Por Luis Caicedo
La historia oficial del COVID-19 en Ecuador empezó el día 28 de marzo, cuando el Gobierno ecuatoriano, a través de la ministra de Salud, Catalina Andramuño, informó la detección de la primera persona infectada. Según la ministra, se trató de un caso importado. La paciente fue una mujer ecuatoriana de 71 años de edad que llegó desde España el pasado 14 de febrero, que al momento de su arribo no presentó ningún síntoma, pero que, días después, tuvo fiebre y malestar general, por lo que sus familiares la llevaron a una casa de salud. El 27 de febrero se le practicaron las pruebas, dando positivo para el nuevo COVID-19.
La crisis provocada por el coronavirus desnudó las falencias de un sistema de salud que el Gobierno presidido por Rafael Correa, mediante diez años de propaganda oficial, pretendió construir y vender a la población como un exitoso modelo de inclusión social, pero que nunca lo fue. Esa realidad se ha visto brutalmente reflejada en el inusitado crecimiento del contagio que hoy afecta al país, en especial, a la ciudad de Guayaquil, en donde se concentran la mayoría de casos, con historias tan dramáticas que parecieran haber sido sacadas de una película de terror.
Usuarios de las redes sociales han filtrado imágenes verdaderamente desgarradoras que rompen el corazón y quiebran el espíritu. Aquí, tanto médicos como autoridades se encuentran desesperados sin saber qué hacer ni cómo ayudar a una multitud de infectados que están a punto de colapsar. Además, cada día, entre los médicos y las autoridades aumenta la impotencia y el temor de ser contagiados y morir a causa del virus que combaten. Al momento de escribir este artículo, más de 80 médicos han fallecido, hay decenas de ellos contagiados; otros han renunciado a sus puestos o simplemente se refugiaron en sus casas y solo atienden desde allí por teléfono, pues no quieren seguir exponiendo sus vidas y sus familias ante la amenaza cierta de un enemigo que ya ha matado a muchos de sus compañeros.
La carga viral
La carga viral en la ciudad más poblada del Ecuador ha llegado a ser de tal magnitud que prácticamente no hay sitio seguro. Los infectados están en cualquier sector y son de todos los niveles socioeconómicos. Desde líderes políticos como la alcaldesa de la ciudad, Cynthia Viteri, pasando por empresarios, banqueros, médicos, periodistas, hasta estudiantes, empleados domésticos, vendedores ambulantes, etc., muchos de los cuales no sobrevivieron al virus. Incluso conocí de una muy buena fuente que el exalcalde de la ciudad Jaime Nebot tuvo un cuadro grave de COVID-19, pero que lo superó en forma reservada y con un gran costo.
En principio, la teoría decía que esta enfermedad no afectaba los jóvenes ni a personas en buen estado de salud, pero la realidad ha descartado esas ideas, pues la estadística da cuenta de que el mayor número de contagiados está entre las edades de 20 y 40 años que luego del contagio entran en crisis y mueren, a pesar de haber estado sanos. Al día de hoy, 9 de abril de 2019, la cantidad de afectados es tanta que la capacidad hospitalaria de la ciudad ha sido ampliamente superada, hasta el punto que las clínicas y hospitales se encuentran saturados y no pueden recibir más pacientes. Así, en los casos en que alguno es recibido, estará en la lista de espera de la emergencia entre dos y tres días, pues los cupos se asignan según orden de llegada, cuando un paciente muere o es dado de alta.
Acerca del COVID-19
El COVID-19 es la enfermedad producida por el coronavirus. En realidad es mucho más dañina y letal de lo que nos habían contado. Según el doctor Gustavo Behr, médico de la clínica San Francisco, uno de los centros de salud que más éxito ha tenido en tratar pacientes con COVID-19, este virus puede instalarse en el bulbo raquídeo y afectar el sistema nervioso; por esa razón suele producir alteraciones, tales como la pérdida del olfato y gusto, dolores musculares, crisis de tos y hasta paro respiratorio; además, puede afectar órganos, tales como, los pulmones, el hígado o los riñones y, por supuesto, las vías respiratorias.
Durante la primera etapa del contagio sus síntomas pueden ser: fiebre intermitente, tos seca, anosmia (pérdida de olfato y gusto), mialgias (dolores o molestias que pueden afectar a uno o varios músculos del cuerpo), diarrea, cefalea (dolor de cabeza intenso y persistente). Ya en la segunda fase habrá dolor agudo en el tórax, fatiga, crisis de tos, disnea (ahogo y dificultad para respirar). Allí es cuando el paciente debe ser ingresado a una unidad de cuidados intensivos para recibir tratamiento. Generalmente, las personas contagiadas que mueren sufren un paro respiratorio o neumonía.
Este virus se comporta de manera diferente entre un paciente y otro, por lo que no todos presentan los mismos síntomas. La doctora Sylka Sánchez, quien sufrió un contagio leve, al describirme su experiencia, comentó que estos pueden ser muy sutiles y pasar inadvertidos. En su caso, ella presentó síntomas tales como leve malestar en el cuerpo, leve sensación de fiebre y escozor en los ojos y fosas nasales; en tanto que su esposo, quien también resultó contagiado, sufrió síntomas un poco más graves, presentando fiebre, dolores musculares, dolor agudo en el pecho y crisis de tos.
El drama de la atención médica
En estos momentos, Guayaquil tiene un muy elevado número de pacientes buscando atención médica. Además, hay muchos profesionales de la salud contagiados y otros que han optado por el autoconfinamiento debido a que temen contagiar a sus familiares. Sumado a esto, la alarma social por la crisis ha provocado una demanda inusitada de medicamentos, mascarillas, guantes, oxígeno y demás elementos necesarios para prevenir y tratar el COVID-19, lo que ha generado escases de todos los productos, en especial, de medicinas para el tratamiento.
Hoy por hoy, conseguir medicamentos u oxígeno puede ser una labor imposible para los familiares de los afectados. Paralelamente, el sistema público de salud no tiene capacidad para cubrir toda esa demanda, por ello, quienes tienen posibilidades económicas deben pagar entre 1 500 y 2 500 dólares diarios por recibir atención médica en la unidad de cuidados intensivos de una clínica privada, que en algunos casos puede extenderse por más de una semana y sin ninguna garantía de que el paciente logre sobrevivir al virus. En tanto, quienes no pueden pagar simplemente mueren en las salas de emergencia de algún hospital público o en su casa.
El drama después del deceso
La muerte de la persona contagiada no acaba con el drama para su familia, pues, debido a la cantidad de decesos, retirar el cadáver de un ser querido puede ser toda una odisea. Si una persona muere en un hospital privado su cuerpo no se entrega a los familiares, sino que es retirado directamente por la funeraria para ser enterrado, trámite que puede demorar hasta siete días. Si muere en un hospital público, el trámite de retirar el cuerpo puede demorar varios días; en algunos casos, los familiares no logran encontrarlo y este es puesto en un contenedor refrigerado o inhumado en una tumba común. Conocí el caso de una amiga mía que perdió cuatro miembros de su familia por COVID-19 en tres días y nunca pudo retirar el cuerpo de su padre ni el de su hermano. En los casos en que la persona muere en su casa, el retiro del cadáver por parte de la policía o de algún organismo autorizado puede llegar a tardar hasta más de diez días.
Asimismo, el precio de un simple ataúd de madera, en tiempos de COVID-19, puede ser de entre 1 000 y 1 500 dóalres, sin incluir los servicios exequiales. Sin embargo, aun a ese precio no será fácil de conseguir uno, debido a la escasez; tanto que la Asociación de Cartoneros del Ecuador donó al Municipio de Guayaquil 1 000 ataúdes de cartón corrugado como solución emergente al problema. En cuanto a los hornos crematorios en la ciudad, estos están saturados y el precio del servicio, incluyendo urna y nicho, puede llegar a los 2 000 dólares y el solo traslado de un cuerpo puede costar 200.
Lo que disparó el brote en Guayaquil
Como ya es conocido, el mayor número de contagios y muertes por COVID-19 en toda la región están en la ciudad de Guayaquil. Su caso es bastante particular debido a que el mayor foco de contagio comunitario se dio entre personas de la alta sociedad. Personalmente, tuve acceso al audio de un diálogo telefónico entre una de mis fuentes y un alto dirigente político del Ecuador. Este, en esa conversación le cuenta cómo fue que la indolencia e insensatez de ciertas personas que habiendo llegado del exterior, procedentes de países con alto número de contagios y conociendo los riesgos, desobedecieron las recomendaciones de las autoridades, aunque ya se conocía de los serios estragos que el virus estaba causando en países como Italia y España.
Según su relato, el primer evento contagio se dio alrededor de un velorio al que llegó un grupo de familiares que residen en el exterior, que estarían contagiados, pero que no estuvieron dentro del cerco epidemiológico. Posteriormente, el sábado de la misma semana, estas mismas familias celebraron una boda a la que asistieron más de 300 personas, entre invitados y personal de servicio. Para asistir a la ceremonia y a la fiesta de esa celebración vinieron desde España familiares que habrían estado infectados con coronavirus y que, a sabiendas del peligro al que exponían al resto de asistentes, decidieron participar.
Cuenta esa fuente que alguien, al enterarse de lo que estaba ocurriendo, decide poner dicha situación en conocimiento del gobernador del Guayas, quien de inmediato ordena a la policía que intervenga y clausure la fiesta de la boda, cosa que se dio alrededor de las 10 p. m.; empero, el mal ya se había producido. Como resultado hubo un contagio masivo de ese grupo de personas que debido a su entorno social y económico aceleró la propagación del virus por toda la ciudad. Pocos días después, los casos de COVID-19 aparecieron entre sus familiares, amistades, colaboradores y empleados; incluso en las personas de su servicio doméstico, con fatales consecuencias, pues varios de los contagiados ya han muerto; entre de ellos, el padre del novio.
Testimonio de una sobreviviente de COVID-19
Uno de los casos de personas sobrevivientes al coronavirus que, después de estar en estado crítico, logró superar el contagio y vivir para contarlo, es el de la doctora Julieta Sagnay, médico con especialización en psiquiatría, formada en EE. UU., con un máster en adiccionología realizado en Valencia y es miembro de la Sociedad española de patología Dual. Ella actualmente se desempeña como psiquiatra en el Instituto de Neurociencias de Guayaquil y dirige el programa Por un Futuro sin Drogas de la Alcaldía de esta ciudad. Al hablar de su experiencia con el COVID-19 me comentó lo siguiente:
“Después del periodo de incubación presente los siguientes síntomas: fiebre intermitente, cefalea (dolor de cabeza intenso), dolor punzante en tórax posterior dolor articular que se confunde con síntomas de dengue o resfriado, diarrea, pérdida de gusto y olfato. Son los síntomas de la primera fase y para algunos culmina allí. Estos se controlan solo usando paliativos o remedios caseros. Durante esta fase, el virus se aloja algunos días en la garganta, y es importante hidratarte para que no llegue a tus pulmones, sino que vaya directamente al estómago, donde es eliminado por el ácido gástrico; pero si estás en el grupo vulnerable, entre los días 7 y 8, el cuadro se te puedes complicar. Eso me ocurrió a mí. Yo no sufro de ninguna enfermedad, pero un estudio preliminar menciona a los del grupo sanguíneo “A” como vulnerables al coronavirus.
En la segunda fase presente crisis de tos con falta de aire o disnea, que indicaba posible neumonía. Al intentar contener la respiración por 10 segundos para evaluar mi capacidad pulmonar, no podía. Lo siguiente fue hacer exámenes específicos de laboratorio y una tomografía pulmonar. Al hacerme la TAC para valorar los infiltrados de vidrio esmerilado típicas del covid, la imagen mostró que yo tenía también las enzimas hepáticas elevadas. Fue el momento de ingresar de emergencia al hospital para ser tratada.
Mi cuadro fue bastante complicado por las crisis de tos y dificultad para respirar que presentaba. Los médicos propusieron conectarme al respirador, cosa que yo rehusé, porque sé lo que eso significa para un paciente. Al frente de mi tratamiento estuvieron los doctores Washington Alemán y Jimmy Armijos. Ellos me aplicaron el tratamiento aprobado por FDA, además de otros medicamentos biológicos indicados que me funcionaron muy bien. Fue difícil conseguir el medicamento porque en Guayaquil ya no lo había, pero, gracias a Dios, uno de mis pacientes lo consiguió para mí en otra ciudad y, por ello, hoy puedo contarlo.”
Hoy, mientras escribo este artículo, la doctora Sagnay, con tristeza e impotencia me cuenta que uno de sus médicos y su propia hermana, que también es médico, están con COVID-19, con el agravante de que no han podido conseguir medicamento para ellos, pues se encuentra agotado a nivel nacional.
Conclusiones
- El coronavirus es altamente contagioso. Es un enemigo silencioso y eso lo vuelve muy peligroso por su letalidad.
- Puede afectar a cualquier persona sin importar su edad ni su condición socioeconómica.
- El factor que más influye en la propagación del contagio es la baja percepción de peligro en la población que la lleva a minimizar los riesgos.
- En su primera fase (abarca los 7 primeros días) es fácil de controlar, pero si supera el día 8, el cuadro puede agravarse y presentar complicaciones con desenlace fatal.
- Para el control, además de las medidas de prevención, la detección rápida es de vital importancia; así como empezar el tratamiento en casa, con remedios caseros ante los primeros síntomas (no automedicarse).
- Tarde o temprano toda la población se tiene que contagiar, pero para evitar una crisis de salud pública que desborde la capacidad de respuesta del sistema y le permita al Estado controlarla, es indispensable disminuir la velocidad del contagio.
- Lo registrado en Guayaquil demuestra la enorme vulnerabilidad de la población ante un enemigo como el COVID-19, debido a que aún no existe vacuna y nuestro sistema inmunológico no cuenta con defensas que nos protejan; por ello la mejor estrategia de control es la prevención.
- La crisis puede generar confusión y pánico en la población, y eso baja las defensas de las personas, por lo que es muy importante tomar las medidas necesarias para evitar llegar a ella.
Luis Caicedo es escritor, conferencista, coach, máster en administración de negocios, máster en comunicación empresarial y corporativa, posgrado en coaching y programación neurolingüistica.