Por Antonio Moreno Ruiz
Fue el historiador colombiano Luis Corsi Otálora quien acuñó la expresión “la sinfonía inconclusa de Hispanoamérica”. Nosotros añadimos que en esa sinfonía inconclusa también se encuentra España, pues más nos hubiera valido que en los años 80 –todavía con la resaca de la revolución/subversión cultural del Mayo del 68- nos hubiéramos planteado mejor las cosas para no entrar a la entonces
Comunidad Económica Europea de la forma en la que lo hicimos. Muy pronto, desmantelamos nuestro tejido industrial y nos fuimos configurando como espectáculo turístico; olvidándonos de Hispanoamérica como una tierra hermana y de oportunidades. Desde esa época, adoptamos una suerte de mentalidad de nuevos ricos progres que miran por encima del hombro a los hispanoamericanos, como si poco o nada tuviéramos que ver con ellos, mirándolos como seres exóticos y subdesarrollados. Si a eso le añadimos el rebrote de la leyenda negra tanto en España como en Hispanoamérica gracias a la constancia de la izquierda y a las dejaciones de la derecha, el cuadro de alienación de nuestros pueblos no puede ser más deprimente.
Bien es verdad que hay lazos empresariales muy fuertes entre España e Hispanoamérica, ¿pero acaso no podríamos hacer mucho más a partir de esas cumbres iberoamericanas que se quedan en simples reuniones de negocios? Y muchas veces en negocios turbios; máxime estando los peones del Foro de Sao Paulo por medio.
Si bien ninguna realidad es romántica, nuestro presente lo es menos todavía. Vivimos unos tiempos de mucha confusión. Sin embargo, en esta crisis generalizada, donde cada vez se definen más los bandos de globalistas y patriotas, acaso tenemos una oportunidad para remachar una misión que se nos quedó en el aire luego de la ruptura traumática y violenta de la monarquía hispánica hace dos siglos. Porque no fue cuestión de que Perú o México se separaran de España, sino que la España europea también se separó del mundo americano. Con todo, nunca se rompieron los vínculos culturales, y así como Rubén Darío fue reverenciado en España, Valle-Inclán lo fue en México, y gracias a multitud de artistas, y también a la emigración española en América y luego a la emigración hispanoamericana en España, que podemos comprobar la fuerza de nuestro idioma; y como decía Miguel de Unamuno, la lengua es la sangre del espíritu. Y es que no estamos hablando de un simple hecho material, sino de toda una cultura presente en gastronomía, arquitectura, música… De algo que se respira en el día a día más allá de la erudición historiográfica, que dicho sea de paso, tampoco es que venga mal.
Vivimos tiempos muy duros. A la desgracia del coronavirus, hemos de añadir el empuje del Foro de Sao Paulo en connivencia con George Soros y toda clase de adeptos a la ingeniería social. A día de hoy, desde Estados Unidos a España se viven procesos subversivos de una nueva izquierda que apenas se diferencia en rasgos “folclóricos”. Empero, hoy precisamente es el momento de reencontrarnos en nuestra unidad hispánica, no como una rémora del pasado, sino como una afirmación de nuestro porvenir y potencial ante la globalización. Evoquemos para ello a Bernardo de Gálvez, aquel gran militar, gobernador y virrey que con españoles europeos, cubanos, dominicanos, mexicanos, costarricenses y venezolanos, entre otros, creó una auténtica armada invencible en Norteamérica cuyo legado por fin se reconoció en los Estados Unidos como página hispánica de su identidad fundacional. Es la hora de que los hispanos luchemos por lo nuestro frente a los globalistas que quieren borrarnos del mapa.
No obstante, saquemos lo positivo de esta coyuntura: la hispanidad acarrea una oportunidad y una misión en estos tiempos, y Bernardo de Gálvez es un arquetipo histórico que nos marca el camino a seguir. No lo perdamos de vista y actuemos en consecuencia.
Antonio Moreno Ruiz es historiador y escritor español.