Hace dos siglos que Goethe escribió Las desventuras del joven Werther, obra clara del romanticismo germánico, ese que lanzaba dardos envenenados al alma de todo lector, y cuya tragedia representaba todo lo que el amor “no correspondido” puede generar en un hombre joven perdidamente enamorado de una mujer inalcanzable.
Lo que resalta en cada epístola redactada por Goethe es el paso de la esperanza a la desazón, el miedo y finalmente la resignación. El desventurado protagonista ve como cualquier esperanza va desapareciendo y todo le conduce a una sola salida, que asume con la fatalidad valiente de quien no puede aceptar nada menos que el fin de su tortura.
Quienes migran de Venezuela hoy se ven en una situación que puede recordar al joven alemán descrito por Goethe. Se trata de venezolanos con mucho tiempo por delante, pero pocas oportunidades en el horizonte. Carlota, el amor de Werther, bien podría ser Venezuela, inalcanzable por estar “casada” con un proyecto que la hace infeliz.
Somos parte de una generación de autoexiliados, que ve cómo no hay posibilidades de emancipación en su tierra de origen, y prefiere penurias en el exterior al probable fracaso profesional, o a convertirse en una cifra de las terribles estadísticas de homicidio. Para miles la dualidad consiste en morir en su patria o arriesgarse fuera de ella.
Somos hijos de la democracia representativa y del chavismo que la enterró definitivamente. Si Robespierre se encargó de guillotinar la revolución a diestra y siniestra, Chávez fue el sepulturero por cuyo accionar muchos pagan hoy las consecuencias. No se va a discutir sobre la enfermedad del paciente, lo cierto es que la democracia representativa fue incapaz de superar la fase crítica.
Vivimos otro caso curioso en el que los enemigos de la libertad se apalancan en ella para poder destruirla. Y a muchos no les ha quedado otra alternativa más clara que salir del país. Como Werther, miles de jóvenes venezolanos creyeron posible que Venezuela cambiaría el rumbo; cosas como la reacción de 2007 encabezada por un resurgido movimiento estudiantil, y la pírrica victoria de las fuerzas opositoras a la reforma constitucional planteada por Chávez, se volvieron un último aire para muchos.
No es que todos estuvieran en política, pero la renovación de la lucha política, sumada a una victoria transitoria, resonó en muchos ansiosos observadores y participantes políticos, pero también en personas que veían los toros desde la barda.
Un país que vive diariamente una crisis, cuyo principal ingreso se va mermando a raíz de la caída en los precios petroleros, puede encontrarse al borde de la incapacidad de financiar la enorme gama de actividades que, por epifanía marxista, ha decidido asumir. Tal como apuntan algunos expertos desde el extranjero, Venezuela está muy cerca de la quiebra.
¿Qué pasó con el dinero ingresado? Lo que sucede con cualquier Estado que implementa políticas nocivas para el desarrollo del aparato productivo: se queda sin dinero pagando castillos en el aire y los lujos de una élite política expoliadora. Además, la incapacidad auto-inducida del gobierno para controlar la inseguridad, pone a muchos al filo de la navaja.
No es cualquier cosa, porque se trata del que quizá es el tema más indispensable para una sociedad, sin existencia no hay progreso posible. Esta es una verdad del tamaño de una iglesia, como dirían los redactores de la constitución norteamericana: una verdad autoevidente.
Quienes se van de Venezuela no lo hacen porque odien a su país, no son traidores. Se trata de personas con una valentía diferente, que les hace avanzar a territorios diferentes, afrontar otras pruebas, vivir otros miedos. Afuera no hay garantías, la vida también es difícil, pero emigrar implica aceptar esto y más. Irse también es cosa de valientes.
De lo que se trata es de superar ese temor al fracaso, pero ese miedo suele superarse cuando se aprecian las oportunidades para el éxito. El chavismo ha sido el sepulturero de millones de sueños. El joven emprendedor que quiere montar un negocio en áreas distintas a la alimentación y vestimenta se iba hace cinco años, hoy se va casi cualquiera que pueda hacerlo y vea una ventana de oportunidades afuera.
En la medida en que Venezuela pueda resolver el problema de inseguridad que le aqueja desde hace mucho tiempo, y que hoy está en niveles insoportables, la sangría cesará. Sin embargo, es altamente improbable que esto suceda pronto. La delincuencia desbocada ha fungido como un mecanismo perverso de expulsión de disidencia. Quienes se van no son los más pobres, sino los que algo pueden empeñar o vender para irse a probar suerte. Son probables votantes opositores.
Durante mucho tiempo se dijo que Venezuela no es Cuba, como hoy se escucha España no es Venezuela. Pero lo cierto es que cada vez más la isla caribeña y el “sombrero de Suramérica” se parecen cada vez más. Parafraseando a un tristemente célebre alemán, de ideas potencialmente genocidas: “un fantasma recorre las calles de Europa”…el fantasma del socialismo. La verdad es que nunca se fue.