Mucho se habla sobre cultura. Los gobiernos invierten millones en este propósito, y parte de ese dinero va a parar al bolsillo de artistas en reiteradas ocasiones frustrados y casi sin excepción de izquierda.
El arte, en general, es una expresión que, de una u otra manera, puede estar ligada a la cultura, o son un subproducto de ella, pero no son, per se, la cultura de una nación. La cultura en definición es la forma en cómo interprétanos la realidad. Esta última, por su parte, es una y en este sentido, lo ideal es verla como es.
Teniendo una definición de cultura académicamente aceptada por los expertos, podemos discernir sobre lo que es y no es cultura. Las expresiones artísticas sí son parte de la cultura, (como también lo es la educación) pero su base fundacional, su eje, es y será la religión. Por eso nuestra cultura occidental es indivisible de nuestra visión de la vida cristiana o católica, apostólica y romana.
La cristiandad es la que otorga una visión global de nuestra interacción del yo con el nosotros. La cultura no solo se basa en producir propaganda –ideológica– a través de medios, arte y universidades, como hace la izquierda, eso es insuficiente y sin contenido real. La cultura crea moral, crea el sistema de valores que nos aleja de meras bestias.
Las ideologías no son más que visiones políticas y económicas sobre el quehacer del Estado. El liberalismo, el socialismo o el comunismo, la socialdemocracia, el progresismo, el fascismo y el nacionalsocialismo no son cultura ¿Por qué? Porque no cuentan con un sistema de valores que tengan en cuenta al yo sumergido en el nosotros; la interacción e interpretación de sus posturas busca justificar la actuación o inacción del Estado.
En todas las ideologías, el individuo va quedar diluido a una masa amorfa, amoral y sin ningún tipo de participación, porque es arrastrado por corrientes ajenas a él, especialmente del orden político establecido o del nuevo que se pretenda establecer. Y ninguno de ellos se encarga de la crudeza de la realidad de la vida, cosa que las religiones sí hacen, y lo hacen perfectamente bien.
La cristiandad es un sistema moral de convivencia. Evidentemente, añade temas políticos y económicos, pero el protagonista de la historia y que se encuentra plasmada en la Biblia –el segundo libro impreso por Gutenberg y el más vendido de todos los tiempos– es el yo interactuando con el nosotros, es decir, el hombre en familia, en amistad y en comunidad. De ahí que las personas que se entregan a las ideologías terminan frustrados. La realidad les recuerda a los ideológicos lo frágil, débil y falso de su sistema de ideas en total carencia de moral y fe.
Ser ideológico y por consecuencia carecer de religión, es como ser ateo por el solo hecho de ser científico ¿A qué me refiero? A diferencia del ideológico, que basa su creencia en una interpretación errónea de la realidad social, y una aun peor de solucionar el problema, el científico basa sus teorías sobre la realidad natural en el método de inducción-deducción, que consiste en observar la realidad, probar la teoría y luego comprobar si es falsa o verdadera. Ambos tienen un medio para resolver sus respectivos problemas: los ideólogos, los problemas sociales y los científicos, los problemas naturales.
En conclusión, saber la realidad natural como los científicos – o creer saber la realidad social como lo ideólogos – no otorga ningún tipo de conocimiento superior sobre el sentido de transcendencia humana, teniendo en cuenta que, si algo nos diferencia de los animales, es que nosotros no solo buscamos multiplicarnos. También es parte de nuestra naturaleza humana querer trascender como ser mental, moral y espiritual.
Cuando la realidad es atacada sin descanso con propaganda, la cual solo va a dar soluciones políticas y están condenadas a generar más conflicto (especialmente cuando las “soluciones” vienen de la izquierda, que basa su ideología en la envidia, el resentimiento y el odio) se obtendrá una sociedad enferma, que empieza su debacle moral hasta el abismo de la historia.
La izquierda es atemporal y será la culpable de las caídas de las grandes civilizaciones occidentales. Su incultura de avivar el conflicto y la guerra entre parejas, hermanos, familias, amigos y vecinos, da como resultado el colapso de la moral y, posteriormente, a la destrucción sin retorno del sistema económico y político.
Si se ataca la política con violencia, puede regenerarse. Si la economía es asfixiada con trabas estatales, también puede recuperarse. Pero si el sistema cultural – religión y moral – es destruido, partiendo por sus instituciones y sus autoridades, la convivencia se deteriora debido a la falta de una cultura –valores– común hasta su desaparición total.
Según estipula la Biblia, Jesús les dijo a los fariseos “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es Dios”. Este es un gran resumen de lo que es nuestra cultura occidental: el César representa la autoridad política, mientras que Dios es la autoridad religiosa. Por último, la moneda representa al mercado, a la autoridad económica.