Quien entienda la evolución social sabe que la religión sirve para transmitir valores morales. Las religiones que transmiten mejores valores morales, hacen prevalecer a sus civilizaciones sobre las que transmiten los peores. Determinar cuáles valores morales transmite una Iglesia, es determinar la recta interpretación de las verdades reveladas en que creen sus fieles. Es discusión teológica.
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Con el Papa Francisco avanza la teología de la liberación sin que se la llame por su nombre. Posiciones públicas, declaraciones en medios. Pocos entienden el transformo teológico. Leen en clave política, pero esas batallas son precedidas y decididas por batallas teológicas.
De antiguo entienden los teólogos católicos a la justicia como virtud natural exigible a la naturaleza humana. Falible por el pecado, pero dotada de razón para perfeccionar las virtudes de su propia naturaleza. La caridad, la consideran virtud teologal, de divino origen y ajena a la naturaleza humana; salvo por don divino.
Se puede exigir al hombre justicia. Caridad no se le podría ni pedir. De pedir caridad, es a Dios a quien tendrían que pedir, la otorgue a quienes la merezcan. No es merecer recibir caridad. El don lo otorgaría Dios a quien da caridad, que excede en bondad a la justicia, no a quienes reciben caridad. Es la ortodoxa milenaria tradición católica romana del tema, estrechamente resumida.
¿Por qué importa? Porque exigir caridad, más que la justicia, a quien no se la hubiera otorgado Dios como virtud es el error fundamental de la teología de la liberación. Forzar por medio del Estado a los hombres a actuar como si estuvieran dotados de una virtud de origen divino. Clamar injusticia en donde falte caridad. Error de moda que no echara por tierra siglos de tradición teológica. El momento pasará y la Iglesia Católica se esforzará nuevamente por ser depositaria y defensora de los más altos valores de la civilización occidental. Ahora no lo desea quien la encabeza. Hace poco fue todo lo contrario.
Pocos años atras, Benedicto XVI dijo verdades incomodas para algunos, invitado a dictar una conferencia en una universidad de la cual fue profesor muchos años. Dijo que existe una poderosa tradición en el pensamiento teológico y filosófico occidental, que entiende que Dios se nos revela a través de la razón y que enlaza en occidente al pensamiento teológico cristiano con la filosofía griega clásica. De dicha tradición, presentó el rechazo teológico a la violencia como medio para diseminar la fe, que es para quien fe tiene: el radical rechazo a la violencia para imponer la verdad.
¿Se utilizó la violencia como medio para imponer su fe en el pasado, violencia instigada o refrendada por la Iglesia cuyo Papa dijo que es contraria a la doctrina cristiana? Pues sí. Pero ya el Papa Juan Pablo II admitió y condenó dichos errores como cabeza de la Iglesia Católica.
Una Iglesia que ha condenado sus propios errores pasados en dicha materia –cruzadas, inquisición y conquista– llegando a pedir excusas no únicamente del pasado lejano, sino por la omisión en el reciente, cuando de genocidios criminales hablamos. Como cabeza de la Iglesia Católica Romana, Benedicto XVI tenía autoridad para afirmar que la violencia es inadmisible para propagar la fe.
¿Qué fue pues lo que dijo el Papa emérito en contra de la violencia religiosa, como para que la respuesta de los “ofendidos” pasara por la quema de iglesias, el asesinato de una monja y las amenazas terroristas musulmanas, apoyadas y justificadas por políticos e intelectuales de lo más granado de la izquierda Europea? Pues:
Me acordé de todo esto cuando recientemente leí la parte editada por el profesor Theodore Khoury (Münster) del diálogo que el docto emperador bizantino Manuel II Paleólogo, tal vez durante el invierno del 1391 en Ankara, mantuvo con un persa culto sobre el cristianismo y el islam, y la verdad de ambos. […] Quisiera tocar en esta conferencia un solo argumento –más que nada marginal en la estructura del diálogo– que, en el contexto del tema “fe y razón” me ha fascinado y que servirá como punto de partida para mis reflexiones sobre este tema. […] Seguramente el emperador sabía que en la sura 2, 256 está escrito: “Ninguna constricción en las cosas de la fe”. Es una de sura del periodo inicial en el que Mahoma mismo aún no tenía poder y estaba amenazado. Pero, naturalmente, el emperador conocía también las disposiciones, desarrolladas sucesivamente y fijadas en el Corán, acerca de la guerra santa. […] se dirige a su interlocutor simplemente con la pregunta central sobre la relación entre religión y violencia, en general, diciendo: “Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”. […] La afirmación decisiva en esta argumentación contra la conversión mediante la violencia es: no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. El editor, Theodore Khoury, comenta que para el emperador, como buen bizantino educado en la filosofía griega, esta afirmación es evidente. Para la doctrina musulmana, en cambio, Dios es absolutamente trascendente. Su voluntad no está ligada a ninguna de nuestras categorías, incluso a la de la racionalidad. En este contexto Khoury cita una obra del conocido islamista francés R. Arnaldez, quien revela que Ibh Hazn llega a decir que Dios no estaría condicionado ni siquiera por su misma palabra y que nada lo obligaría a revelarnos la verdad. Si fuese su voluntad, el hombre debería practicar incluso la idolatría.
Ni los que los idolatran ni los que objetan la orientación teológica, filosófica y política que le imprime a su pontificado pudieran imaginar al Papa Francisco haciendo una declaración como esa. Es sencillamente inimaginable. Ese es el problema con este romano pontífice, pero también es la razón por la que lo que representa no prevalecerá en la milenaria Iglesia que temporalmente encabeza.