EnglishEs un hecho constatado que que el libre comercio promueve la paz y la prosperidad. Al promover el intercambio, los líderes nacionales garantizan el beneficio mutuo y mejoran la competitividad económica de sus países en el ámbito global, proporcionando un camino hacia el desarrollo y el enriquecimiento cultural. Tal como lo dijo Otto T. Mallery, “Cuando las mercancías no cruzan las fronteras, lo harán los soldados”.
En América Latina estamos siendo testigos de cómo un nuevo bloque de países de cara al Pacífico —entre ellos México, Perú, Chile y Colombia— están abrazando la libertad de mercado y de comercio a través de la Alianza del Pacífico, y por lo tanto, están alcanzando altos niveles de inversión extranjera y manteniendo a raya la inflación. A pesar de una geografía, cultura e historia similares en esta región del mundo, el bloque del Atlántico —Brasil, Argentina y Venezuela— y su acuerdo de libre comercio, el Mercosur, no ha tenido el éxito del bloque del Pacífico, tal vez porque realmente no se basa en el libre comercio.
En cuanto a América Central, es una región en la que las iniciativas de integración se han multiplicado. Libertadores como Francisco Morazán han propuesto la integración regional desde el siglo XIX, pero no fue hasta la década de 1950 que la idea de un mercado común centroamericano tomó suficiente fuerza. Desde entonces, la región se ha esforzado por facilitar el libre intercambio de bienes y servicios. Los objetivos incluyeron el establecimiento de un arancel externo común, un servicio aduanero estandarizado (Unión Aduanera), y la eliminación de todos los controles innecesarios y burocráticos en las fronteras.
El libre comercio que no lo fue
Sin embargo, la integración económica de América Central en la década de los 90 se basó en marcos teóricos muy diferentes a los propuestos durante el apogeo del Mercado Común Centroamericano.
El modelo de integración económica propuesto en el Protocolo de Guatemala de 1960 consistía en una unión aduanera, políticas comunes y el establecimiento de un mercado regional único que hizo hincapié en la libre circulación de capitales y trabajadores entre los países centroamericanos.
Los resultados, sin embargo, no han sido como cabría esperar. Después de 65 años, el proceso de integración centroamericana no se ha activado ni logrado el desarrollo de los cinco países originalmente invoucrados (Guatemala, Honduras, El Salvador, Costa Rica y Nicaragua). La realidad, por desgracia, es que las barreras al comercio dentro de América Central son muy fuertes, y la “libre” circulación de personas —como la que se disfruta en la Unión Europea— entre estos países no es realmente libre.
También tenemos un largo camino por recorrer en cuanto a la estandarización de las leyes fiscales, las facilidades para la apertura de empresas regionales y la simplificación de los procedimientos para lograr la residencia de los inmigrantes centroamericanos que quieran trabajar en cualquiera de estos países: En fin, todas las condiciones necesarias para facilitar los intercambios amistosos entre las naciones.
Aunque han habido grandes avances en la armonización arancelaria, con casi el 97% de los bienes y servicios libre de aranceles, el 3% restante incluye los productos más críticos, como el café sin tostar y tostado, el azúcar, derivados del petróleo, bebidas alcohólicas destiladas y etanol.
Perder contra los pesos pesados
Con una verdadera estrategia para un Mercado Común Centroamericano podríamos lograr una plataforma para la entrada exitosa en el comercio internacional. Más allá de América Central, se podría negociar el acceso a los mercados y bloques comerciales más grandes y competitivos. La oportunidad mutua sería mayor, ya que el atractivo de la región para la inversión aumentaría si tuviésemos un territorio aduanero común.
Si América Central no se toma en serio el libre comercio, nuestro principal socio comercial, los Estados Unidos, buscará nuevos mercados para proveerse de los mismos productos de manera más ágil y menos costosa. La Asociación Trans-Pacífico (ATP), que se negocia actualmente con Australia, Brunei, Chile, Malasia, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam, es un ejemplo de ello.
La ATP representará uno de los acuerdos comerciales más extensos del mundo, con un plan para reducir los aranceles sobre una amplia gama de bienes y servicios y para armonizar las regulaciones. Si llegara a cerrarse, afectaría a un 40% de las exportaciones e importaciones de Estados Unidos.
Iniciativas como la ATP que eliminan los aranceles y las barreras comerciales entre las economías, fortalecerán la influencia de EE.UU. en Asia y afectarán a América Latina, y más específicamente a América Central, debido a su fuerte énfasis en el sector textil. Y dado que muchas empresas asiáticas son altamente competitivas, con muy bajos costes laborales y energéticos, nuestras exportaciones podrían sufrir.
Teniendo en cuenta esta competencia que se avecina, los líderes de la región deben concentrar todos sus esfuerzos en permitir que sus países disfruten de todos los beneficios de la libertad, sin limitarse a la democracia y el Estado de derecho, sino también abrazando el libre comercio y la libre circulación de las personas. Es hora de dejar atrás los discursos demagógicos que justifican la existencia de agencias burocráticas, y empezar a pensar en los procesos de integración marcados por la globalización y la inserción competitiva de los países en la economía internacional.