EnglishLa candidata a la presidencia de Estados Unidos por el Partido Verde en 2012, Jill Stein, enfrenta un dilema: con menos del 0,4% de los votos no podrá convertirse en presidenta. Por lo tanto, deberá, de alguna manera, ajustar sus mensajes en 2016 para llegar más allá de los seguidores de su partido.
¿Intentará en su segunda candidatura atraer a libertarios y otros defensores del Gobierno limitado? No en esta vida, dijo Stein en entrevista con PanAm Post en Miami.
Por el contrario, una estrategia de ese estilo sería la antítesis a sus objetivos declarados. En sus apariciones públicas, no duda en ofrecer una letanía de propuestas paternalistas, que avergonzarían hasta a Bernie Sanders, el senador socialista y precandidato presidencial del Partido Demócrata. Incluso ha ignorado la oportunidad de encontrar puntos en común en temas como la guerra contra las drogas, el Estado policial y los programas de vigilancia doméstica.
Stein, una médica de 65 años y autora de Amenazas ambientales para un envejecimiento saludable, estaba en el sur de Florida a finales de mayo, para la Marcha contra Monsanto. Aunque aún en una etapa “exploratoria”, su viaje desde el estado de Massachusetts, al noreste del país, fungió como una parada de campaña y una oportunidad para darse a conocer después de la protesta, donde recibió amablemente a la prensa.
¿Cómo agrupar a los independientes en disputa? Para Stein esa es “la pregunta del millón”.
“Las viejas coaliciones se han desmoronado. Sindicatos, mujeres, inmigrantes (…) un montón de jóvenes y defensores de la justicia climática no están acudiendo a las urnas como lo solían hacer”.
Este es el motivo, dice, por el cual el Partido Demócrata ha sufrido: “Hay un importante realineamiento político en estos momentos, y hay un vacío político en (…) las ofertas políticas hechas con integridad, o cualquier tipo de políticas progresistas”
Sin embargo, cualquier gesto hacia los independientes que ven que el Gobierno Federal de EE.UU. se excede en sus facultades no está en sus planes. De hecho, Stein desestimó al Partido Libertario, calificándolo de “corporativo” y no lo ubica, según su opinión, entre los partidos minoritarios que buscan con nobleza desafiar a Republicanos y Demócratas.
Dejando a un lado el tema del día —la ingeniería genética y el etiquetado obligatorio de los alimentos transgénicos—, Stein se remontó al New Deal y promovió el “derecho a un trabajo”.
“Si el sector privado no puede dar trabajo, y no lo hará (…) el Gobierno debe tomar la iniciativa y proveer empleo estatal (…) con financiamiento nacional, pero que necesitará ser controlado a nivel local”.
En medio de la charla sobre la “creación” de empleo, la falacia de la ventana rota no surgió, tampoco lo hizo la preocupación de por qué las empresas no contratan nuevos empleados. Ante la repregunta de qué sucedería si alguno de esos trabajadores estatales desempeña mal sus tareas, Stein dijo que “esas preguntas fueron contestadas anteriormente” y rechazó ofrecer mayores detalles.
También adoptó una postura defensiva cuando se mencionó que despedir a empleados estatales es casi una tarea imposible: 0,15% de los trabajadores del Estado son despedidos por año. Pese a la considerable evidencia sobre los salarios inflados y los beneficios que ofrece estar en la nómina del Gobierno —un 63% adicional al sector privado—, Stein lamentó que “podríamos haber hablado durante un largo tiempo sobre cómo podemos asegurarnos de que los más pobres no nos estafarán con un salario de US$12 por hora”, ya que ella hubiese preferido enfocarse en asegurar “que los grandes banqueros no nos estafaran por $14 billones”.
Stein sostiene, con algo de ironía, que el impuesto inflacionario y redistributivo de la Reserva Federal es una cuestión elitista. Al mismo tiempo se quejó del creciente nivel de endeudamiento: “para la gente que tiene el tiempo y el lujo de poder estudiar nuestro sistema financiero, sí, la Reserva Federal es un asunto importante también (…) y efectivamente es parte de nuestra plataforma, (…) (pero) yo sé que un montón de gente en ese salón necesita un trabajo (…) y están endeudados hasta el cuello. Entonces, en mi opinión, esto se puede aprovechar para motorizar un cambio real”.
Otra de las principales propuestas de Stein ese día era la oferta de educación superior gratuita, financiada completamente por los contribuyentes, pese a que EE.UU. posee los mayores niveles de asistencia a la universidad. Desde la perspectiva de Stein, los estados han dejado de proveer educación como parte de una “agenda de austeridad”, pero donde ocurrirá eso aún es un misterio: “En promedio, los contribuyentes todos los días aportan miles de millones de dólares a los bolsillos de los más ricos; tenemos que terminar con el financiamiento de este tipo de cosas para que la persona de a pie pueda beneficiarse”.
Solo hay un problema, Estados Unidos ya grava a los ricos desproporcionadamente más que cualquier otro país integrante de la OCDE; y aquí yace el problema con la candidata y quienes la apoyan. Más allá de lo bienintencionada que sea, su visión utópica ignora aspectos básicos de la ciencia económica, y le otorga más poder al Gobierno para resolver problemas o que no existen, o para empeorar los que ya hay.
Hasta que eso cambie, quienes están preocupados por las extralimitaciones de los políticos evitarán a Jill Stein a toda costa.