Por César Pérez Guevara:
Al comenzar un artículo titulado de un modo tan polémico y sugerente que por tanto asegura crear bastante controversia, considero que es fundamental, antes de entrar a expresar mis ideas, dejar en claro la forma, método e intención que uso al momento de escribirlo.
Así, en primer lugar, dejo constancia que estas líneas serán escritas en primera persona en contra de la costumbre de todos los que solemos escribir trabajos académicos en los cuales hablamos en tercera persona. La práctica de la tercera persona particularmente la suelo emplear pues considero que mi opinión forma parte de una corriente doctrinaria y me parece por demás indebido apropiarme de un planteamiento que puede ser defendido y esbozado por diferentes personas, que con menor o mayor profusión se han acercado al mismo. Sin embargo, al ser este un artículo escrito para su difusión a través de un medio de prensa y ser su contenido antipático para mucha gente, considero que siendo este planteamiento mi más sincera opinión, debo hacerme plenamente responsable de él y no pretendo imbuir a nadie más en su contenido —no obstante a todo evento, dejo constancia que es posible que este punto de vista ya haya sido compartido en el pasado por más de un puñado de personas—.
En segundo lugar, debo aclarar que este artículo no constituye un trabajo académico, por tanto espero que el lector no espere conseguir en sus páginas un estudio pormenorizado de filosofía o historia acerca del tema, dado que de ser así al final de su lectura tendremos dos decepciones; la primera, la del lector poco avezado que se irá con frustración a buscar en otro lugar lo que realmente está buscando; y la segunda será la mía, dado que precisamente lo que impulsa la escritura de estas reflexiones a modo de artículo es el debate de este tema que considero sumamente importante de abordar en la etapa actual. Sin embargo, es perfectamente previsible que una mirada experta podrá entender a primera vista que el planteamiento del presente artículo es evidentemente realizado en base al planteamiento nietzscheano alusivo a la muerte de Dios, de ahí que entenderá que en estas líneas se aborda ónticamente la figura de Bolívar como deidad y por tanto, no como ser humano —es decir, el tema de estas líneas es alusivo a su culto no a su persona—.
De este modo, aclarado lo alusivo al método y forma de escribir este artículo, debo manifestar palmariamente que mi intención al momento de plasmar las reflexiones del mismo solo constituyen las de un venezolano preocupado por su nación en pleno año 2020, y por tanto, pretendo exponer de la manera más diáfana mi opinión acerca de la necesaria muerte de la figura de Bolívar en Venezuela de una vez por todas. Así, una vez señalado lo anterior puedo comenzar a esgrimir mis palabras.
DEBE MORIR
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad cumplió hace casi un par de siglos con el ciclo obvio de los mamíferos racionales que nos hemos dado el nombre de seres humanos, es decir, nació, desarrolló su tiempo vital en un contexto histórico y falleció un 17 de diciembre de 1830. Luego, creo que incluso es una perogrullada tener que decir que el hombre de carne y hueso, archiconocido, llamado Simón Bolívar está muerto, es decir, se esfumó para siempre; razón por la cual debe resultar al menos curioso para quien sea ajeno a lo que se vive en esta tierra porqué esta aseveración levanta tanto revuelo.
Insisto, más allá de cuanta paparruchada retórica se inventen los demagogos de cada momento histórico, Bolívar ha muerto y son falsas las teorías que lo hacen ser un ánima insepulta que se levanta cada cierto tiempo entre los muertos con su espada a flagelar a quienes contraríen posiciones políticas despóticas o autoritarias. Ya bastante luchó en vida. Creo que incluso es justo, con él, dejarle descansar en paz. Los muertos, muertos se quedan y Bolívar no es la excepción. Por ello, es claro que mi prédica sobre la necesaria muerte de Bolívar no se refiere a la muerte de un ser humano que —como todos— tuvo luces y sombras, fue poseedor de victorias incontestables como la independencia de algunas provincias de ultramar del Imperio Español y fue responsable de fracasos tales como la desastrosa unión de Colombia —llamada por la historiografía Gran Colombia— que inevitablemente se separó. Por tanto, no me refiero al Bolívar de carne y hueso, al contrario hablo acerca de la necesaria muerte de la nociva figura de Bolívar que ha surgido en Venezuela y ha servido como legitimadora de todo autoritarismo y/o totalitarismo de cualquier tendencia política (derecha o izquierda) que ha existido en nuestro país al menos desde el año 1847 y que por tanto nos ha hecho tanto daño como sociedad; pero, ¿cómo matar a una figura que vista desde esta perspectiva es poco más que un espectro y poco menos que una deidad?
Para tales fines no nos sirve la historia, tampoco el derecho y no creo que artes esotéricas puedan ayudar a la necesaria muerte de esta terrible y sempiterna aparición, no, la muerte de Bolívar debe ser tal como ha sido su aparición, y por tanto, creo que solo a través de un planteamiento digno de ser estudiado por la filosofía de la historia se puede pretender abordar semejante problema entre las cavilaciones que se pueden alcanzar a tener en una Venezuela que en pleno año 2020 ya había sido dejada andrajosa en una situación desastrosa, endémica y epidémica, y que para colmo de males ahora atraviesa una situación pandémica.
Recuerdo que al momento de pensar sobre la muerte del Dios Bolívar vino a mi cabeza el recuerdo de mis años de estudio de filosofía en la universidad, y con ellos la imagen del libro de tapa negra titulado Así habló Zaratustra que contenía la tesis del filósofo Friedrich Nietzsche sobre la muerte del Dios católico como liberación de las verdaderas capacidades del ser humano y la superación del simple hombre para dar paso al ubermensch o superhombre. Es cierto, Nietzsche tiene una serie de planteamientos interesantes encumbrados en categorías como el último hombre o el eterno retorno —para mayores luces hay que leer la guía elaborada por él mismo en el Ecce Homo— pero su planteamiento de la necesaria muerte de Dios para garantizar la libertad del hombre occidental fue aquella que se incrustó en mi cabeza al momento de abordar el tema de la necesaria muerte de este falso Dios Bolívar. Nietzsche planteaba que el piadoso Dios católico del nuevo testamento constituía un atavismo en el vitalismo que debía seguir la humanidad y por tanto debía morir —dejo a la libertad del lector este planteamiento cuya sustancia no guarda relación con el artículo—. Así, al notar que Nietzsche se refería al enfoque de una deidad que hace daño a sus feligreses, consideré que debía ponderar, según esta premisa, a esta figura divina de Bolívar, que tan poca relevancia guarda con el hombre de carne y hueso que se convirtió en el Libertador, que ha sido tan sobredimensionado y se ha transformado en el justificativo de cuanta vagabundería han pretendido realizar los autócratas vernáculos. Por tanto, concluí en que él también debía morir. Pero ya que ello debe ocurrir, ¿quién es el encargado de matarlo?
Particularmente, más allá de las consideraciones expresadas por Nietzsche en La Gaya Ciencia, siempre quedé impactado por lo narrado en Así habló Zaratustra, y cómo coloca al más feo de los hombres en la labor de matar a Dios. Siendo esto así, este Bolívar espectral que ha significado el atraso, la decadencia y la destrucción como última justificación de la idea noble con la cual surge la cuarta república de Venezuela en 1830 debe ser asesinado por una figura equivalente al más feo de los hombres en Venezuela, pero ¿quién será? Así entendí que es claro que al recapitular un poco de historia venezolana se podía obtener una respuesta.
EL DEVENIR ESPECTRAL DE BOLÍVAR
A pesar de que luego de la separación de la llamada Gran Colombia los venezolanos nos sentimos bastante enemistados con el Libertador, no considero que sea a partir del año 1842 —cuando vuelven sus restos al sueño venezolano— que comienza el problema con el culto a su personalidad. Al contrario, allí se le rindieron los honores debidos a quien ostentó no solamente el cargo de Jefe de Estado de la República, sino al individuo que tomó la labor fundamental en la guerra al momento de la constitución de la república venezolana. Por lo tanto, considero que mal se puede pensar en honores inmerecidos. Pero ya a partir del año 1847, cuando José Tadeo Monagas, uno de sus más sombríos generales, toma el poder como presidente, y a finales de enero del año 1848 agrede al parlamento comenzando así sin subterfugios su lamentable autoritarismo, ya la prédica de haber sido uno de los principales hombres de Bolívar estaba en el aire, su alegato de no haberlo traicionado nunca le servía como legitimador y, por tanto, una nueva égida de sacrosantidad se levantaba para la figura del autócrata presidencial —es decir, el obrar embadurnado de la figura etérea y sobredimensionada de Bolívar—. Así se inauguró en esta etapa de nuestra historia republicana un régimen nefasto, autoritario, despótico, corrupto y populista, que nos dejó en las ciernes de la terrible Guerra Federal en 1858 y que usó hasta su final la bendición de esta figura etérea que le santiguaba.
Sin embargo, es un hecho incontrovertido que va a ser Guzmán Blanco quien, emparentado sanguíneamente con Bolívar, recreará el culto con toda la pompa posible y a través de estatuas, ornamentos e incluso una moneda con su nombre va a encumbrar aún más al Dios Bolívar a un pedestal más alto que el de la Venezuela Heroica de Eduardo Blanco, y con ello va a legitimar su profundo autoritarismo y monopolio del poder. Así, no era raro que los posteriores hombres fuertes del Liberalismo Amarillo como Joaquín Crespo no contravinieran al espectro de Bolívar que se encontraba entre ellos, y que por tanto, cuando en el año 1899 las cosas cambiaran a favor de los andinos en el dominio de Venezuela, más allá de Castro, sea con Gómez con quien la segunda religión —llamada así por Carrera Damas— va a tener su culto establecido. Y es que Gómez, a pesar de todos los vicios de ignorancia y truhanería que se le pretenden atribuir, siempre se rodeó de intelectuales: los positivistas de la época quienes con Laureano Vallenilla Lanz traían en boga en ese momento la tesis del Gendarme Necesario —es decir, esta mano dura necesaria dada la incompetencia de la población para vivir con más libertad—. Y por tanto, así como Bolívar había desempeñado este rol en su época, ahora le correspondía lo propio a Gómez. Es decir, incluso a través de este darwinismo social la figura retórica del Bolívar deidad seguía legitimando los despotismos, y ahora lucía orgulloso las charreteras del autoritarismo militar, lo cual siguió sin mayor mutación en la época de López Contreras y Medina Angarita. Así, Bolívar durante este período se había transfigurado en un Dios de derechas, pero la izquierda también habría de atraer a su nicho a esta deidad que concebían como necesaria a pesar de su pugna con hombres como Vallenilla Lanz.
Particularmente la izquierda le va a otorgar a este errante Dios Bolívar las aptitudes de revolucionario, igualitarista y antiimperialista (antiyankee), y a pesar de su crítica no parecen dejar de lado la figura del Gendarme Necesario —salvo casos como el de un joven Rómulo Betancourt—. Y al contrario, la misma se va a ver potenciada pero hacia el otro espectro de la fuerza política, es decir, la izquierda. De este modo, cuando la clase política venezolana que en su juventud había sido radicalmente de izquierda se vuelca hacia la socialdemocracia, ahora es apoyada por la mirada de un Bolívar cercano con dotes incluso civiles —como bien resalta Straka—; sin embargo, el ensayo del trienio adeco quedaría inconcluso y la tesis del Gendarme Necesario volvería a tomar principal espacio del año 48 al 58 del siglo XX hasta que al final de este periodo retornará la democracia con una inusitada fuerza para el país. Pero durante los 40 años de democracia ¿qué pasó con este Dios Bolívar? Su figura siguió siendo sobredimensionada, y paradójicamente gobernantes civiles auspiciaron el culto a la figura autoritaria y mesiánica del Dios Bolívar ante la población mientras ellos constituían gobiernos moderados totalmente antagónicos con dicha figura.
Por ello no fue extraño que en medio de la llamada crisis del sistema partidista de la democracia, y particularmente luego de un par de asonadas golpistas fracasadas, Hugo Chávez reviviera la tesis del Bolívar de izquierda, ahora más autoritario, más revolucionario y más antiimperialista que nunca, infinitamente más sobredimensionado; y sin embargo, a la vez legitimador de la tesis positivista del Gendarme Necesario. Así, todo aquel que no estuviera de acuerdo con Chávez era no solo su enemigo personal, sino enemigo de la patria y por supuesto de su fundamento: el Dios Bolívar.
En la actualidad este espectro errante aún se encuentra caminando en pleno chavismo por las calles venezolanas y la labor destructora de todo lo que se siente legitimado por él no tiene parangón en la historia, por ello al ser sometida la población venezolana a un estropicio que, contextualizadamente, al observar variables objetivas como el hecho de que Venezuela no estuvo en guerra —al menos en una real— en los últimos 20 años ha producido espontáneamente al más feo de los hombres, en la figura del venezolano desesperanzado que no solo no quiere más esta figura de Bolívar que le han vendido todo su vida, sino que ya no cree en él. Por tanto creo, que este más feo de los hombres en Venezuela terminará en un futuro próximo asesinando a este espectro bolivariano y depende de nosotros no resucitarlo.
ÚLTIMO
Como consideraciones finales solo me queda sentir una profunda preocupación por el trato que los llamados adversarios al chavismo, es decir, la oposición venezolana, le ha dado a la figura del Dios Bolívar. Particularmente imagino que el mismo ha sido producto de unos asesores políticos que han demostrado su gran habilidad e inteligencia —espero se note el sarcasmo en esta apreciación—, y por tanto, han pretendido sin ninguna clase de estudio al respecto, ideología o al menos punto de vista razonable esclavizar al espectro Bolívar para que ahora sirva a sus intereses y claramente han fracasado en ello —como en su afán de desplazar al chavismo durante los últimos 20 años—. Es difícil que una oposición llena de medias tintas de ningún modo sea capaz de entender la relevancia de una deidad en la que no creen y por tanto no están conscientes de lo nocivo de su culto.
Por todas estas razones es claro: Bolívar debe morir. Mis esperanzas van dirigidas a que la lectura íntegra de este artículo desperece a aquellos que están adormilados y no se habían dado cuenta de la relevancia de la terrible influencia que el culto a este falso Dios ha causado en la destrucción, no solo del Estado venezolano, de la república, de la patria, del ciudadano, sino de la nación venezolana que ya no alcanza a reconocerse entre tanta miseria material y que buena parte de ella no logra dejar de sentirse culpable por contrariar la maldad de los hijos de este Dios Bolívar. De hecho, Bolívar está muriendo, está decayendo y en cualquier momento será asesinado por el más feo de los hombres y por tanto, el venezolano por fin será responsable y libre —y por tanto al fin no tendrá excusas para comportarse como un ciudadano responsable—. Finalmente, al haber llegado a estas últimas líneas por favor les pido que logren ver en este texto mucho más de lo que en él se encuentra evidente. Si no lo lograron ver, ¡les invito a darle otra lectura!
César Pérez Guevara, venezolano, es abogado con estudios en filosofía. Especialista en Derecho Procesal Constitucional y candidato a PhD en Historia. Locutor, escritor y director del Centro Roscio.