Mientras algunos han aprovechado la crisis para desarrollarse y crecer como personas, otros utilizaron el tiempo en procrear y expandir su soberbia y estupidez.
A mediados de la década anterior escuchábamos a un Hugo Chávez decir que su proyecto político llegaría al año 2021 y muchos recibíamos con escepticismo tales declaraciones. Lo veíamos como parte de una brutalidad inmensa que se hinchaba gracias al poder que un individuo recibió de manos del resentimiento. Pero el tiempo le ha dado la razón a Hugo, porque veinte años de chavismo no han sido suficientes, muchos todavía siguen sin aprender.
La “aristocracia”, palabra estúpida para utilizar en un contexto venezolano, dado que la realeza nunca existió, y que sin embargo el Comandante Supremo supo popularizar para delimitar el sesgo ideológico que lo impulsaría no solo a la presidencia, sino al sostenimiento de su proyecto político, hoy sigue en pie. Los mismos de siempre, esos que con su tozudez atentan contra la civilización y el rompimiento de las brechas sociales, esos que en pleno siglo XXI, poseedores de un país arruinado y de una economía devastada, pretenden seguir mirando a sus iguales como plebeyos desde sus imaginarias haciendas del caos, no hacen más que pregonar y seguir reproduciendo la idiotez que nos ha llevado a la tragedia humanitaria más grande que ha vivido la región latinoamericana.
En este circo político, en el que personeros de un grupo corrupto siguen teniendo “voces relevantes”, se han atrevido a cuestionar la generación de los que hemos nacido en los años 1980 y 1990, cuando lo único que heredamos de ellos fue una nación en ruinas que a nosotros nos tocará recuperar. Aun así, 20 años después del chavismo, el pensamiento que lo creó sigue estando en sus mentes. La imbecilidad humana que formó un resentimiento recalcitrante en la sociedad venezolana, que fue el prólogo de la devastación, sigue estando en pie, con mensajes certeros de la clase política, que quiere seguir tratando a los venezolanos como ciervos inútiles, tontos sin consciencia política, que no tienen conocimiento de causa, y por ende, les piden simplemente aguardar en silencio que pase lo que tenga que pasar, pues solo ellos comprenden “la realidad”, y no queda de otra sino esperar “decisiones”.
Colette Capriles, Héctor Manrique y César Miguel Rondón (entre otros) hacen apología al sostenimiento elitista de una presunta “intelectualidad” que lo único que nos ha legado a los venezolanos es un país en ruinas, en condiciones salubres y económicas equiparables a las de Chernobyl, esa región azotada por un accidente nuclear, de la que hoy Colette se queja, porque la transmiten por HBO y la gente puede conocerla.
Las personas de mi generación (mis hermanos, mis amigos, mis vecinos y conocidos) no tuvimos la oportunidad de elegir, sencillamente nos trajeron al mundo en un país que ya tenía sembrada la semilla del comunismo. Antes de que se esparciera, había una clase política y económica que trataba al resto del país como subalternos, lo cual hizo creer al venezolano de a pie que lo que faltaba en el país era un vengador, un teniente coronel oriundo de los llanos con un sable de plata y el resentimiento marcado en la sangre para redimir cuentas y hacer justicia a un apartheid moderno implantando por aquellos que se creían superiores y que, hoy en día, a pesar de verse sumidos en una catástrofe humanitaria sin precedentes, siguen creyendo en los tronos de mierda para escupir ácido contra el pueblo.
Yo no tuve la oportunidad de elegir. De cierta forma Hugo Chávez me eligió, a mí y a millones de venezolanos más, para convertirnos en sus chivos expiatorios, en sus sabandijas de juerga, en el proyecto puesto en causa del resentimiento social, y aun así no me quejo, no despotrico contra la generación anterior, pues de esa generación vienen mis padres, los padres de mis amigos, y mucha gente a la que considero sumamente valiosa y que no tuvieron la lucidez de observar y prevenir un error histórico, como el que ha significado Hugo Rafael Chávez Frías en la historia de Venezuela y América Latina. Eso sí, lo que no puedo ni pienso permitir, es que ese mismo grupo que con su comportamiento esnob fomentó la semilla del socialismo del siglo XXI en Venezuela, siga escupiendo su veneno en la sociedad, siga fomentando sus ideas retrógradas, y siga tratando a los venezolanos como burros amaestrados.
La sociedad venezolana debe y necesita cambiar sus servidores públicos -ya no nos refiramos a ellos como políticos-. Quizás si los comenzamos a llamar así -servidores públicos- finalmente comprendán que su papel es el de servir y no el de ser servidos. A ver si finalmente entienden que se deben a su pueblo y no al revés, a ver si finalmente abren los ojos (tanto ellos como los venezolanos) y empezamos a votar por personas con ideas claras, sin aires de esnobismo y aristocracia del siglo XXI, sin complejos recalcitrantes de superioridad moral, sin la tozudez retrógrada de las élites, y con la suficiente empatía, sentido común y amor por Venezuela para sacarla adelante. Sí: por Venezuela y por su gente, y no por el dinero que se pueda ganar en ella.
A los que siguen dándole tribuna a los mismos personajes que nos llevaron al chavismo, que nos mantuvieron en él y que, 20 años después, nos siguen teniendo allí, les digo: abran los ojos, Venezuela merece un cambio, ustedes merecen un cambio, mi familia merece un cambio, yo merezco un cambio. Vamos a darnos la oportunidad de cambiar, vamos a darnos una verdadera oportunidad de ser mejores.