EnglishAntiguamente el papel moneda tenía un respaldo en un bien físico. Esto significa que era convertible a una cantidad fija de un bien, usualmente metales preciosos, como el oro y la plata, mediante un banco, una caja de conversión, o una institución similar.
A manera de ejemplo, los participantes en los acuerdos de Bretton Woods (1944) definieron que cada onza de oro respaldaría unos US$35. Esta conversión fija comenzó a colapsar en la década de los 1960, y terminó por desaparecer durante la guerra de Vietnam, cuando Richard Nixon manifestó públicamente (1971) que desde ese momento el dólar estadounidense no sería más respaldado en oro.
Así llegamos a los tiempos actuales, en los que la la mayoría de las monedas nacionales son fiduciarias; esto significa que dependen de nuestra confianza y no de una convertibilidad fija predefinida.
Varios catalogarían al bitcoin de igual forma, ya que —al igual que el dólar estadounidense—, no tiene un “respaldo” más que nuestra fe en el. Otros tantos también dirían que el oro es distinto, dado que tiene un valor “intrínseco” —propio o característico por sí mismo y no por causas exteriores—, dada su utilidad industrial o decorativa (por ejemplo, para uso ornamental o para joyería).
Lo cierto es que desde fines del siglo XIX, gracias a los descubrimientos simultáneos de William Stanley Jevons, Léon Walras y Carl Menger, sabemos que el valor es subjetivo, y que también depende de nuestra percepción de que un objeto, tangible o no, ayudará a concretar nuestras metas. No solo eso, sino que dicha percepción cambia en tiempo y espacio.
El oro puede ser muy valioso, pero si nos encontramos sedientos en un desierto, temiendo por nuestra vida, valoraremos más un vaso de agua que todo el oro del mundo. De igual forma podemos analizar la frase “un caballo, un caballo, mi reino por un caballo”, de Ricardo III en la obra de William Shakespeare.
Entonces, el valor de un bien depende de su escasez, pero también de la utilidad que consideramos que podemos darle; sea el transporte en una bicicleta, el placer de tener un sello postal en un filatelista, o la mera especulación en una ficha de casino.
La simple conveniencia económica genera una demanda para utilizar esta tecnología, y por ende un valor
¿Y el valor “intrínseco”? Como decía el político y académico británico Enoch Powell: “Si la gente valora algo, tiene valor; si la gente no valora algo, no tiene valor; y no hay nada intrínseco en él”.
Usos que generan valor
La moneda fiduciaria estatal, sea en papel o bancarizada, tiene como utilidad que es necesaria para el pago de impuestos. Además en muchos países es también de curso forzoso (no aceptarla implica multas o ser enjaulado), con lo cual su utilidad, demanda y valor no están en duda.
Asimismo, los metales preciosos también tienen usos que ya hemos mencionado, que generan demanda y un valor correspondiente.
¿Qué pasa con bitcoin? Tal vez no estemos acostumbrados a sus usos tanto como a los del oro. No obstante, para simplificar con un ejemplo, podemos inferir que si necesitamos transferir valor de un lugar a otro del mundo, y hacerlo a través de la red bitcoin resulta más económico que mediante una compañía de remesas, la simple conveniencia económica genera una demanda para utilizar esta tecnología, y por ende un valor.
No es una suposición: exceptuando sus primeros 10 meses en 2009, el bitcoin ha tenido siempre una cotización en el mercado que representa y cuantifica ese valor.
Respaldo físico y centralización
No tener un respaldo físico en un bien ya existente suele ser visto como una desventaja al momento de analizar a bitcoin como moneda. Es comprensible: es más fácil atar el valor a lo ya existente que lograr instaurar una alternativa cuyo precio no podremos predecir. Sin embargo, esa ausencia de respaldo físico es la que permite gran parte de sus cualidades y usos, en particular, todos los que derivan de su naturaleza descentralizada.
Imaginemos una moneda digital que tuviera un respaldo en oro. Cada unidad de esta moneda debería tener una contraparte en oro almacenado en algún lugar del mundo. Y deberíamos poder cambiar esa unidad monetaria digital por el correspondiente oro si así lo quisiéramos.
Los problemas de este proyecto de moneda digital serían múltiples. Implica una necesaria centralización, dado deberá existir un custodio en quien deberíamos confiarle que no robará el oro; que implementará suficientes medidas de seguridad para evitar robos de terceros; que no funcionará con un sistema de reserva fraccionaria; que el oro almacenado será de la calidad pautada, etc.
Bitcoin soluciona los inconvenientes inherentes a la confianza en emisores e intermediarios que requiere el dinero tradicional
Eso no es todo. Considerando la historia, también tendríamos que confiar en el Gobierno en cuya jurisdicción se encuentre la bóveda. Y por último, confiar en que la organización que custodia el oro no será acusada de lavado de dinero o financiación del terrorismo porque algunos de los usuarios de esta moneda digital hayan cometido esos ilícitos.
Bitcoin, en cambio, soluciona los inconvenientes inherentes a la confianza en emisores e intermediarios que requiere el dinero tradicional, aunque también propone sus propios problemas, frutos de una tecnología e infraestructura que aún tienen mucho por mejorar.
A la hora de analizar al bitcoin y su falta de “respaldo”, cuando los desarrolladores repiten la frase “no es un bug, es una prestación”, tal vez en esta ocasión, y solo en esta ocasión, estén siendo sinceros.
Editado por Adam Dubove.