Las democracias parlamentarias se pueden resumir en que los electores eligen al Parlamento. Los parlamentarios hacen y deshacen gobiernos. Y eventualmente los votantes cambian al parlamento.
Un cambio de gobierno –sin elecciones– logró con su moción de censura contra Rajoy, Pedro Sánchez en España. Todo era posible. Excepto elecciones anticipadas. Las encuestas muestran que desde el PP que deja de ser gobierno, al PSOE que pasa a serlo, junto a la alianza de separatismo catalán –y vasco– con ultraizquierda de Podemos, todos obtendrían hoy menos diputados de los que tienen.
Únicamente el moderado liberalismo social de Ciudadanos ganaría. Y no puede forzar elecciones anticipadas.
Lo de España fue un pacto fáustico de los que aprovechan al sistema para resistir la pérdida de su caudal electoral, con los que –además de aquello– intentan dinamitar el pacto constitucional. Unos para separar una región –a cualquier coste– y por empeño de menos del 50% del electorado regional.
Otros para hacer una revolución neo comunista manipulando desde su minoría una dudosa alianza “de izquierdas”. No le tembló la mano ni al PSOE de Sánchez, ni al PODEMOS de Iglesias, para hipotecar al nuevo gobierno al supremacismo que enseñó su verdadero rostro colocando a la cabeza de la autonomía catalana un supremacista racial confeso. El PNV –por ahora– pactó como con Rajoy.
La única oportunidad de Sánchez era formar gobierno sin elección. Y es oportunidad de resistir un cambio del electorado similar al que vimos en Francia. El PP sale del poder por una trama de corrupción de vieja data, finalmente sancionada en tribunales.
Lidera la moción de censura –y formara gobierno– un PSOE con más –y más graves– corruptelas pendientes. La corrupción es una excusa. Es interminable la asociada el PSOE. Escandalizan las tempranas y crecientes señales en Podemos. Es consubstancial al separatismo en Cataluña. Corrupción en el PP –ahora censurado– no difiere de la del PSOE que censura.
Al PSOE le esperaba una debacle en las siguientes elecciones. Según encuestas pelearían el tercer puesto con Podemos. Sin ésta oportunidad el PSOE lucía sentenciado en las urnas por mucho tiempo. Tampoco prometía mucho la próxima elección a Podemos. Ya no pudo por los votos en su mejor momento. Menos al PP que tuvo en Cataluña una señal abrumadora del que sus votantes se corren masivamente al nuevo centro –firmemente constitucionalista y antiseparatista– de Ciudadanos.
El ascenso de Rivera es parte de un fenómeno que no se limita a España. Vemos en España –y Francia– la reaparición –y ascenso a primera fuerza– del centro político. Posiblemente temporal. Pero inevitable por la pérdida de confianza en viejos partidos.
En España el desgaste recae en el PP y el PSOE. Pero contra esperanzas de marxistas de chalet de lujo –parte de la alianza criminal entre el totalitarismo del Foro de Sao Paulo y el no menos totalitario fundamentalismo musulmán iraní– Los votantes no se inclinan a la ultraizquierda mal disfrazada de socialdemócrata. Sino al centro.
Por votos Podemos no pudo ayer. Y podría menos hoy. Aspira entonces a ser parte de un gobierno de “frente popular” sin votos. Soñando imponerle una limitada versión de la vieja táctica del salchichón. Pero Sánchez difícilmente invitará al gobierno a su mayor competidor por un electorado decreciente.
En Europa occidental el centro político es reconocible como compleja y cambiante amalgama de políticas de izquierda y derecha. Centro hoy moderadamente conservador en ciertas políticas económicas que toma de la derecha, y neo socialista en políticas de género y cultura, que toma de la ultraizquierda neo-marxista –vía socialdemocracia debilitada– Mala amalgama.
Pero mal menor al que tiende un electorado que hoy no creé en España en izquierda o derecha. Ese centro es en encuestas primera fuerza porque se desmorona el partido tradicional de derecha. A su izquierda hay un partido no menos desprestigiado.Y un proyecto totalitario alucinante.
Sánchez saca del medio el debilitado gobierno de Rajoy intentando detener el ascenso de Rivera. Pero su ambición no es de poder, sino de “no poder” Su gobierno poco o nada podrá. Será el más débil, políticamente hipotecado e impopular de la contemporánea democracia española.
El PP –con o sin Rajoy– pierde las mieles de presupuesto. Y ya no sufre costo político de gobierno débil en momentos difíciles. Apuesta a recomponerse en oposición al previsiblemente desastroso gobierno de Sánchez, recuperando votantes perdidos ante Ciudadanos. Nada es imposible.
Pero eso está cerca de serlo. La alianza de la moción de censura que elevó a Sánchez al gobierno desapareció para aprobar presupuestos. Si a Iglesias no le dan entrada al gobierno para minarlo desde dentro. Lo minará desde fuera. Sánchez es rehén de un Podemos que no puede complacer.
Una independencia catalana que no puede otorgar. Y presupuestos que con dificultad puede incrementar. Pero también de la institucionalidad. Y de una opinión mayoritaria que difícilmente dejará de correrse al centro. El PSOE ha pactado, de una parte con quienes se proponen desmembrar el país que gobernará. De la otra con quienes se proponen dinamitar la constitución y encontrar la vía a la revolución. Y sí –aunque tantos españoles no lo crean– a la venezolanización de España.
Para España es malo. Cambia un gobierno débil ante el separatismo y un partido minado de corrupción, por un gobierno más débil ante el separatismo –hipotecado políticamente a la ultraizquierda– y de partido más minado por la corrupción que el desalojado. Para Hispanoamérica es peligroso.
Parte del PSOE –Rodríguez Zapatero– gustosamente lame botas del totalitarismo marxista, neo marxista e islamista junto a Podemos. El gobierno de Sánchez será rehén de ambos, en algún grado. No cambiará la política de la UE contra la dictadura en Venezuela. No puede. Pero en algo la debilitará para aplacar a su ultraizquierda.