Por Sebastián Rodríguez
En semanas recientes hemos presenciado un sinnúmero de manifestaciones en diferentes partes del mundo anglosajón. Demostraciones que han variado desde la protesta pacífica hasta el saqueo y el derribo de estatuas o monumentos. Estas manifestaciones, que iniciaron como un movimiento antirracista, han evidenciado otra problemática propia de nuestros tiempos, una que está generando profunda polarización y que podemos resumir simplemente como el fin de la argumentación.
El diálogo, la discusión y la argumentación han sido los catalizadores del desarrollo de las sociedades democráticas occidentales. A través de la discusión, la ciencia ha logrado avanzar exponencialmente y nuestra sociedad ha conseguido dar diálogos que hace algunos años eran inimaginables. La argumentación es el pilar de las ciencias y de las sociedades modernas, sin embargo, es evidente que esa capacidad de generar conversaciones relevantes está siendo remplazada por la tiranía de la opinión, los sesgos profundos y la ficción.
Las manifestaciones en contra de problemáticas complejas como el racismo en los Estados Unidos han sacado a flote que, en cuestiones tan cruciales como esa, existen fuertes prejuicios generalizados que son asumidos como verdades absolutas y que los académicos, políticos y personas del común se han negado a cuestionar por temor al linchamiento social. Sin embargo, es precisamente el debate lo que nos previene del fin de la civilización; como lo menciona el filósofo Sam Harris: sin razonar entre nosotros, solo quedará la violencia como mecanismo de interacción.
Este fenómeno de negación a la argumentación y la exaltación de verdades sesgadas desde la perspectiva de lo que se cree políticamente correcto puede, en gran medida, ser producto del impacto de la microcomunicación en las redes sociales, donde predomina la parcialización, la síntesis inconclusa y las falacias argumentativas. Pero también existe una responsabilidad de quienes en teoría debemos discutir con ideas con el ánimo de buscar una verdad fundamentada. La academia, sobre todo en los Estados Unidos, tiene miedo de conversar; muchos temas han sido satanizados y condenados a la hoguera. Esto no solo es peligroso, sino que acentúa los sesgos existentes y la polarización política. Sin conversaciones honestas es imposible distinguir la ficción de la realidad.
Hoy reina un clima de éxtasis ideológico en los Estados Unidos. Las protestas raciales se han mezclado con otras consignas, los sesgos son pronunciados y los argumentos difusos; fenómeno que se refuerza por el miedo a la censura. Existen muchos casos de académicos prominentes que han tratado de cuestionar ficciones en el debate reciente y han sido matoneados por tratar de solicitar conversaciones honestas alrededor de los hechos, no de las opiniones. En su más reciente libro el filósofo Axel Kaiser menciona que esto decanta en una forma de autocensura para evitar el cuestionamiento social. Este autosilenciamiento es mucho peor que la censura tradicional, pues se basa en el triunfo del miedo a un castigo difuso y a un molesto enemigo.
La ciencia tiene una función más positiva que normativa, ya que responde preguntas como “es esta teoría aplicable al mundo actual” y no tanto preguntas como “debe esta política ser adoptada”. Por supuesto que estas funciones convergen eventualmente. Sin embargo, para cumplir con su papel positivo, la ciencia debe hacer preguntas incómodas y cuestionarse continuamente, pues es la forma en la que se construye conocimiento. La negación del debate promueve la censura incluso en la función positiva de algunas ciencias sociales. Este fenómeno se ha evidenciado en la reciente problemática racial, pero no se limita a ella. La realidad es que muchos temas se han convertido en tabú en las discusiones públicas.
Este tipo de fenómenos puede generar no solo violencia entre ciudadanos, sino también respuestas autoritarias por parte de los gobiernos de turno. El fin de la civilización occidental seguramente no será a través armas de destrucción masivas, será cuando los diálogos dejen de existir y la argumentación sea remplazada por opiniones. Será cuando la complejidad de los seres humanos sea simplificada a un paralelismo entre buenos y malos. El fin de la civilización llegará a nuestra puerta cuando la razón sea censurada por desalmada y nadie esté dispuesto a defenderla.
Sebastián Rodríguez es economista y Value Investor. Fundador de InvexValue academia de inversión bursátil. Twitter: @sebasinvex.