Así como lo lee: el país que hace unos pocos años era símbolo del desarrollo económico, de prosperidad y progreso, sinónimo de seguridad y libertad (Chile, que retomó el sendero del crecimiento que había destruido la tiranía socialista del gobierno de la Unidad Popular dirigida por el comunista y lacayo de Fidel Castro, Salvador Allende) regresa a ser un país estancado.
Sí, ahora se incorporó al mercado mundial (que se encuentra igualmente estancado) negociando con países que no tienen intenciones de seguir creciendo y que solo quieren satisfacer un mercado poco dinámico. Esto es particularmente cierto en países como los hispanoamericanos, que exportan todas las materias primas posibles e importan todo tipo de tecnología, ya que no han sido incapaces de desarrollar o replicar (como sí hacen en Asia) lo que hizo superior a Occidente en tan pocos años: el conocimiento tecnológico.
Internamente, Chile presenta un mercado donde la oferta cada día se encarece, mientras que el consumo se mantiene, ya que los sueldos -estancados gracias a políticas liberticidas-, parecen inmutables. A esto, hay que sumar el saboteo de empresas extranjeras por parte de la CUT (el sindicato nacional manejado por comunistas) y el aumento de impuestos a las empresas y las personas. A la solidez de la moneda, se le contrapone el encarecimiento de los productos por falta de competencia debido a la falta de inversión y lo complicado de emprender para competir, lo que resulta en una economía miserable, enferma y que apenas subsiste.
Y no, no me refiero a los grandes empresarios, políticos o el establishment en general, sino al grueso de los chilenos, los que trabajan por cuenta propia, tienen empresas medianas o pequeñas, que son asalariados de alguna compañía, a quienes trabajan para carabineros, en el Ejército o para el Estado. Son ellos quienes componen al grueso de Chile, llámese pueblo, ciudadanía o, sencillamente, los chilenos.
Luego pasamos al sistema político. Chile tiene un establishment de izquierda desde el plebiscito realizado por Augusto Pinochet (en el que perdió y entregó el poder a la Democracia cristina) aliado con los socialistas. Así han forjado una casta dirigente de izquierdistas, empresarios corporativistas y rentistas que recibieron negocios con el Estado con la finalidad de financiar políticos, partidos y campañas. Esta alianza de hierro entre la izquierda y los corporativistas es la que con furia se ha dedicado de destruir el sistema de libre comercio, es decir, oferta y demanda, competencia e innovación.
Este establishment de la izquierda ideológica, forjado por la alianza de la Concertación y heredado por la Nueva Mayoría -que incorpora al Partido Comunista- ha creado, en el transcurso de 30 años, un discurso de odio, resentimiento y envidia contra el empresario, el carabinero, el ejército, el cura, el conservador, el católico, el derechista y, cualquier persona que se diga contraria a las ideas de izquierda, que derivan siempre en miseria, hambre y muerte propias del comunismo.
Con ese discurso de odio han engendrado una sociedad enferma y adoctrinada bajo antivalores y parámetros de origen marxista, donde lo que se predica y practica es la mezquindad entre la misma sociedad, alimentando el conflicto para generar violencia entre hermanos, primos o vecinos, con la finalidad de dividir la sociedad hasta lograr destruirla.
Ese abandono al libre comercio, al apego a la ley y a los valores cristianos, típicos discursos de fracasados y resentidos para llevar a los pueblos a la miseria, ha creado una sociedad que se aferra y apega a ese resentimiento porque han perdido el curso plegándose a campañas odiosas para llenar sus vacíos existenciales.
Eso explica cómo en Chile (y esto aplica a nivel global) emerge cualquier tipo de campañas o subgrupos que tienen en su génesis el odio irracional contra un supuesto enemigo, que es el culpable de todo lo malo que les ocurre. Claro ejemplo de ello es el feminismo radical, que detesta al patriarcado, los ecosuicidas y animalistas, que desprecian a la humanidad, determinados grupos LGTB, que parecieran rechazar al heterosexual, y finalmente, los comunistas (y la izquierda en general) que odia al capitalismo, a los empresarios, Estados Unidos, los militares, los cristianos y cualquier persona normal que no comulgue con sus antivalores y perversidades.
Si agregamos que la estructura política tampoco es capaz de cumplir su rol de seguridad o justicia (ya que por un lado los carabineros cada día tienen menos competencia, mientras el ladrón ostenta más protección o que los tribunales se han vuelto lentos y corruptos, y que cada día promulgan leyes estúpidas o nocivas) Chile parece dado para bañarse de nuevo en las peligrosas aguas de una crisis económica, política y social como la que se vivió en 1973.
Tal vez la economía no se encuentre destruida por comunistas como sucediera entonces, pero el sistema político sí lo está, mostrándose corrompido e inoperante. El Estado sirve para enchufar operadores políticos con altos sueldos y meter burócratas al servicio de partidos. Y lo más grave ha sido la instrumentalización y estatización del sistema cultural, donde la Iglesia católica tiene un rol de cuarta, los medios se toman por predicadores y todas las artes han sido monopolizadas por izquierdistas mediocres tarifados de papá Estado.
Si Chile no endereza su rumbo en poco tiempo, el país lo habrá perdido todo. Hoy todo el Congreso resulta una gran vergüenza, y la élite dirigente también, todos sumados a agendas internacionales. El propio Piñera está al servicio de empresarios como Soros o siguiendo órdenes de la ONU, mientras la izquierda ideológica sigue directrices desde Cuba a través del Foro de São Paulo (que también maneja la ONU, cosa que los liberales de Chile Vamos parecen ignorar o no encontrar relación).
El futuro dentro de los próximos 10 o 20 años no es alentador. Chile pasaría a ser un país estancado como Uruguay, y posteriormente uno destruido como Venezuela, puesto que tal es la fantasía de la izquierda ideológica, que es, a fin de cuentas, quien dirige al establishment chileno.