Tenía claro que Sebastían Piñera ganaría la segunda vuelta de las elecciones presidenciales chilenas. Y me alegra mucho su victoria. Tengo amigos cercanos –chilenos y venezolanos– que en Chile y respiran hoy con alivio por el resultado. Y en verdad no anticipé una derrota de la izquierda tan devastadora como la que sufrió Guillier.
En una primera vuelta con poco más de 50 % de abstención, obtuvo Piñera 36,64 % de los votos. A su derecha José Antonio Kast logró 7,9 %. A centro izquierda la democracia cristiana 5,88 %. Y la extrema izquierda 20,27 % que con menos diferencia de la que aspiraba superó Guillier. Pero en segunda vuelta Piñera logró 3.795.000 votos. Un 54,57 %. Guillier , por su parte, obtuvo 3.160.000 votos es decir un 45,43 %. En 2009 Piñera superaba a Frei por menos de tres puntos. Ahora a Guillier por más de nueve puntos. Obtuvo más votos en su segunda elección que en la primera, mientras Bachelet perdió 250.000 votos entre 2005 y 2013.
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La mayoría de sus votantes rechazaron el estancamiento económico ocasionado por Bachelet. Confían en que Piñera reanimará la economía como entre 2009 y 2013. Guillier, un presentador de televisión reciclado en político disfrutó un apoyo descarado de una Bachelet en funciones. Molesta a la tradición republicana chilena la intervención de la mandataria y su gobierno en la campaña. Y poco agrega al candidato un gobierno impopular. Guillier adoptó parte del programa ultraizquierdista de Beatriz Sánchez en la segunda vuelta. No podía dar por suyos los votos de Sánchez como sí podía hacer, e hizo, Piñera con los de Kast. A la izquierda moderada se aproximó Piñera captando las bases democristianas. Terrible para una dirigencia democristiana que hizo campaña por Guillier. Pone en entredicho el futuro de ese partido cuando su bancada parlamentaria será la bisagra legislativa: Parlamento de 155 representantes. La coalición que respalda a Piñera tiene 72. Los 14 diputados demócratas cristianos definen la mayoría.
Sánchez, atemorizó a la mayoría de los chilenos que no la votaron. Aliada de un socialismo del siglo XXI identificado con la miseria de Venezuela y la deriva dictatorial de Maduro. Un proyecto continental derrotado primero en Centroamérica y Paraguay. Desalojado por su corrupción en Brasil. Derrotado en las urnas argentinas. Nunca logró establecerse en Perú. Fallido al sur de Europa cuando en España, Podemos no pudo. Tributario de una tiranía cubana que exhibe ante quienes no se empeñen en ver a otro lado, represión, atraso, pobreza, privilegio, desigualdad y corrupción. Con el éxito en la mesa de negociaciones de su narco guerrilla criminal FARC amenazando a Colombia más que cuando permanecían alzados en armas. Es un proyecto continental cuya entronización en su país atemorizaría a cualquiera que no sea un fanático socialista o un perfecto idiota útil.
En segunda vuelta los chavistas chilenos llevaron agua al molino de Piñera. Menosprecio torpe de los abstencionistas. Denuncias de fraude desmentidas por un Servicio Electoral en cuya imparcialidad confía la abrumadora mayoría de los votantes. Insultos a Kast cuando ejercía de interventor en una mesa electoral. Por muy socialdemócratas o socialistas en sentido amplio que sean gran parte de los chilenos que no están obnubilados por el socialismo revolucionario, no se puede olvidar que por motivos políticos o económicos un buen número de chilenos emigró a la Venezuela previa al chavismo. Se establecieron en una Venezuela que apenas empezaba a declinar desde una prosperidad que a mediados del siglo mostraba estadísticas de economía desarrollada. Conocieron la crisis del populismo socialista democrático. Y el estruendoso fracaso económico del chavismo. Ellos y sus hijos nacidos en Venezuela regresaron prudentemente a Chile. Y muchos venezolanos han emigrado ahí, huyendo de la miseria socialista. Atraídos por el éxito del modelo que pretendió borrar del mapa el segundo mandato de Bachelet.
Ante el fracaso del segundo gobierno de Bachelet. Y el conocimiento de la miseria que en Venezuela causaron las políticas que propone el chavismo chileno. Un Guillier que se posicionó a medio camino entre la continuidad de Bachalet y el programa del chavismo para Chile no podía ganar. Le falló el fantasma del Pinochet porque las únicas dictaduras que mantienen el poder en Hispanoamérica son de izquierda revolucionaria. Y lo único común para la falsa amalgama serían políticas económicas exitosas, que Pinochet aplicó muy a su pesar. La única comunidad chilena en que ganó Guillier fue la de los 20.000 expatriados. Los que viven en el capitalismo, soñando con el socialismo, se dan fácilmente el lujo de votar por la destrucción material y moral de su patria. Los que la vivirían en carne propia no tanto.
De Piñera se puede esperar un gobierno que se concentre en la eficiencia económica. Incrementos de ciertos gastos sociales. Quizás concrete la gratuidad condicionada de la educación superior. Pero no un proyecto político que haga frente a los desesperados esfuerzos continentales del socialismo del siglo XXI por retener el poder en Venezuela y Bolivia. Recuperarlo en Brasil. Tomarlo en México a corto plazo y a mediano en Colombia. Contra una abrumadora propaganda internacional que afirmaba lo contrario, Bachelet hizo un pésimo gobierno. Casi tan malo como el de Obama en los EE. UU. fue el principal motivo de la derrota de su candidato. Pero aparte de algunos tanques de pensamiento importantes –y sin considerar por ahora a Kast y su caudal electoral todavía modesto– la derecha chilena sigue tan reacia a luchar por el largo plazo y la cultura como siempre. Y ahí, la peor izquierda de Chile le terminará torciendo el brazo a pesar de perder en las urnas. No es tan claro, ni tan irreversible el giro a la derecha de un continente cuando se trata de una derecha que huye de una batalla cultural que la izquierda está ganando en la mayor parte de occidente.