Se ha hablado mucho del «racismo institucional» y la «violencia policial» en EE. UU., hay otra cara de la moneda que también se ha señalado, pero en una medida mucho menor: la violencia en las manifestaciones.
Si bien muchas personas en los Estados Unidos han ejercido su derecho a manifestarse pacíficamente en lo que ellos consideran «crímenes racistas» por la muerte de George Floyd y el salvaje tiroteo contra Jacob Blake en Wisconsin, también hay grupos o movimientos radicales que han aprovechado este descontento para saquear, destruir y arruinar vidas.
A lo largo de las manifestaciones en los EE. UU. se ha mantenido un patrón: protestas, en su mayoría, pacíficas durante el día (con sus debidas excepciones), y extremadamente violentas durante la noche. Ha sido recurrente ver imágenes de negocios arrasados, vidrios rotos, paradas de autobuses destruidas, autos quemados y ciudades que amanecen arrasadas por consecuencia de noches de violencia.
La policía, con la ayuda del Ejército en algunas ciudades, se ha enfrentado a grupos que tienen como bandera el saqueo y el vandalismo entre ceja y ceja. Por ello ciudades como Kenosha, en Wisconsin, han quedado destrozadas tras manifestaciones del movimiento Black Lives Matter (BLM).
Por esto se ha discutido mucho la validez, no de las protestas en sí —derecho inviolable en países libres—, sino del trasfondo de estas; que llevan consigo razones políticas-ideológicas marcadísimas y perfectamente asumibles. Y esto está documentado por un estudio del grupo de la Universidad de Princeton.
Qué revela el estudio de Princeton University Group
Si se lee detalladamente el informe presentado por la Universidad de Princeton, con datos de la Armed Conflict Location and Event Data Project (ACLED), se notará la intención de presentar a las manifestaciones del Black Lives Matter o de grupos radicales como Antifa como «abrumadoramente pacíficas», alegando que, en efecto, más del 93 % de las protestas no han sido violentas y que los lugares donde se presentaron «disturbios» —léase actos vandálicos y otros crímenes— han sido en menos del 10 % de los lugares donde se presentaron los reclamos.
En el informe se denuncia el mal clima político, y que la polarización y el extremismo se han adueñado de las calles de EE. UU. Afirman que este clima ha empeorado debido a «acusaciones difamatorias» como que Antifa es una organización terrorista. Sin decirlo, critican a Trump, por supuesto. Pero no al movimiento radical de extrema izquierda que ha efectuado varios actos de violencia en los EE. UU.
En este sentido, el informe ignora varias cosas, como que en el 7 % de esas manifestaciones no se presentaron únicamente «disturbios», sino que se han llevado a cabo saqueos, destrucciones y atentados contra la propiedad privada que ha arruinado miles de vidas.
Se ha observado que en muchas de esas manifestaciones también se han presentado agresiones físicas o verbales contra personas que no estén en sintonía de sus peticiones o posiciones políticas. Por ejemplo, el otro día al finalizar la convención republicana tras el discurso de Trump, se pudo ver cómo el senador Rand Paul tuvo que salir custodiado por la policía al ser amedrentado por una turba en las calles de Washington.
Esto no le ocurrió exclusivamente a Paul, los amedrentamientos por turbas a ciudadanos estadounidenses son sistemáticos. Se han visto a integrantes de BLM obligar a personas que alcen sus puños en apoyo a su movimiento, si no lo hacen, estos son insultados y acusados de formar parte del racismo sistémico que dicen impera en EE. UU. También hay vídeos donde personas negras, que marchan contra el racismo, intimidan a personas blancas a arrodillarse y pedir perdón por las «injusticias o crímenes de raza que sus antepasados cometieron».
Lo que el informe debería evaluar es que no solo los disturbios representan violencia, los insultos y discriminaciones que se han desarrollado a lo largo y ancho de los EE. UU. no es algo que se deba pasar por alto al momento de analizar si las manifestaciones donde Antifa y BLM emergen son pacíficas o violentas.
Por ejemplo, hubo una representación de un degollamiento de Trump mediante un muñeco. Quizás esto no entre dentro de los límites del disturbio, no es un saqueo, no es un atentado contra la propiedad privada, pero es una forma de comunicación completamente violenta que, quiérase o no, incita al extremismo.
Aumento de las protestas violentas y del uso de la fuerza
El informe critica que la policía o fuerzas del Gobierno han intervenido en un 9 % las manifestaciones donde BLM hizo presencia, un número cercano a una protesta de cada diez. Esto en referencia a que solo han intervenido en un 3 % en todas las demás manifestaciones.
La crítica es contradictoria desde muchos aspectos: el mismo trabajo de investigación detalla que BLM ha estado inmiscuido en más del 80 % de las manifestaciones en todo el país, así que es lógico que las intervenciones policiales sea en protestas del BLM si están presentes en ocho de cada diez. No es que la policía actúe contra un grupo, actúa contra la violencia.
El mismo informe detalla que las manifestaciones subieron en cantidades épicas con respecto al 2019. Solamente entre el 24 de mayo y el 22 de agosto del presente año se llevaron a cabo 10 600 manifestaciones. Solo en julio, ACLED registró casi 2 000 protestas, 42 % más que las 1 400 de julio del 2019. A raíz de esto, el trabajo de investigación critica que la implementación de la fuerza haya incrementado con respecto a julio de 2019. Las fuerzas del orden ejercieron control en 170 manifestaciones y aumentaron el porcentaje en un 9 % en relación con el 3 % y las 30 protestas del año pasado.
Pasar el número así, sin previo filtro, invita a creer que la policía o las fuerzas del orden tienden a actuar de forma más «opresiva», pero no se analiza que, así como aumentaron las manifestaciones, también subieron los disturbios, saqueos y atentados contra la propiedad privada. Se han quemado estatuas y destruido el bien público; que las fuerzas del orden controlen o intervengan más no se basa en un alza de la represión, sino en la necesidad de que se combata a la creciente violencia.
Resulta revelador que también se ponga en tela de juicio la cobertura de los medios, que en muchos casos —por no decir la mayoría— ha sido a favor de las protestas en detrimento de las posiciones incómodas de Trump, pues la investigación indica que la prensa ha sido sensacionalista y que, pese a que las protestas son «pacíficas», más del 40 % de los ciudadanos en una encuesta tienen la sensación de que los integrantes del BLM incitan a la violencia. El informe también justifica la quema de monumentos y estatuas y justifica que, en muchas de las manifestaciones, estas son «las muestras de violencia», en un intento por minimizar el hecho de destruir homenajes a figuras históricas, incluso de íconos que aportaron en la lucha contra la esclavitud.
Así que por más que el informe señalado haya intentado imponer una narrativa con un evidente sesgo ideológico, los mismos datos que proporcionan llevan a la conclusión de que, en efecto, las manifestaciones que han tenido la injerencia directa de BLM han sido más violentas. Los datos indican 570 protestas con disturbios en casi 220 lugares alrededor de EE. UU., el vandalismo aumentó —sobre todo durante la noche—, las fuerzas del orden han tenido que intervenir más y muchos americanos creen que integrantes del BLM incitan a la violencia. Las pruebas están al alcance de la mano.