EnglishEl 1ro de mayo es el Día Internacional de los Trabajadores, reconocido en la mayoría de los países como una conmemoración de la lucha con la que los trabajadores han lidiado en todo el mundo. En la mayoría de los países latinoamericanos, la gente celebra el Día del Trabajador como una fiesta con vacaciones, la figura del trabajador oprimido sigue vigente, y las protestas sindicalistas enfrentan a los trabajadores contra el “capitalismo salvaje” que los explota.
Esta mentalidad de ganar-perder tiene que cambiar, y nuestras culturas latinoamericanas tienen que empezar a ver a los trabajadores no como víctimas, sino como los motores que mantienen la economía en marcha. Lo que debería ser celebrado como un homenaje al esfuerzo individual y la capacitación, se ha convertido tristemente en un discurso degradante, manipulado por políticos populistas. Con demasiada frecuencia, las marchas del Día del Trabajo se han convertido en protestas violentas que terminan en tragedias.
En lugar de comprometerse con su trabajo y de marchar para demostrar su inspiración, estos supuestos trabajadores interpretan el trabajo y el día en que se celebra como una oportunidad para exigir un sinnúmero de beneficios. También negocian esquemas coercitivos con el gobierno sobre la base de la retórica histórica de opresores y oprimidos.
A diferencia de lo que generalmente se escucha en los sectores políticos y sindicales, la mejor manera de sostener el crecimiento económico es permitir que la gente tenga más libertad para trabajar. No se deberían imponer ningún tipo de obstáculos contra la libertad que necesitamos, tal como lo proponen los sindicatos que exigen aumentos salariales mínimos impuestos por el estado cada año, entre muchas otras peticiones.
Los líderes sindicales se han dedicado a llamar la atención nacional e internacional apelando al uso de un lenguaje violento y demagógico contra las empresas y el sector privado. Incluso descuidan a los propios trabajdores en el intento desesperado de aparecer como víctimas que necesitan ser protegidos de los “malvados” empleadores que los explotan.
El mayor triunfo de un trabajador no viene con el logro de un par de a aumentos de sueldo exigidos legalmente; los dirigentes sindicales deberían ser más ambiciosos, exigiendo economías productivas y competitivas en condiciones que permitan el respeto al individuo. En lugar de fortalecer el espíritu empresarial y la inversión, se conforman con migajas, lo cual se refleja en aumentos salariales anuales ‒perjudiciales cuando se imponen artificialmente en las economías de los países‒ que se interpretan como “derechos laborales”.
A los sindicatos en realidad no les interesa demasiado beneficiar a los trabajadores, que en esta región son en su mayoría jóvenes que necesitan un ingreso mensual que deberían recibir de acuerdo a su nivel de estudios y preparación. Las exigencias deberían orientarse hacia la negociación de salarios basados en la productividad en lugar de la aplicación de normas coercitivas. Bajo un esquema de salarios impuesto desde arriba, los trabajadores que se esfuerzan y logran una mayor productividad a lo programado en los parámetros de negociación colectiva, y que por lo tanto podrían ganar más, salen perdiendo.
Las instituciones del sector privado y las empresas deberían manifestarse hoy también, promoviendo leyes que fomenten una mayor flexibilidad en la negociación de contratos con sus empleados. Esto generaría condiciones de trabajo que aportarían mayores beneficios a los empleados y a sus familias, pero también a los empleadores, que obtendrían niveles más altos de productividad.
No es a través de peticiones al gobierno y de la preponderancia de una sola voz que los trabajadores se sentirán mejor acerca de sus puestos de trabajo y los valorarán; así ni siquiera obtendrán mejores condiciones laborales. Por el contrario, la relación de un empleado con su empleador debe ser voluntaria, libre y adaptada específicamente para el beneficio mutuo.
Al contrario de lo que implica el mito popular, las mejores oportunidades laborales ‒y por lo tanto la capacidad de mantenernos a nosotros mismos y a nuestras familias económicamente‒ sólo pueden ser alcanzadas a través de la libertad para trabajar y la libertad de empresa. Y pueden ser generadas por las grandes, medianas o pequeñas empresas, incluso las microempresas, que en conjunto emplean a miles de familias.
La libertad para hacer negocios en un marco de políticas económicas abiertas atrae inversión y crea puestos de trabajo. Es verdaderamente triste que en América Latina, una región en la que existe un fuerte anhelo de crecimiento y desarrollo económico, el trabajo en un contexto de apertura no es visto como el medio para ese fin. El discurso de “explotación” distrae de este tipo de iniciativas que benefician a todos, y debe ser reemplazado por uno en el que se elogie el trabajo productivo y se vea como la única actividad que le brinda a uno el gusto de transformar su esfuerzo personal en recompensa.
La cooperación voluntaria ‒a través de acuerdos libremente negociados entre empleados y empleadores‒ no solo favorecería el crecimiento, sino que también ayudaría a fomentar un mejor ambiente de confianza entre los miembros de la sociedad. La manera más eficiente de lograr condiciones laborales justas y armónicas es teniendo la libertad de trabajar y firmar contratos sin coacción (por ejemplo, sin un salario mínimo).
Sólo esto creará confianza y traerá prosperidad, permitiendo a los trabajadores utilizar su capacidad humana para transformar su trabajo en riqueza dentro de un contexto de libertad económica. ¡Celebremos el Día del Trabajo aplaudiendo la libre empresa!