EnglishLa tesis de que Jesús de Nazareth es uno de los grandes exponentes del socialismo se cae con leer tan solo los primeros capítulos de For the Least of These. A Biblical Answer to Poverty (Por los menos afortunados. Una respuesta bíblica a la pobreza).

Este compendio de ensayos en inglés ofrece una aproximación a la erradicación de la pobreza desde los principios más sencillos de la fe cristiana.
¿Cuánto debemos hacer como individuos para ayudar a los necesitados?, ¿cuánto deben hacer las iglesias y las organizaciones? ¿y cuánto el mercado y el Gobierno? La Biblia tiene respuestas, y se basan en la voluntad individual y en el cumplimiento del segundo gran mandamiento cristiano: amar al prójimo.
A pesar de contar con 12 distintos autores, el apego a algunos preceptos bíblicos construyen una columna vertebral: la voluntad de ayudar y la dignidad humana son las condiciones mínimas para lograr que una persona surja de la pobreza. La voluntariedad garantiza que quienes ofrezcan ayuda lo hagan con sinceridad, mientras fomentan un entorno social positivo, sin espacio para la coacción; y la preservación de la dignidad permite que quien reciba la ayuda prospere económica y espiritualmente, sin ser subyugado a algún ciclo de dependencia.
Los editores Anne Bradley y Art Lindsley —ambos vicepresidentes del Instituto para la Fe, el Trabajo y la Economía (IFWE por sus siglas en inglés)— sostienen que más que desear la supervivencia para nuestros hermanos, nuestro deber es ayudarlos a florecer en todas las áreas de su vida. “Por ello, la mejor forma de aliviar la pobreza a largo plazo no es dándole a las personas dinero, sino ofreciéndoles oportunidades a través de los mercados para que sean autosuficientes”.
Todos los autores sostienen que el trabajo, la libre empresa y el intercambio ya demostraron en el siglo XX su capacidad para sacar de la pobreza a millones de personas.
La Biblia, a favor de las riquezas y la prosperidad
Este libro derrumba una serie de mitos que movimientos ideológicos han formado en torno a la Biblia en la búsqueda de una especie de aprobación suprema.
El Capítulo 1, escrito por Glenn Sunshine, destaca que la pobreza no es una condición que por sí sola salva a una persona. A pesar de que en Marcos 10 los pobres son considerados los benditos —y que es más fácil para un camello pasar por el ojal de una aguja, que a un rico entrar al cielo— Sunshine demuestra que una lectura transversal revela más del verdadero mensaje.
La Biblia no está en contra de la producción de riqueza. Es más, promete prosperidad para quienes se dediquen al camino de su palabra. Tampoco ve la economía como un juego de suma cero en el cual la única posibilidad es la explotación. El autor rescata la dignidad que debe acompañar a cualquier ayuda (Deuteronomio 24:10), así como el deber de los más afortunados de proveer trabajo.
Que los apóstoles y las iglesias cristianas hayan sentado el ejemplo de una vida casi comunal es otra falacia, la cual se cae con el Capítulo 4, por Art Lindsley. El autor desmonta el uso superficial que se le da a Hechos 2-5 para argumentar que la primera iglesia de Cristo era en esencia socialista, por que sus miembros “tenían en común todas las cosas” y compartían sus propiedades tras la ascensión de Cristo.
Lindsley realiza una lectura contextual y demuestra que esos cristianos originarios se apoyaron en el mercado para formalizar la primera iglesia: vendieron de forma voluntaria algunas de sus propiedades y ayudaron a quienes pasaban necesidad. Se valían del concepto de propiedad privada y lo respetaban.
¿Requiere Dios del Estado para redistribuir la riqueza?
Arthur C. Brooks resume en el preámbulo del libro que el papel del Estado como administrador de los ingresos de las personas, a través de los impuestos, “removió el principio de voluntariedad de la ecuación, y sin voluntariedad, la virtud está vacía”.
“Nunca ha existido un sistema económico que haga más por los que Jesús llamó ‘los menos [afortunados]’, que el capitalismo y la libre empresa […] En los últimos 40 años, 80% de la peor pobreza mundial —que se define en aquellas personas que viven con menos de US$1 al día— ha sido eliminada”, y no es por la ayuda del FMI o del Banco Mundial. Explica, “es porque los países ricos han bajado sus fronteras comerciales, y porque países como China e India, que antes estaban comprometidos con el socialismo, han abrazado —aunque tentativa e imperfectamente—, los mercados y el intercambio”.
Con varias referencias el libro demuestra que la Biblia ve la necesidad de un Estado que haga cumplir la libertad negativa, no la positiva. Sostiene por ejemplo en Romanos 13:3 que solo quienes hacen el mal deben temer a los gobernantes, y nunca propone que es del deber de estos últimos ofrecer servicios o bienes.
Sunshine destaca el rol revolucionario de Jesucristo, quien se atrevió a separar la divinidad del Gobierno. La famosa frase en Mateo 22:21, “Pues dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”, el autor considera revolucionaria —le valió a los cristianos 300 años de persecución por su rebeldía— pero también esclarecedora: la relación con Dios y el actuar humano es individual y no debe depender del Estado, y a estos dominios privados también pertenece el amor que debemos ofrecer al prójimo.
Brian Griffiths y Dato Kim Tan profundizan en esto en el Capítulo 7. Parten de la idea de que la ayuda internacional y los mecanismos de la caridad han fallado, y que la pobreza —una ofensa a la creación de Dios— implica una pérdida de dignidad infinita, así como de potencial humano.
Citan que al final de la década de los 90 la ayuda a África aumentó del 5% al 17% del PIB del continente, y sin embargo África pasó de un crecimiento del 2% a una recesión. Lo explican a través de la informalidad. La economía de los países de bajos ingresos tienen alrededor del 47% de informalidad, y solo un 16% de pequeñas y medianas empresas (PYMES).
Este fenómeno impide que el Estado pueda funcionar con los impuestos y que dependa de las ayudas extranjeras. Por tanto, la continuidad de los programas que alimentan la informalidad (como algunos de microfinanzas), reducen la posibilidad de creación de empleo y servicios.

La importancia de la voluntariedad
Las escrituras dicen que Dios juzgará a sus hijos por sus iniciativas individuales y por su espíritu de voluntariedad. El título del libro proviene precisamente de Mateo 25, que resume la conclusión de los ensayos. Jesús dice que lo bueno que hagan “a los menos, a mis hermanos más pequeños”, es decir a los más desafortunados, a él se lo estarán haciendo, y que por ello serán juzgados.
David Kotter, autor del Capítulo 3, recuerda que cualquier entrega debe ser hecha voluntariamente y no por obligación. Cita a 2 Corintios 9:7, “Que cada uno dé como propuso en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al dador alegre”.
La renovación que permite la conexión espiritual con Dios le permite a los humanos ser ayudados por el mismo Dios. “Jesús llamó a los pobres a enfocarse en la realidad espiritual, que era más importante que el sufrimiento y la deprivación del mundo”, recuerda en referencia a Lucas 12:30-32.
Kotter concluye buena parte de esta propuesta editorial: “El evangelio cambia fundamentalmente el corazón de los creyentes. Por ello, el avance del evangelio debería traer una disminución en la opresión que hace a algunos ricos y a otros pobres. También debería cambiar actitudes hacia el trabajo, que creará más riqueza, más personas independientes, y excedentes que pueden ser compartidos”.
Todas estas responsabilidades que vienen con la creencia cristiana son, en esencia, individuales. La Palabra está dirigida a los individuos porque la salvación, y la relación con Dios, siempre son personales. Tras leer este libro, o acercarse a la Biblia sin prejuicios, podrá concluir que escuchar a Dios hará mucho bien a nuestra economía.