Por Andrés Cusme Franco
En su célebre tratado de doctrina política, El Príncipe, publicado en 1531, Nicolás Maquiavelo manifestó: “Quien tolera el desorden para evitar la guerra, tiene primero el desorden y después la guerra”. Esta frase se ha visto correspondida en Ecuador. Las protestas, que durante 11 días desencadenaron odio y destrucción, trajeron consigo una crisis que puso en vilo a toda una nación. El presidente de Ecuador decidió finalmente ceder ante el chantaje y el terrorismo, pero resulta fundamental entender cómo se inició todo.
El desorden y la guerra
La noche del 1 de octubre del 2019 marcó un hito en la historia política y económica del Ecuador: el presidente Moreno anunció en cadena nacional varias medidas económicas, pero una de ellas merecía ser considerada como histórica: la eliminación del subsidio a los combustibles. Política sostenida en Ecuador desde 1974 y que, según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Estado llegó a subsidiar hasta un 85 % del costo real de los combustibles, causando de esta forma graves distorsiones en la economía ecuatoriana.
La eliminación de estos subsidios al combustible representó el resultado de décadas de lucha en Ecuador contra grupos de poder, cuyos pardos intereses nada tenían que ver con el progreso de una economía en desarrollo. Eliminar estos subsidios suprime, de una vez por todas, distorsiones en la economía, quitando de esta forma la ilusión de un precio irreal cuyo costo a mediano y largo plazo era enteramente asumido por los ecuatorianos, pues no existe tal cosa como un almuerzo gratis.
Pero ¿qué tuvieron que ver estas medidas anunciadas por el Gobierno con la hecatombe que se vivió en Ecuador durante 11 días?
Pues bien, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) se alzó en protesta en contra de las medidas anunciadas por el Gobierno, exigiendo, entre otras cosas, la inmediata supresión del decreto 883 que ponía fin al subsidio de los combustibles. Sus dirigentes se encargaron de movilizar a todos los miembros de la comunidad indígena y marcharon hacia el Palacio de Carondelet en Quito, y posteriormente también hacia Guayaquil. El caos y destrucción que comenzó a tomar forma, motivó la decisión del presidente de Ecuador de mover la sede de Gobierno hacia Guayaquil. Los disturbios, saqueos y atentados a la propiedad privada eran de considerable gravedad.
Sin embargo, una inusual violencia empezó a despertar la desconfianza de todos los ecuatorianos. Los daños a nivel nacional, particularmente en Quito y Guayaquil, eran de proporciones dantescas. Y justo cuando nadie se lo esperaba, el expresidente de Ecuador, Rafael Correa, aparece en redes sociales pidiendo que se convoque a elecciones presidenciales, y que, de ser necesario, él sería uno de los candidatos a la Presidencia de Ecuador.
La conspiración
En el mes de agosto, aproximadamente durante los días 24 y 27, Correa habría estado en Venezuela para reunirse con el dictador Nicolás Maduro en el Palacio de Miraflores. Durante estas mismas fechas, se reportaron las llegadas de Paola Pabón y Virgilio Hernández, partidarios del movimiento de Correa en Ecuador, hacia Caracas, ciudad donde actualmente residen Vinicio y Fernando Alvarado, quienes manejaban todo el aparato de propaganda socialista en el Gobierno de Correa, y que actualmente se encuentran prófugos de la justicia ecuatoriana.
¿Acaso se ha tratado de un encuentro fortuito? No. La respuesta ha quedado completamente clara para los ecuatorianos. Todo lo que se ha venido fraguando, inclusive desde el encuentro del Foro de Sao Paulo en Caracas, en conjunto con distintos actores afines al movimiento de Correa, en asociación ilícita con dirigentes del PSUV y con agentes de inteligencia cubana, todo lo que ha estallado en Ecuador, ha sido cuidadosamente planificado, coordinado, dirigido desde Venezuela y Cuba con el fin de alterar el orden democrático en Ecuador, la estabilidad política y económica de un país que apenas está intentando recuperarse de la tragedia de diez años de socialismo con el Gobierno de Correa.
Durante los días de intensas protestas en Ecuador, Correa estuvo casualmente reunido con varios de los miembros de su partido en la ciudad de Barquisimeto (Edo. Lara), desde donde se movilizó en un avión de PDVSA a distintas ciudades de Venezuela, entre ellas Caracas, donde tendría una reunión con compatriotas ecuatorianos para tratar la ‘delicada crisis acaecida en Ecuador’.
Ecuador perdió
En medio de los disturbios en las calles de Quito, los dirigentes de la CONAIE ordenan a todos sus miembros agruparse en la casa de la cultura de Quito, porque aseguran que su protesta se ha visto infiltrada por colectivos insurgentes y se deslindan de toda responsabilidad por el desastre, la violencia y los estragos que se han llevado a cabo particularmente en las últimas horas. Luego de esto, el nivel de violencia en las calles de Quito se agudiza de la mano de estos grupos guerrilleros, quienes maltrataron a nuestros compatriotas, destruyeron la propiedad privada, y no contentos con todo esto, incendiaron el Edificio de la Contraloría General del Estado en Quito. Posteriormente, los dirigentes indígenas decidieron secuestrar a ocho policías, a quienes aplicarían “justicia ancestral” en caso de que ellos llegasen a recibir algún tipo de ofensiva. El dirigente indígena al mando, Jaime Vargas, aparece luego públicamente para incitar a los ecuatorianos a que retiren el apoyo al presidente Moreno.
La verdad sea dicha: la supuesta lucha del movimiento indígena a favor de los ecuatorianos no fue más que un pretexto para incendiar Ecuador. Fue el caldo de cultivo perfecto para que el expresidente Correa, implicado en varios casos de corrupción durante su Gobierno, sembrará odio y destrucción en contra de los ecuatorianos. Quien, de la mano de Venezuela y Cuba, intentó lacerar la democracia en Ecuador y tomar el poder por la fuerza, cual dictador. Quien ordenó a sus colectivos para que incendiaran la Contraloría General del Estado en Quito, donde reposaban todas las evidencias de los incontables casos de corrupción en su Gobierno. Sí, al puro estilo de narcotraficantes y criminales en pleno siglo XXI.
Finalmente, los dirigentes indígenas entablan un “diálogo” con el Gobierno ecuatoriano. Yo no lo llamaría diálogo, prefiero llamarlo monólogo. Jaime Vargas y toda su compañía solo tenían un objetivo: no escuchar. Chantajearon al jefe de Estado asegurando que si no se derogaba inmediatamente el decreto 883, las protestas se retomarían en Ecuador. El presidente decidió ceder antes las amenazas y el chantaje, decidió negociar con terroristas que atentaron contra la vida de sus compatriotas. En la mesa de negociaciones con el movimiento indígena, el presidente Moreno decidió darles lo que ellos exigían. Se eliminó el decreto 883 y se propuso la elaboración de un nuevo decreto en concordancia con las propuestas de este movimiento, que dicho sea de paso, no representó jamás a los ecuatorianos. La noche del 13 de octubre Ecuador permitió el desorden y toleró la guerra. La noche del 13 de octubre, Ecuador perdió.
Andrés Cusme Franco escribe para el Instituto Ecuatoriano de Economía Política y para FEE.
Artículo republicado con el permiso de la Fundación para la Educación Económica.