Parece muy lejano la época en el que el bipartidismo venezolano era indiscutible. Favorecidos por el uso de las instituciones gubernamentales como mecanismos de refuerzo clientelar, Venezuela se erguía como el ejemplo perfecto de una democracia bipartidista latinoamericana.
Luego de un siglo XIX muy traumático y lleno de vaivenes políticos y económicos, hubo que esperar hasta 1959 para poder decir que Venezuela daba pasos estables hacia su transformación.
En el marco del desarrollismo propio de las recomendaciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Venezuela prosiguió su camino dentro de la matriz estado-céntrica que es difícil no identificar a lo largo de toda nuestra historia, pero que desde 1935 aumentó notablemente.
No sólo los sucesivos Gobiernos asumieron el rol fundamental en la promoción e imposición del desarrollo, sino que además promovieron un cambio ideológico notable, desde la alocución del presidente López Contreras donde se posicionaba a la izquierda del gomecismo.
Nuestra historia política parece ser una sucesión de gobernantes que han buscado siempre situarse “a la izquierda” de su antecesor.
Estatismo creciente
Con el paréntesis del control militar entre 1948 y 1958, todos y cada uno de los Gobiernos parecían estar inconformes con el nivel de participación del Estado en la vida de los ciudadanos. El bipartidismo posterior a 1958 y que perduró hasta los 90, puede engañar a muchos. La primera elección directa de gobernadores y alcaldes comenzaron a resquebrajar un sistema coronado con la elección de un expresidente convertido en un revanchista outsider.
Socialdemócratas y socialcristianos, enfrentados electoralmente, junto a un tercer actor partidista que luego fue desplazado, habían dejado a un lado sus diferencias más sensibles para comprometerse en la construcción de un sistema democrático estable, del que todos pudieran obtener una parte de los beneficios petroleros.
La democracia representativa alcanzó grandes logros pero a un precio bastante alto. Se alcanzó un nivel medio de desarrollo hipotecando al mismo tiempo su sostenibilidad. Debido a la lógica rentista, el Estado venezolano inyectaba grandes cantidades de dinero a múltiples sectores del país. Así, empresarios, trabajadores, organizaciones culturales, partidos políticos, sindicatos, agricultores y demás sectores de la sociedad encontraron para sí una parte del ingreso petrolero que, administrado por el Estado, se convirtió en subsidio.
En Venezuela existió una política de industrialización por sustitución de importaciones, pero de escasa duración; es probable que la pequeñez del mercado interno venezolano haya disminuido la escasa duración, que ya de por sí no suelen prosperar.
De esta manera, las administraciones de Venezuela se enfocaron en ampliar sucesivamente redes clientelares mientras aplicaban políticas keynesianas, recurriendo a la política fiscal y luego de 1981, a la política monetaria.
La dependencia monoexportadora no disminuyó hasta 1988. Ese año descendió hasta el 81,1% desde el 93,6% que había alcanzado 10 años antes tras décadas de incrementar su participación en la economía.
Desde 1976, y con la excepción de 1984, el Estado venezolano reportó una balanza de pagos negativa. Los efectos de la expansión monetaria durante la década de 1950 no se reflejaron con claridad hasta el comienzo de la década siguiente. Pero no fue hasta 1975, tras la nacionalización petrolera, que el Estado venezolano comenzó a incrementar la inyección de dinero que ya estaba en ascenso de una manera mucho más lento y estable que con anterioridad.
Principal preocupación: La economía
Asimismo, el tema inflacionario se ha constituido en fundamental no sólo para investigadores y analistas. Diversos estudios de opinión han posicionado a la inflación como el primer o segundo problema principal para la población.
Lo sorprendente es que en la actualidad las personas comienzan a considerar a la economía como el principal problema del país, mientras que la inseguridad fue desplazada por primera vez en años. Señales de una normalización de la inseguridad, de una sociedad apática frente a ella.
Los efectos del modelo económico socialista al final no han generado la percepción de bienestar que prometió el oficialismo. Curiosamente, este empobrecimiento se da en un contexto donde el Gobierno nacional ha avanzado notablemente en su intención de consolidar la hegemonía comunicacional; el ciudadano evalúa de forma bastante negativa la situación del país y a la administración actual.
Por supuesto que debe ser muy difícil para el Gobierno actual ocultar tantas deficiencias en las múltiples áreas que se ha abrogado como de ejercicio exclusivo, y otras tantas donde, para ser justos, heredó una serie de errores que se empeñaron en repetir.
Es muy complicado afirmar que el gobierno deba encargarse de proveer electricidad, y que los cortes de luz sean frecuentes; es muy difícil afirmar que la alimentación es prioridad gubernamental cuando se destruye lo poco que quedaba del sector productivo nacional; es impensable afirmar que el petróleo es de todos los venezolanos, cuando se gastó un dineral en campañas, y para financiar el populismo de base petrolera, hipotecaron el país.
Hoy en día la disparidad entre el dólar oficial y el que se vende por particulares hace insostenible para el Gobierno proveer divisas con subsidio. Un subsidio tan alto que representa además, directa o indirectamente, una afrenta a la propiedad de cada venezolano.
La demora en la asignación y entrega de divisas contribuye además a que muchas personas deban recurrir al mercado paralelo para tener productos en los anaqueles. Sin embargo, deben enfrentarse a la burocracia que gobierna los puertos y aduanas, quienes desempeñan funciones propias de alcabala expoliadora.
Oposición superficial
Y la respuesta de la oposición es desesperanzadora. Algunos pueden afirmar incluso que las políticas de hoy son una traición al legado de Hugo Chávez, para luego afirmar que son acérrimos defensores de un cambio de modelo, la democracia, y la libertad, aunque sin precisar tampoco qué diferencias habrá.
Sin una visión que desmonte con precisión el socialismo predominante en Venezuela, poco se puede esperar de un cambio en las élites gubernamentales.
Mientras las élites del chavismo campean a sus anchas con abusos de poder y corrupción, la oposición venezolana poco dice. Y es que no puede decirse mucho si no se opone de fondo, por ello necesita reencontrar motivos de verdad para una transformación que vaya a la esencia del problema nacional.
Venezuela no vive un problema gerencial, que también los tiene, sino sistémico. Se trata de una trama que ataca los aspectos más fundamentales de una visión de mundo que el chavismo ha conseguido imponer sobre los campos fértiles que otros habían sembrado antes.
Cerrando medios, expropiando empresas; el chavismo ha avanzado tanto porque básicamente se dedicó a cosechar lo que durante tanto tiempo múltiples actores políticos nacionales trataron de sembrar.
El chavismo y lo que sucede en Venezuela hoy es un agravamiento casi terminal de lo que adolecía nuestra sociedad durante décadas.
Así, nuestra memoria histórica fue siempre mítica en y a la vez cortoplacista; Bolívar, sol inigualable de la humanidad siempre brillará sobre los venezolanos, y cada Gobierno desde mucho antes que Chávez aprovechó su figura legitimadora.
El bolivarianismo no es una enfermedad reciente, sino nuestra religión republicana. Así como tantos antes que ellos, adecos y copeyanos alimentaron este culto; no es de extrañar que su mejor aprendiz, el chavismo, lo haya hecho de forma tan eficaz.