EnglishHugo Chávez fue sin duda alguna un hombre carismático, y quienes lo conocieron personalmente saben que también fue brillante y poseedor de una memoria portentosa. Su plan, que nunca escondió, para convertirse en el caudillo vitalicio de una Venezuela socialista, logró ser truncado por la providencia, pero nunca por sus adversarios.
Chávez cometió muchos errores y su audacia fue a veces temeraria, hasta el punto de hacerlo muy vulnerable. Gracias a eso la oposición tuvo muchas oportunidades para detener su avance hacia el control total de los poderes públicos, la transformación de las fuerzas armadas en una guardia pretoriana y la destrucción de los medios independientes. Sin embargo, en toda ocasión Chávez fue más hábil, más inteligente, más práctico, y siempre, más convincente.
Cuando Chávez llegó al poder en 1998 con el 54% de los votos, luego de la última elección realmente libre realizada en Venezuela, nada hacía pensar que su gobierno terminaría de forma distinta a los de Carlos Andrés Pérez o Jaime Lusinchi, quienes en 1973 y 1983 respectivamente, habían obtenido victorias de similar magnitud. Es más, Chávez, a diferencia de Pérez y Lusinchi, no había logrado obtener mayoría parlamentaria, y esto hacía prever un quinquenio muy difícil para el ex militar golpista. El partido de Chávez, entonces denominado “Movimiento Quinta República”, sólo había logrado el 12% de los escaños en el congreso, y unido con otras organizaciones aliadas, el apoyo a Chávez en el parlamento a duras penas alcanzaba el 30% de los votos.
Con increíble audacia, Chávez vendió la idea de una asamblea constituyente, con el propósito, más que evidente para muchos, de quitarse de encima a la oposición parlamentaria y abrir las puertas a la reelección inmediata.
Lo que sucedió después ha sido relatado en numerosas oportunidades. En un acto de traición que quedará para los libros de historia, la presidenta de la Corte Suprema de Justicia, Cecilia Sosa, unió su voto al de los magistrados militantes de partidos de izquierda para darle una sentencia de muerte a la Constitución de 1961. En el futuro quizás alguien escribirá una tesis explicando las motivaciones de Cecilia Sosa al dictaminar que la constitución de 1961 podía ser reformada por una Asamblea Constituyente, a pesar de que en su texto se dejaba claro, sin lugar a interpretación, que no podía ser reformada “por otro medio distinto al que ella misma dispone”.
Esa primera victoria daba cierta legitimidad a los deseos de Chávez, pero en ese momento, todavía se presentaba otro obstáculo. El Congreso Nacional debería decidir si acataba o no una sentencia claramente viciada de la Corte Suprema. Chávez, en ese momento, tenía gran apoyo popular, pero en las fuerzas armadas no tenía prácticamente ningún apoyo. Si el Congreso se hubiera negado a suicidarse y abrirle las puertas a quien utilizaba los clásicos mecanismos leninistas para hacerse del poder, las fuerzas armadas de aquel momento no hubieran apoyado al ejecutivo. Ante una crisis institucional sin precedentes, Chávez no tendría las armas para imponerse. En su jugada maestra para perpetuarse en el poder, Chávez, contando únicamente con la popularidad puntual de un presidente recién electo, asumía un gran riesgo.
Fue entonces cuando los líderes de los partidos políticos, para sorpresa universal, decidieron suicidarse. Conociendo las intenciones de Chávez de hacerse con el poder absoluto, y luego de conversaciones en Miraflores y asesorados por políticos extranjeros, los líderes del Congreso Nacional decidieron acatar la sentencia viciada de la Corte. El presidente de la Cámara de Diputados en aquel momento, febrero de 1999, era Henrique Capriles Radonski.
Esa fue la primera vez que los políticos tradicionales venezolanos escogieron aceptar un mal acuerdo antes que enfrentarse a la brillante ejecución de las tácticas leninistas de Hugo Chávez. En los quince años subsiguientes, este proceso se repitió varias veces: A finales de 1999 decidieron no hacer campaña por el “No” en el referéndum aprobatorio para la nueva constitución, dejando solos a los líderes empresariales como opositores organizados a esa constitución hecha a la medida de las ambiciones de Chávez.
En el año 2003, el liderazgo político aceptó dar fin al paro nacional a cambio de un documento de promesas por parte de Chávez, avalado por la OEA. A finales de ese mismo año, aceptaron la autoridad de un Consejo Nacional Electoral nombrado a través de un mecanismo ilícito.
En el año 2004, luego del incumplimiento reiterado por parte de Chávez de los acuerdos del año anterior, aceptaron acudir a un referéndum sin obtener la garantía de una depuración del registro de electores, y a pesar de la intimidación pública a los votantes y la instalación de máquinas que ponían en duda el secreto del voto.
Podríamos seguir mencionando otras instancias en la que los líderes de la oposición, en diálogos con el gobierno chavista, cedieron frente al abuso del poder y el ventajismo. Los sucesos que ocurrieron el 14 de abril del 2013 y las elecciones regionales posteriores son bien conocidos.
Queda claro que en cada instancia durante los últimos 15 años, la oposición ha cedido y ha sido derrotada. Una y otra vez, le ha dicho al país que el diálogo con el régimen es la única salida para evitar la violencia “o algo peor”, haciendo referencia velada a la posibilidad de un golpe de Estado.
Durante esos mismos quince años, la estrategia electoral de los líderes de la oposición se mantuvo inalterable. Diseñada por asesores que no son más que meros expertos en encuestas, dicha estrategia ha consistido en adaptar el mensaje de las campañas electorales al resultado de los sondeos. Es así como en cada elección, el líder opositor, llámese Rosales o Capriles, hizo siempre lo mismo: Ofrecer al elector un chavismo sin Chávez. Los discursos y eslóganes electorales estuvieron siempre dirigidos a convencer al elector de que los programas sociales del chavismo serían mejor administrados, que se liberarían de la corrupción, o que las dádivas del Estado serían aun mayores que las ofrecidas por Chávez, pero en democracia y con pluralismo.
Si un analista académico extranjero y poco conocedor de Venezuela hiciera una investigación sobre el discurso electoral venezolano desde el año 2006, llegaría a la conclusión de que las campañas electorales en Venezuela se realizaban en un clima democrático normal y en una nación con los mismos problemas cotidianos que países como Chile o México.
Intentando ser chavistas democráticos, los líderes de la oposición no solo garantizaban su propio fracaso, sino que también ayudaban a esconder la verdadera naturaleza autoritaria y mafiosa del régimen.
Las únicas dos derrotas claras que sufrió el chavismo ocurrieron en los únicos dos procesos donde, por su naturaleza, la oposición se vio forzada a discutir en el ámbito de las ideas: el referéndum sindical del año 2000 y el referéndum sobre la reforma constitucional del año 2007.
Hugo Chávez fue un hombre carismático e inteligente, pero sus triunfos se los debió, en gran medida, a la torpeza de sus opositores.
El momento actual
Así llegamos al año 2014. Con un régimen ahora abiertamente comunista, autoritario y a punto de convertirse en totalitario. Con una nación postrada en lo económico y destruida en lo social, y una oposición que ha sido marginada al punto que pareciera inexistente. Es en este año, el 23 de enero para ser exactos, que tres líderes opositores que llevan años opuestos a esa forma gastada de hacer oposición a un régimen claramente autoritario, hacen público un llamamiento a las calles y a la resistencia pacífica. Esos tres líderes deciden ignorar la forma de hacer política de quienes han fracasado una y otra vez desde 1999. Ellos son Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma.
En dos meses, las acciones de calle consiguen desnudar al régimen a nivel internacional y logran poner en el primer plano de la política venezolana la pérdida de las libertades individuales y la quiebra moral y económica del país. Un régimen ilegítimo y paranoico comienza a sentir temblor en sus cimientos, y los países vecinos ya no pueden ignorar lo que sucede.
Pero es justo en ese momento, contra toda lógica, y en contra de la estrategia que se ha fijado, cuando los líderes políticos de siempre, que han ostentado cargos durante quince años, deciden, otra vez, acudir a un diálogo que claramente tiene la intención de lavarle la cara al régimen a nivel internacional. El diálogo es claramente un intento de saboteo al nuevo liderazgo opositor emergente.
Una vez iniciado el diálogo, el gobierno ya no tiene que ceder en nada. Su objetivo se cumplió. Para la comunidad internacional el gobierno está en un “proceso” de diálogo con sus opositores, y por lo tanto hay que esperar. Se quería ganar tiempo y eso se ha logrado.
Está claro que los opositores que conforman la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) necesitan que el gobierno les lance alguna concesión para no quedar totalmente desprestigiados. La libertad de los presos políticos sería esa concesión. Piensan que podrían lograr una victoria consiguiendo, con apoyo internacional, un acuerdo para liberar El Consejo Nacional Electoral (CNE) y el Tribunal Supremo, poderes públicos secuestrados que son imprescindibles para una posible victoria electoral futura. Sin embargo, tal y como les ha sucedido en el pasado, su posición negociadora ha sido débil y transparente. El régimen sabe que no tienen cartas de importancia y los tiene infiltrados, hasta el punto que el ministro del interior ofrece detalles sobre qué se dijo en reuniones privadas de la oposición. Desesperados por mantener un liderazgo que perdieron el 14 de Abril de 2013, los líderes de la MUD están ahora atrapados en un callejón sin salida.
En los próximos días veremos al gobierno otorgar algunas concesiones a la MUD. Algunos presos políticos, no todos, serán liberados. La mayoría de los estudiantes detenidos, no todos, serán liberados, y se anunciará posiblemente un “pre-acuerdo” para la renovación de los poderes públicos. Maduro se jactará de sus convicciones democráticas y moderación, mientras que los líderes de la MUD cantarán victoria, salvados por el gobierno a quien dicen oponerse.
En pocos meses, el gobierno habrá violado los acuerdos o habrá conseguido la forma de ignorarlos. Los revolucionarios han estudiado bien a Lenin, ellos saben que los acuerdos están hechos para ser violados.
Este proceso seguirá repitiéndose una y otra vez hasta que ocurra en la oposición un verdadero cambio de liderazgo que realmente entienda la naturaleza del régimen. Es decir, hasta que Leopoldo López y María Corina Machado asuman la dirección absoluta de la unidad opositora.