Vivo en un país socialista que agrega a la escasez, racionamiento y corrupción consubstanciales a ese inviable sistema económico, la peculiaridad de una hiperinflación.
Hiperinflaciones en economías en que el Estado controla lo que denomina sectores estratégicos son raras. La hambruna genocida en medio de la escasez desesperada, la destrucción del aparato productivo y la carestía del mercado negro no conducen a la hiperinflación a quien no emite dinero en exceso.
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La inflación es un fenómeno monetario. Es posible que una caída rápida y severa de la oferta de bienes y servicios sin una declinación más o menos proporcional del circulante cause algo de inflación (es la inflación reflejada por los mercados negros que sí sufren las economías socialistas) y el socialismo causa niveles de destrucción del aparato productivo únicamente equiparables a los de una guerra. Incluso peores pues la guerra destruye materialmente el capital, pero no necesariamente lo descoordina ni impide funcionar productivamente al que deja en pie. El socialismo sí.
Pero imprimir billetes, o ampliar el crédito, es como reducir la producción, pero mucho más rápido, con apariencia inicial de prosperidad y aumento del gasto gubernamental. Y lo más importante, empobrece a casi todos pero casi nadie lo entiende. Ni ven las causas, ni quieren entenderlas.
Un rodeo salarial
El socialismo en el poder en Venezuela decretó numerosos aumentos de salarios en 2016. Algunos afirmaron que provocaría más inflación, otros que eran indispensables para recuperar poder de compra derruido por la inflación. Ni lo uno ni lo otro. Los aumentos de salarios no son, de suyo, inflacionarios. Los precios suben si hay escasez, mayor demanda, o un banco central incrementando circulante como si no existiera el mañana.
La recesión inflacionaria (caída de la producción y el empleo con alta inflación) empezó antes de los aumentos de sueldos. En los primeros dos tercios de 2016 los precios crecieron poco más del 600 % pero el aumento nominal del sueldo fue de 270 %.
Lógicamente las filas del racionamiento de productos a precios artificialmente bajos (de ahí la escasez) eran cada vez más largas y con tiempos de espera más prolongados. La caída del poder de compra real es enorme y cada vez menos personas pueden comprar productos a precios de mercado en el mercado negro o a los privilegiados con licencia de importar y vender esos productos fuera del racionamiento.
No es un misterio que la pérdida del poder de compra en Venezuela se relaciona con el control de cambios más prolongado de nuestra historia. Antes del racionamiento de divisas vigente los trabajadores venezolanos ganaban salarios reales mayores. Desde que se estableció el llamado “pago del Beneficio de Alimentación” para todos los trabajadores, fraccionando el salario entre efectivo y vales (cesta tickets) ha subido la proporción de esos cesta tickets en el salario, pero lo que compra es una mínima fracción de lo que compraban cuando se establecieron. En términos reales el salario se ha deteriorado de manera exponencial.
Y llegamos a la hiperinflación
Conozco economistas venezolanos que entienden que hace tiempo llegamos a la hiperinflación. Willians Ruiz, Daniel Lahoud y Oscar Torrealba entre otros, pero el común de los economistas realmente creen que la hiperinflación empieza cuando el IPC crece al 10 % intermensual.
El problema monetario no es exclusivamente cuantitativo, aunque la cantidad sea la clave de todo hay un aspecto cualitativo, que no pasa por medir la inflación por el PIB. La inflación es un incremento en la cantidad de dinero que se emite. En Venezuela emite un banco central 100 % gubernamental bajo control político del ejecutivo.
La base monetaria ha crecido en más de 100 % anual desde 2015. Se está haciendo inflación a la antigua, imprimiendo billetes sin límite. Sin admitir que es esa la causa, no una “guerra económica” imaginaria que está perdiendo el mismo gobierno que la inventó en su propaganda. Únicamente un socialista es capaz de inventar una guerra imaginaria y perderla.
La propaganda tiene sus exigencias y emitir billetes de mayor denominación en la experiencia hispanoamericana es admitir la inflación. Y el socialismo en el poder en Venezuela proclama que ha aumentado los salarios para “compensar” la inflación que niega que exista. Y emite billetes por serie de doble letra tras usar todo el abecedario. Y claro, el billete de más alta denominación en Venezuela, hasta ahora 100 bolívares fuertes tras restárseles tres ceros al anterior bolívar, representa a precios de mercado negro dos centavos de dólar mientras escribo, y cuando usted lea representará menos.
En tales condiciones los billetes compran menos de lo que cuesta imprimirlos, se necesitan ingentes cantidades para pagar cualquier cosa, colapsa la capacidad de distribuir efectivo de la banca, crecen los costos de transacción de banca y comercio, se usan pagos electrónicos muy por encima de la capacidad prevista y terminan por colapsar cajeros automáticos y redes de pagos electrónicos. La dictadura grita ¡sabotaje y conspiración! Envía su policía política, detiene personas y gasta ríos de tinta en propaganda.
Pero emitirá billetes de mayor denominación y cambiará los de menor por monedas. Tardío e insuficiente. Como seguirán inflando la base monetaria, destruyendo la poca capacidad productiva remanente, empeñándose en ataques policiales contra lo poco que resta de industria y comercio, saltar de billetes de 100 a billetes de 20.000 como máxima denominación es algo que se tragará la hiperinflación en meses.
Temo que el común de nuestros economistas no entiende que una hiperinflación es un problema de expectativas. El exceso de emisión monetaria afecta el poder de compra del dinero, las personas sienten el efecto creciente y comienzan a deshacerse del dinero más rápidamente, mucho más cuando esperan que un bolívar mañana compre menos que un bolívar hoy.
Es cuando los bolívares nos queman las manos. Eso es lo que incrementa la velocidad de circulación, un problema cualitativo resultado inevitable del exceso cuantitativo. Y una infeliz Navidad precede un Año Nuevo de miseria hiperinflacionaria.