Por Julio Ariza
Cuentan los acólitos del modesto Bill Gates que para no perder la humildad propia del hombre más rico del mundo, lava a mano los platos de la cena de cada noche. Mandilito al cinto, coge el fairy y el estropajo y se pone a fregar los patos de Melinda. Los nuevos filántropos multimillonarios ya no aparecen, como en las viñetas de principios del siglo pasado, con su chistera, su puro y su reloj de cadena de oro en una mano. Ahora que hay mucho rico por el mundo, a los ultraricos de verdad les gusta aparecer en los medios con cierto desaliño, disfrazados de hombres corrientes, incluso humildes y afables, y extienden falsas leyendas en torno a su modestia y su filantropía.
El lavador de platos acaba de comprarse el primer yate de lujo del mundo, propulsado, eso sí, por hidrógeno: el Sinot Aqua. El capricho filantrópico le ha costado cuatro perrilas: 590 millones de euros y tiene 5 cubiertas, helipuerto, piscina infinita, spa, gimnasio… y un botecito de fairy…
La pareja filatrópica (dignos de un premio nobel) se ha comprado por 40 millones la casa más cara de San Diego, 500 metros, vistas al mar, tecnología de punta y un botecito de fairy, claro, porque si hay que ir, se va…
Mientras, la parejita filatrópica le acaba de sacar a España, vía telemaratón de la Unión Europea, 125 millones de euros que tendremos que pagarle entre todos a través de sangrantes impuestos. Pero no importa, porque Gates es un ser campechano y humilde que lava sus platos. Bill en el fondo es un gran tipo porque es ecologista, adora lo LGTBI y promueve la reducción de la población mundial y el aborto.
Lava sus platos… mientras nos limpia el forro a todos los demás.
Julio Ariza es abogado, exdiputado español, comunicador y presidente del Grupo Intereconomía.
Este artículo fue publicado originalmente en Rebelión en la Granja.