un contundente cierre de fronteras
La propaganda eurosoviética, con sus correspondientes tontos útiles, ha tenido un punto consistente en la afirmación de la “libertad de circulación” entre europeos, por tan solo ser miembro de lo que oficialmente denominamos como Unión Europea, por medio del llamado “Tratado de Schengen”.
Cuando alguna voz disidente del guión del establishment eurosoviético ponía de manifiesto su consideración sobre el restablecimiento del control fronterizo intracontinental (restablecimiento de las fronteras nacionales) o la necesidad de reforzar los controles migratorios, han saltado las alarmas, rápidamente saltaba el agitprop intimidatorio-censor.
Cuando en 2015 comenzó la crisis de los llamados “refugiados” (una invasión musulmana en toda regla), los integrantes del Grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia) manifestaron su oposición a dejarles entrar (sus sociedades marcaron este rumbo, ya fuera por motivos nacionalistas o, como en el caso polaco, de fe).
Esta situación supuso un impulso electoral no solo para el refuerzo de Orbán y el voto favorable al Brexit (de por sí, muchos británicos eran críticos con las injerencias políticas bruselitas), sino también para el auge de movimientos identitarios y nacionalistas como el FPÖ austriaco, el Frente Nacional francés, el PVV neerlandés y la AfD teutona.
Pero esto no le hacía ninguna clase de gracia a la eurocracia (tampoco pese a la amenaza del Estado Islámico, considerablemente notoria en Europa occidental, donde hay bastantes proporciones de musulmanes, y cierto riesgo de islamización; véase, por ejemplo, la extensión de no-go zones en Reino Unido, Alemania y Suecia).
De hecho, han tratado de buscar alguna que otra excusa para intervenir (denegando también el correspondiente derecho de voto en instituciones eurocráticas) países como Hungría y Polonia, pero no solo por oponerse a esto, sino también por haber una determinada resistencia al avance de la cuarta fase revolucionaria.
En cambio, en este mes de marzo, a raíz de la “crisis del coronavirus” (que no en relación a la amenaza invasora de Erdogan, mandatario del Estado turco, un aliado de la eurocracia soviética), parece que han cambiado de parecer tanto en Bruselas como en alguno de esos gobiernos aliados de George Soros.
Cierres de fronteras tanto interiores como exteriores, para “contener” el virus
La Comisión Europea, dirigida por la merkeliana Ursula Von der Leyen, ha llegado a proponer el cierre de las fronteras exteriores comunitarias, yendo a durar la medida, en principio, una treintena de días. No hubo oposición a la medida por parte de Estado-miembro alguno.
De hecho, gobiernos como el alemán, el francés y el español han ordenado cierres de fronteras (cierto, aunque, en su día, bien unos u otros, se hicieran fotos con refugiados, apostaran por no reforzar la seguridad fronteriza en Ceuta y Melilla o se mantuvieran impasibles ante el caos causado por ciertas personas en el paso de Calais).
Además, ha habido decisiones de “cuarentena masiva”, basadas en el confinamiento masivo de toda la población. Esto contempla, por ejemplo, el decreto de declaración del Estado de Alerta en España, que solo permitirá movimientos para satisfacer necesidades básicas, aparte de paralizar en seco la actividad económica.
Pero nadie ha dicho nada. No se ha hablado de los “derechos humanos”. Tampoco han saltado los distintos tentáculos de la Open Society cuyo corazón gestor y financiero ese el dizque “filántropo” George Soros, un sujeto que es toda una amenaza, ya que es un catalizador de esa Revolución que busca subvertir el orden natural divino. ¿Por qué?
¿Un campo de ensayo para el “Estado Policial”?
Nadie dice que no haya que adoptar precauciones ante un virus que se propaga con más rapidez que por ejemplo el primer SARS y que puede ser más dañino (aunque bastantes afectados se estén recuperando, siendo los más vulnerables los ancianos y determinados enfermos), independientemente de lo que se considere sobre el criterio de Boris Johnson.
Conviene, como mínimo, resguardarse y adoptar precauciones si se presentan determinados síntomas, así como proceder a la desinfección de áreas y el control allí donde puede haber un foco algo considerable, o usar mascarillas. Más o menos lo que se vino haciendo en países próximos como Corea del Sur, Taiwán y Singapur.
Pero es que aquí se está demostrando que el Estado solo puede dar lo mejor de sí, actuando, si es el caso, tarde, y siempre mal. En el caso español, se nos mintió por parte del Gobierno de España, sin haber ningún llamamiento a la toma de precauciones (algo que sí ocurrió en Reino Unido, bajo la asesoría de Patrick Vallance).
Se está aprovechando una crisis para estrangular por completo a la sociedad (cuya irresponsabilidad es fruto de la confianza en un Bienestar del Estado que, como vemos, no da valor a las vidas de enfermos, no nacidos y ancianos), impidiéndole desarrollarse y ser responsable.
Con la excusa del coronavirus, algunos verán oportunidad para disparar más los niveles de deuda pública y las regulaciones de precios y del mercado laboral, incluso para desincentivar el ahorro. De hecho, en general, no es nada de esto una cosa exclusiva del Frente Popular español.
De hecho, en mi opinión, no solo se está intentando allanar el camino para reconocer, al menos en la Eurozona, una recesión esperable. Pero nadie rectificará. Pensarán en cómo continuar el camino hacia el “gobierno único global”, en intervenir más la economía, en reforzar el papel de la banca central (cuestionando el dinero en metálico).
Así pues, ya concluyendo, esa “disonancia” puede tener sentido en la medida en la que, progresivamente, buscan que sintamos una dependencia mayor del Estado. E insisto, el coronavirus (creado por una tiranía comunista con intereses neomalthusianos) no es sano, pero aprovechan para la ingeniería social pro-revolucionaria.
Ángel Manuel García Carmona es responsable de redes sociales de la Editorial Tradicionalista