EnglishA principios de este año, tuve la oportunidad de asistir, junto a otros coordinadores, a un seminario sobre libertad para los exiliados cubanos, realizado en la Universidad de Miami. Cuando llegamos, José Azel nos recibió, y nos brindó una breve descripción de su vida en Cuba y de lo que sucede en el país caribeño. Más allá de las anécdotas de la historia del país y su desierto económico, sus comentarios acerca de la psique de los cubanos llamaron mi atención.
Mientras estábamos ahí para compartir ideales de una sociedad libre, como lo establece la misión del Language of Liberty Institute, Azel nos explicó que varios exiliados no conocían el concepto de propiedad privada, ganancia, contratos, ni siquiera sabían cómo escribir cheques. Peor aún, ellos habían estado sometidos a un adoctrinamiento totalitario, que impide el pensamiento independiente y dificulta el vivir día a día.
Esta psique manipulada se demuestra en lo que José denomina, la visión esquizofrénica del gobierno. Por un lado, él considera que muchos de los nuevos exiliados están entusiasmados por poder disfrutar de la riqueza y lujos de una sociedad libre: casas nuevas, carros, yates, dispositivos tecnológicos, viajar, cenas refinadas, etc. Mientras que por el otro, ellos creen firmemente que el gobierno tiene la obligación de ofrecerles una serie de beneficios como educación “gratuita”, seguro de salud, vivienda, seguro de desempleo, ayudas alimentarias, guardería, entre otros.
Estas dos aspiraciones se anulan entre sí: “un gobierno suficientemente grande para darte todo lo que quieres, es un gobierno suficientemente grande para quitarte todo lo que tienes”. No obstante, esta relación evidente se pierde en aquellos individuos que pasaron décadas desconectados de cualquier forma de economía de mercado.
Esta ironía de esperanza versus realidad también se encuentra presente en el libro de Azel, Mañana in Cuba: The Legacy of Castroism and Transitional Challenges for Cuba (Mañana en Cuba: El Legado del Castrismo y los Retos de Transición para Cuba). Durante el mes que estudié el certificado del programa de Estudios Cubanos, nuestros caminos se cruzaron más de una vez. Azel lidera el Instituto para Estudios Cubanos y Cubano-Americanos, y su libro fue uno de las dos lecturas obligatorias; el otro era Cuba: From Columbus to Castro and Beyond (Cuba: De Cristóbal a Castro, y más allá), de Jaime Suchlicki.
Este curso, que me permitió conocer y relacionarme con los líderes académicos y disidentes cubanos de la época, incluyendo Huber Matos y Yoani Sánchez, excedió mis expectativas. También me abrió los ojos hacia el panorama “deprimente”, con el que Azel lucha, tras más de 50 años en el exilio.
Azel incluye una cita de Blaise Pascal, “el corazón tiene razones que la razón desconoce”. De hecho, el divide su obra en dos secciones que fácilmente podrían titularse “Realidades” y “Esperanzas”.
La primera sección es un resumen muy preciso de la vida contemporánea en Cuba y cómo se compara con otros regímenes totalitarios. Este contenido, que en gran parte es conservador e introductorio, podrá sonar familiar a muchos lectores provenientes de Cuba. Más importante aún, Azel concluye que hay una apatía generalizada y no hay probabilidades de ningún movimiento que surja de la base, al menos no sin una cierta influencia que expulse la clase dominante.
El vislumbra dos únicas posibilidades: la “reencarnación” y la “continuidad”. En otras palabras, las Fuerzas Armadas Cubanas continúan rigiendo Cuba, y cualquier variación en los que comandan — ya sea un cambio de nombres a cargo o pequeñas liberalizaciones — será un simple cambio de empaque, y en el fondo, se mantendrán los mismos individuos y formas de opresión.
Dada esta realidad tan dolorosa, Azel procede con lo que yo llamo la sección de “Esperanzas”: “El Proceso de Reforma”. Si por algún providencia, se abre la posibilidad para reformas estructurales, esta obra recomienda lineamientos de políticas o discusiones que pueden revitalizar a Cuba. Este impulso es para una democracia liberal, sofisticada, con una mezcla de libertarismo, “arquitectura de elecciones” o ligero paternalismo, y pragmatismo.
A través de esto, Azel busca refutar el argumento de que Cuba está predispuesta a ser marxista o colectivista, a pesar de tener una conocida historia de corrupción y violencia. Incluso, exhorta al famoso filósofo cubano, José Martí:
“El hombre ama la libertad aunque no sepa que la ama, y anda empujado de ella y huyendo de donde no la halla”.
En esta parte la lectura se hace un poco difícil. Si se está convencido de que la clase dominante está consolidada en el poder, especular sobre las consecuencias de las reformas que se proponen, pareciera ser más que todo un ejercicio intelectual.
Esto no implica que Azel sea vago con sus análisis y propuestas; en cambio, son extremadamente bien construidas, y reflejan un gran conocimiento con la investigación en relaciones cubanas y desarrollo humano. En el caso de que haya una oportunidad de cambio en Cuba, Azel seguro será el indicado en cómo asesorar el proceso.
Esta obra cumple con su cometido: es una revisión significativa, accesible e interdisciplinaria de Cuba, con políticas recomendadas. Sin embargo, frente a los grandes retos para un pueblo oprimido y débil, así como para una población exiliada que envejece, este libro solo puede mostrar un pronóstico desalentador.
Para una mayor discusión al respecto, recomiendo esta presentación de Azel sobre su obra, cuando se publicó en el 2010.
Traducido por Marcela Estrada.