Por Andrés Villota
Las primeras misiones diplomáticas de Colombia buscaron el reconocimiento de las grandes potencias europeas y contratar los empréstitos necesarios para poder financiar el funcionamiento de la incipiente república. Eran momentos en los que la política exterior colombiana se movía por los intereses nacionales, el pragmatismo y el sentido común. Paradójicamente, en el periodo del precapitalismo y cuando no existía la globalización, los intereses económicos y la visión global determinaron el perfil de nuestras relaciones internacionales.
Esa visión cosmopolita, por ejemplo, llevó a Mariano Ospina Rodríguez a escribirle una carta al zar Alejandro II, en la lejana Rusia, para proponerle establecer relaciones diplomáticas. Y por esa misma visión, los primeros productos de exportación colombianos llegaron a destinos muy lejanos a pesar de las limitaciones que tenía para la época el transporte, la tecnología y los medios de pago.
Incluso nuestras instituciones se movían acorde a la vanguardia mundial y trataban de facilitar la inserción de Colombia en las dinámicas de los mercados internacionales del momento. La Constitución de 1863 (de corte liberal) consagró principios económicos como la libertad de empresa y la protección a la propiedad privada, considerados en el contexto mundial, de avanzada para la época.
Esa capacidad de innovar y de tener una visión de largo plazo en la que primaba el interés general hizo que nos convirtiéramos en un actor respetado y en un interlocutor que tuvo la capacidad de, por ejemplo, atraer inversionistas para financiar la construcción de una obra de ingeniería de la magnitud de un canal interoceánico.
Al revés que tuvieron los inversionistas franceses (los mismos que acababan de construir el Canal del Suez), le siguió el ofrecimiento de inversionistas de la potencia emergente de los Estados Unidos de América para llevar a feliz termino las obras que ya habían sido iniciadas. Se negoció un tratado entre Colombia y los Estados Unidos. Pero nunca fue firmado, ni ratificado por el Congreso de Colombia. El resto de la historia ya la sabemos.
Las muchas luchas intestinas ocurridas durante el siglo XIX, trascendieron por primera vez a las relaciones internacionales. La oposición política irracional, los intereses personales y la visión cortoplacista de algunos hizo que Colombia perdiera el Istmo de Panamá y que, peor aún, perdiera el rumbo de su política exterior y de sus relaciones internacionales.
Se perdieron los principios rectores que debe tener una política exterior. Se convirtió a la relación de Colombia con el mundo en una colcha de retazos en la que el gobernante de turno la ha manejado de acuerdo a sus intereses personales o a los intereses mezquinos de su partido político.
¿O cómo explicar, entonces, haber rechazado el ingreso de miles de inmigrantes europeos? Según información desclasificada del Ministerio de Relaciones Exteriores colombiano, se le habría negado la entrada al país a más de 20 000 personas que huían de la barbarie del nacionalsocialismo alemán entre los años de 1933 y 1942.
Por ejemplo, se le negó la entrada a Hans Kelsen (el de la pirámide), uno de los juristas más importantes del siglo XX. También se le negó el ingreso a industriales, científicos, ingenieros, arquitectos, artistas, comerciantes, médicos y periodistas que, sin duda, habrían hecho un aporte inmenso al desarrollo y al progreso del país como lo demuestra lo ocurrido en otros países de la región que sí los acogieron.
Podría citar otros muchos ejemplos de desaciertos en la política exterior colombiana que han ocurrido desde los primeros años del siglo XX. Las relaciones internacionales, la política exterior y el servicio diplomático se convirtieron en una suma variopinta de intereses personales o de favorecimientos particulares que fueron en contravía de los intereses reales, y de los principios y valores de Colombia como nación soberana.
Perder gran parte del mar territorial en el Caribe. Utilizar al cuerpo diplomático para impulsar candidaturas a premios, reconocimientos o doctorados honoris causa otorgados en el exterior, al tiempo que se le exigía evitar que fueran concedidos reconocimientos o premios a miembros de la oposición, degradó a lo más bajo las funciones de los embajadores y mancilló de manera irreparable la dignidad de la cancillería y de sus agentes.
Pocas veces se convocó a la comisión asesora de relaciones exteriores, órgano consultivo por excelencia del Presidente de la República en los asuntos internacionales, lo que dejó al garete la toma de decisiones en materia tan importante. La majestad, credibilidad y seriedad de la diplomacia colombiana terminó por derrumbarse cuando a pocas horas del cambio de gobierno, se decidió reconocer a Palestina. Sin duda, la cancillería de Colombia durante el periodo 2010-2018 será un caso de estudio en las grandes escuelas de relaciones internacionales del mundo para ilustrar todo lo que jamás se debe hacer en el servicio exterior.
Robert Keohane dice que la cooperación internacional solo es posible si existe intereses mutuos de parte de los Estados. A su vez Spencer Weart realizó un estudio en donde demostró que, después de la segunda guerra mundial, los Estados democráticos no se han declarado la guerra entre sí. De esto, se podría deducir que los valores democráticos tienden a ser la protección natural en el orden internacional contra las guerras, y un catalizador de la cooperación y del entendimiento entre las naciones.
Al interior de la comunidad internacional, las percepciones definen intereses. De ahí la importancia por entender cómo son percibidos los intereses y de cómo se determinan las preferencias, dicen Robert Axelrod y Robert Keohane. Pareciera, entonces, que la piedra angular de las relaciones diplomáticas contemporáneas es el alineamiento entre los intereses internos y las percepciones que se generan a partir de los actos que determinan la reputación dentro de la comunidad internacional.
Un Estado no puede ser percibido como defensor de los derechos humanos si vota, en el seno de los organismos multilaterales, a favor de países que violan sistemáticamente los derechos humanos. O un Estado no puede ser un interlocutor válido en foros de países que promueven el libre comercio si mantiene relaciones comerciales con dictaduras comunistas que van en contra de las libertades económicas y que, sus monopolios y monopsonios estatales generan distorsiones y asimetrías en los términos de intercambio globales. Y menos puede ser percibido como un líder en la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo internacional si mantiene relaciones abiertas con dictaduras que son consideradas como santuarios del narcotráfico y del terrorismo.
En medio de la “remezón” que está teniendo el sistema internacional como consecuencia de la pandemia, Iván Duque debe hacer los cambios que necesita las relaciones exteriores de Colombia. Retomar los pilares históricos de la política exterior colombiana y alinear nuestro intereses nacionales con las decisiones que se tomen en el contexto internacional.
Que no le pase a Colombia lo mismo que le pasó al asno de Buridán, que se murió de hambre por no ser capaz de tomar una decisión a tiempo.
Andrés Villota Gómez es consultor en temas de inversión responsable y sostenible, y es excorredor de bolsa con más de 20 años de experiencia en el mercado bursátil colombiano