Por Sebastián Rodríguez
Si hace un año hubiéramos conversado sobre lo que nos depararía el 2020 en términos económicos, nadie hubiera creído que un apagón súbito pudiera ocurrir, sencillamente porque pocas veces en la historia se ha decidido voluntariamente “cerrar” la economía. Sin embargo, nuestra nueva realidad nos lleva a enfrentarnos a una fuerte incertidumbre económica y diferentes propuestas de reactivación y estimulo serán puestas sobre la mesa. Debemos ser críticos a la hora de examinarlas.
Recientemente en su columna de la revista Semana Juan Ricardo Ortega, ex director de la DIAN, la entidad encargada de los impuestos en Colombia, propuso un plan de infraestructura a cargo del gobierno para generar empleo y estimular la demanda agregada. El plan, similar a las políticas de Roosevelt después de la gran depresión, se basa en la deuda gubernamental como financiador principal del proyecto. Esta propuesta como muchas otras en tiempos de crisis, da por sentado un efecto positivo en el aumento del gasto público y justifica un endeudamiento excesivo por parte de los gobiernos, sin embargo, la cura puede ser peor que la enfermedad.
Primero es necesario recordar que todo gasto debe ser financiado por un ingreso, esto aplica para personas, empresas o gobiernos. Cada peso que el gobierno gasta puede venir de tres fuentes: impuestos, deuda o creación monetaria. En situaciones como las actuales es muy difícil subir los impuestos ya que esto generaría un efecto negativo en la ya resentida economía, la impresión monetaria tiende a no ser una opción por sus impactos en la inflación, la cual puede acentuar la espiral descendente. Finalmente, tenemos la última opción: endeudarse. ¿Pero es recomendable endeudarse en tiempos de crisis?
Quienes recomiendan aumentar la deuda gubernamental para invertir en diferentes sectores y así mover la demanda agregada, se alejan de la ortodoxia fiscal de los economistas clásicos como Adam Smith y Jean-Baptiste Say y abrazan los postulados Keynesianos. Los clásicos consideraban que un gobierno debe actuar con la responsabilidad fiscal que actúan los hogares y las empresas, en pocas palabras, que debería evitar gastos que superen sus ingresos en orden de dejar recursos para consumir e invertir, algo que suena bastante distante a los gobiernos actuales. Los keynesianos, principalmente influenciados por las reinterpretaciones de Alvin Hansen y Abba Lerner, consideran que el sector gubernamental no compite con el sector privado por recursos (exceptuando en situaciones de pleno empleo) así que a través de deuda es posible financiar proyectos sin el prerrequisito de que los gastos sean iguales a los ingresos.
Como podemos concluir, la justificación del gasto por encima de los ingresos es oro puro para los políticos, ya sea en tiempos de estabilidad o crisis. Sin embargo, suponer que el gasto público tiene un efecto positivo es obviar un debate económico aún vigente. Propuestas que se basan en el aumento de inversión gubernamental a través del endeudamiento para reactivar la economía presuponen un efecto multiplicador positivo. Es decir que suponen que cada peso o dólar que gaste el gobierno tendrá necesariamente un efecto positivo en la economía, sin importar en qué se gaste.
Como bien lo expresó Thomas Sargent premio Nobel de economía en contra de las declaraciones de Cristina Romer, asesora económica de la administración Obama al declarar que el paquete de rescate del 2009 tendría un efecto multiplicador de 1.6 y generaría más de tres millones de puestos de trabajo: “suponer esto es desconocer los últimos sesenta años de investigación macroeconómica”. En palabras del economista Robert Barro: “En este escenario, el gasto del gobierno sería buena idea incluso si el puente que construyen no llega a ninguna parte o si los empleados del gobierno simplemente están llenando huecos inútilmente…si el trato es genuino, ¿por qué parar con solo $ 1 billón de compras gubernamentales?”. La evidencia empírica reciente, favorece la posición de Sargent y Barro, el desempleo real fue peor que lo que estimó Romer en el escenario sin paquete de rescate.
La deuda gubernamental para financiar proyectos debe ser una opción evaluada con rigurosidad y presupone dos tipos de dificultades. La primera es una de análisis, ya que quienes tomen la decisión de inversión tienen información parcial, incompleta y posiblemente intereses políticos. La segunda es una moral, ya que endeudarse para realizar inversiones supone que la deuda la pagarán las generaciones futuras. Debemos recordar que los incentivos para evitar préstamos excesivos o irresponsables son más débiles para un gobierno que para un hogar o una empresa. El costo está en los hombros del futuro, contrario a los impuestos.
Colombia tiene una posición relativamente buena en su nivel de déficit presupuestal y sus niveles de deuda son moderados para una economía en desarrollo, esto supone dinero y líneas de endeudamiento disponible que seguramente serán usadas en el corto plazo. Pero el mal manejo de la deuda puede llevar a cualquier nación a un debt trap, aquel nivel donde los intereses de los bonos del gobierno crecen por encima de la tasa de crecimiento de la economía, como sucedió en Grecia e Irlanda hace algunos años. Mi invitación es a ser prudentes fiscalmente y estrictos en la evaluación de las políticas que se pongan sobre la mesa, pues definirán por años nuestra sociedad. En tiempos inciertos la rigurosidad debe brillar.
Sebastián Rodríguez es economista y Value Investor. Fundador de InvexValue academia de inversión bursátil. Twitter: @sebasinvex.