Trabajo como profesor para dos universidades privadas de Venezuela. 14 centavos de dólar por hora académica en una, casi un dólar en la otra. El costo del transporte y un café diarios superan frecuentemente mi paga de medio día de clases. Y es lo usual.
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En universidades gubernamentales o privadas, gratuitas, baratas o “caras” –con cargo a impuestos de todos o pago del que estudie– nuestros profesores peor pagados no cubren el transporte, los mejor pagados reciben una fracción mínima de lo que se les pagaría en casi cualquier otro país. Pero no nos explotan. No cobramos menos de lo que vale lo que hacemos. Tristemente, vale poco, casi nada, en este momento y lugar.
La explotación real
Explotar un ser humano exige esclavizarlo. La economía esclavista es improductiva. Únicamente dotando a esclavos de capital supera el producto por esclavo el coste de su manutención y reposición. Es lógico, el forzado hace el mínimo esfuerzo posible, su objetivo inmediato no es producir sino sobrevivir, y el costo de mantenerlo vivo, capaz de trabajar, vigilarlo y forzarlo a producir algo, fácilmente supera el valor del producto.
Quien podía explotaba a sus esclavos brutalmente y los reponía con otros a bajo costo. De los prisioneros de guerra de la antigüedad, y los capturados en las costas del sur de Europa por esclavistas norafricanos, o en África por musulmanes y europeos medievales y renacentistas, a los prisioneros del Gulag soviético o el Lao Gai chino, todos fueron víctimas de un sistema que dependía de la renovación de esclavos a bajo costo. Así es la explotación real.
Vale lo que pagan
Nadie nos obliga por la fuerza a dar clases, ni a otro trabajo, lo hacemos voluntariamente a cambio del pago. Que sea una miseria depende de lo poco que nos valoran los demás. El valor de mercado que las personas dan a su educación superior –y en general a su educación– es en lo que están dispuestas a pagarla. En mi país casi todos exigen educación gratis y cambio de votos creen obtenerla.
Pero nada escaso y útil es gratuito, gratuito es aquello tan abundante que carece de valor. No las instalaciones, equipos y personal necesarios para impartir educación, o producir cualquier otro bien o servicio demandado. Cuando el que lo recibe no lo paga, otro que no lo recibió lo pagó. No es gratuito, sale de los impuestos que todos pagan, directamente si los cobra el fisco, indirectamente en la inexistencia, escasez y ineficacia de servicios públicos, e ilegalmente en la corrupción.
Nuestra educación pública “gratuita” es pésima. Su deficiente calidad empeoró con su masificación y politización ya en el socialismo moderado del pasado y más en el socialismo radical presente. El resultado es proporcional a los presupuestos y objetivos que socialistas de ayer y hoy fijaron. Hemos caído de profesores razonablemente pagados, unos más que otros, a profesores muy mal pagados, unos peor que otros.
Pagan lo que obtienen y obtienen lo que pagan. El que exige educación gratuita, y el que exige al Estado congelar precios en colegios y universidades privadas, obtiene lo que está dispuesto a pagar, poco o nada. Quien cree que tendrá educación privada de excelencia pagando una minúscula fracción de lo que le costarían en cualquier parte, se engaña más que quien cree en su “derecho” a una educación gratuita. O a cualquier cosa que no ha pagado.
La explotación inexistente
El resentimiento envidioso lo justificó Marx con su falaz teoría de la plusvalía. Falso que las cosas valgan el trabajo que contienen, pues si se trabaja en lo que nadie quiere, nadie lo pagará. Marx habló de trabajo “socialmente necesario” para no admitir que únicamente el trabajo dedicado a producir lo que se demanda produce valor. No es pues el trabajo sino la demanda subjetiva la causa del valor.
La teoría es simple: si A cobra 100 de sueldo, y su patrono vende en 200 el producto, le habría explotado una plusvalía de 100. Que A no tenga capital para producir por sí mismo, no pueda esperar a tener el producto, ni arriesgarse a no venderlo, desmonta todo.
Pero incluso admitiendo sus falacias, la teoría marxista de la explotación cae. Si A con sus 100 ahorra, compra una maquina, contrata a otro, le paga 100 y vende a 200 el producto ¿exploto a su empleado? No, los 100 adicionales saldrían de la maquina que A compró con el producto de su trabajo, jamás del que su trabajador incorporó. Pero es agradable creer en esa plusvalía ante la desagradable la realidad.
Si donde vivimos y trabajamos, la común estimación de nuestros coetáneos valora lo que hacemos en muy poco. Muy poco vale aquí y ahora lo que hacemos. De ser cierto que recibimos menos de lo que vale nuestro aporte al producto, fácil sería venderlo donde nos paguen lo que vale. Si no hay quien pague más, no vale más.
Creer que nos explotan es menos doloroso a reconocer que el valor de nuestro aporte vale tan poco en el mercado laboral en que trabajamos. Es así para los mal pagados profesores de Venezuela, como para sus mal pagados obreros. Y no será diferente para los bien pagados cuando vean mejor pago ajeno que envidiar.
Aquí, las arbitristas de mercancía racionada en el mercado negro, los funcionarios y políticos corruptos, con sus socios, privilegiados disfrazados de empresarios son los únicos que ganan. ¿Nos explotan ellos entonces? En tanto usan la fuerza del Estado para sus privilegios y corruptelas, sí.
Pero no porque nos paguen menos de lo que vale, aquí y ahora, nuestro trabajo. El socialismo únicamente puede explotarnos cuando cierra las fronteras y destruye el sistema de precios condenándose a planificar a ciegas, pero será doblemente improductivo. Mientras más socialista se hizo nuestra sociedad, más miserable, violenta y primitiva resulta. Y en su miseria valora en menos lo que una sociedad civilizada valoraría en más.