Decía Marco Tulio Cicerón hace mucho tiempo que “quien olvida su historia está condenado a repetirla”. Esta frase debe cobrar un sentido especial para cada nacionalidad, evidentemente, somos seres que tenemos un componente histórico. Cada uno de nosotros, dice Alfred Schütz, es único e irrepetible, y sin embargo, la historia es también una mezcla curiosa de lo único y de lo repetible.
Ejecutado por órdenes de Marco Antonio, y desprotegido por Octavio, Cicerón culminó su vida aceptando su asesinato político en una villa del campo romano. El noble que llegó a ser cónsul de discursos legendarios aceptó la muerte porque sabía que carecía de tiempo para escapar. Además, una figura tan importante como él no tendría sitio para ocultarse.
Queda claro que Cicerón no tenía otra alternativa a Roma, o al menos eso pensó, al igual que miles de venezolanos se sienten sin otra alternativa que irse a buscar nuevos horizontes.
Por ello, hace algún tiempo, en Venezuela ya nadie se burla de quienes ven el exterior como la mejor opción de vida. Vivir en el extranjero pasó de ser un lujo que se dan los adinerados, a ser una necesidad para las golpeadas clases medias.
¿Qué precio puede tener un jabón que no se consigue? ¿Y los desodorantes, el champú, o el pollo? ¿Cuál es el precio de algo tan valioso que se convierte en inexistente?
Hace pocos días la revista The Economist publicó su índice de ciudades más caras del mundo, colocando a Caracas como la sexta ciudad más cara del mundo, y además la ciudad más cara de América Latina. Por supuesto, esto tiene que ver con el problema de la tasa de cambio artificial. Sin embargo, para los venezolanos, puede decirse que pocas cosas son independientes de la tasa de cambio y el férreo control que el Gobierno ha establecido en múltiples áreas de la sociedad.
Si The Economist estableciera una medición para la escasez se encontraría con un problema: ¿Qué precio puede tener un jabón que no se consigue? ¿Y los desodorantes, el champú, o el pollo? ¿Cuál es el precio de algo tan valioso que se convierte en inexistente?
Para muchos fuera de las fronteras venezolanas parece algo muy difícil de entender. Es casi tan complicado como comprender que por más dinero que se pueda tener, las medidas del Gobierno lo obligan a uno a optar por la compra de dólares en el ente que autoriza el cambio de divisas, el Cencoex (antes conocido como Cadivi), o a irse a la ruina comprando en el mercado negro.
Con las trabas a la importación, no se ha generado el “despertar” de la producción nacional. Los empresarios criollos hace tiempo que comenzaron a desaparecer, no pudiendo migrar a otras áreas más productivas durante la pseudoapertura de la década de los 90, porque la inestabilidad económica de esos años se los impidió. Y en los albores del nuevo siglo lo hacen para evitar entrar en la hecatombe del sector productivo nacional.
Estamos hablando de una caída del 35% en la cantidad de empresas, pero a este número se deben restar las nuevas empresas denominadas “de maletín”, que sólo existen en documentos legales y son utilizadas para desviar fondos hacia los bolsillos de los nuevos cazadores de rentas del país.
En un país donde el ahorro es imposible, sólo queda endeudarse con la esperanza de que la inflación mitigue la deuda
Pero claro, es de tontos no aprovechar esta situación. Al final las personas buscamos nuestra felicidad y satisfacción. En un país donde el ahorro es imposible, sólo queda endeudarse con la esperanza de que la inflación mitigue la deuda, o buscar dinero rápido.
No se trata de que seamos venezolanos. Es una cuestión de lógica: La misma situación se observaría en otras latitudes con los mismos incentivos. Recordemos que hasta en Japón la gente le mentía al Estado para obtener beneficios adicionales, y que esta es una situación común en algunos países más desarrollados.
El problema es que las instituciones estatales contribuyen a moldear el comportamiento. Por supuesto, no deben extrañar las noticias y críticas que se hacen desde el Gobierno; basta recordar el discurso de Nicolás Maduro en la Asamblea Nacional cuando denunció el “cadivismo”.
https://www.youtube.com/watch?v=hj-RpSb9-gk
Así, el Gobierno ha encontrado un chivo expiatorio que le permite hablar de sabotaje económico: los “enemigos de clase” — los ricos criollos— aliados con intereses transnacionales — los ricos extranjeros— lo realizan dentro de Venezuela, con el fin de apropiarse del país.
Es una mitología que no es nueva en el país, y hoy las herramientas del marketing político propugnan que para contrastar mensajes ellos/nosotros, los mismos deben ir acompañados necesariamente por ellos-malos/nosotros-buenos, utensilios rara vez mejor utilizados que durante estos 15 años.
Mientras el Gobierno se empecine en acusar a quienes aprovechan las migajas que deja un sistema viciado desde el inicio, incapaz de contener el desastre que pretende resolver, todo control de cambio genera incentivos perniciosos para toda la economía. Mientras en sociedades con mejores índices de bienestar colectivos predomina el “saber hacer” por encima de los contactos, en Venezuela sucede a la inversa.
En un país que quieren, pero que les niega una vida a la que aspiran, no es casualidad que miles de jóvenes salgan del país en la primera oportunidad que tienen. Según artículos recientes, nueve de cada 10 inmigrantes venezolanos se van con preparación universitaria. Este dato sólo puede traducirse en un concepto tan repetido como clave para el futuro de Venezuela: fuga de cerebros.
El norte de América del Sur se ha convertido hoy en la patria de los cicerones en fuga. Cicerón murió sabiendo que no podría vivir en otro lugar que no fuera Roma y con él se fue el viejo orden; quienes se van de Venezuela lo hacen sintiendo que sólo en otro lugar podrían sobrevivir.