Explicaba Friedrich Hayek que “Pese al colapso en el mundo occidental de los regímenes totalitarios, las ideas subyacentes continúan ganando terreno hasta el punto que, hoy en día, para transformar nuestro sistema jurídico en otro de carácter totalitario sólo se precisaría que las ideas hoy usuales en el ámbito teórico y abstracto fueran llevadas sistemáticamente a la práctica”.
Para avanzar al totalitarismo desde un gobierno democráticamente electo está a disposición un ilimitado –pero disperso– poder normativo, financiero y cultural del Estado. De alguna forma el socialismo moderado prevaleció como idea –y prevalece– desde la academia hasta la industria del entrenamiento –y en general en la cultura– de la abrumadora mayoría de los países más ricos. Y la casi totalidad de los más pobres.
Incluso alcanzando el gobierno mediante elecciones es difícil pero posible –en las circunstancias adecuadas y con la voluntad de ir al totalitarismo– concentrar y centralizar tal poder ilimitado para construir un socialismo totalitario. La debilidad cultural de una sociedad ampliamente desinformada y casi adoctrinada por el socialismo moderado lo hizo posible.
Observando que no han dado al traste con el poder totalitario del partido las concesiones chinas a la muy limitada empresa privada. En lugar de imitarlo piensan superarlo al sustituir la propiedad privada por la propiedad “social” sin transformar a todos en asalariados del Estado. Demasiado control directo y muy poco indirecto de la economía –piensan muchos revolucionarios de nuevo cuño– fue el mayor problema del finalmente fallido “experimento” soviético.
La solución creen fue parcialmente adelantada por los propios soviéticos. Más –aunque esta vez demasiado cercana a la propiedad privada– por los chinos ahora. Suponen que estará en otorgar muy reglamentados, limitados y vigilados “derechos” de uso –preferiblemente colectivos– como licencias rescindibles, para que las personas desarrollen actividades productivas. Pero según los planes “indirectos” que “el centro” ordene y mande.
Un empleado de una empresa Estatal cobrará su sueldo, con independencia del que la empresa cumpla o no los objetivos del Plan central. Un nuevo “agente productivo social” no tendrá sueldo de empleado, ni propiedad de empresario. Tendrá los riesgos del empresario, sin su libertad y propiedad. Tendrá las desventajas del empleado, sin la seguridad del sueldo. Será siervo del Estado.
Puede empezar con apariencia de apertura. Permitirse cierta temporal y limitada prosperidad de algunos. Pero en la medida que el círculo se complete lo que los soviéticos lograron con la desastrosa colectivización agrícola se extendería a toda la economía. Un miembro de una cooperativa, trabajando tierras que no le pertenecerán jamás, dependiendo del Estado comunista para que le venda insumos –al precio arbitrariamente fijado por el gobierno– y compre su producción –al precio no menos arbitrariamente fijado por el mismo gobierno– sin contar con garantía alguna de ingreso. Tendrá lo que le dejen tras colectar de su producto lo que se les antoje. O nada.
Es obvio que semejante infierno no se puede “vender” como ideal sino a fanáticos resentidos. O a sociópatas. Se especializan en ocultar destino y disfrazar ruta. Y para eso deben crear infinitas capas sobre capas de mentiras. El socialismo tomará cada problema real imaginable, lo exacerbará hasta lo inimaginable, presentará una solución falsa que empeorará el problema real –pero le permitirá un avance hacia el futuro totalitarismo– Y ocultará el fracaso con desinformación. De ser gobierno, culpará al enemigo externo –y a los “enemigos del pueblo” internos– de los desastres que sus propias acciones inevitablemente causaran.
No hay excesos aislados. Todos son parte del plan y perfectamente conocidos por los máximos líderes. Claro que siempre hay cosas fuera de control. Pero todo lo disfrazaran con desinformación, agitación y propaganda.
La gran lucha de la propaganda socialista es contra un enemigo imaginario, un mito en el que encajan a fuerza la caricatura ridícula de sus enemigos reales– y no puede cesar. Sin ese enemigo omnipresente la revolución debería explicar sus fracasos. El enemigo externo no es manipulable como el “enemigo” interno. Pero es más mitificable por ser menos visible. La dictadura más larga de la historia del continente, se mantiene en el poder en La Habana sosteniendo su propaganda –y justificando sus inocultables fracasos– en el enemigo externo.
Mentira y desinformación son consubstanciales al socialismo. Únicamente así puede alcanzar y mantener el poder. La envidia es su única motivación. Miseria y la esclavitud sus inevitables resultados. Sea marxista de viejo cuño. O neo marxismo de milagrosa multiplicación de los “sujetos revolucionarios” tras la desaparición material del proletariado. O pretenda no ser marxista. Todo socialismo que realmente sea socialismo, en cualquiera de sus versiones, sólo produce miseria material y moral. Y es la destrucción moral la que antecede y ocasiona la económica.
El punto débil del socialismo paradójicamente es que de la desinformación dependa su influencia. Todo el aparato socialista, en el poder o fuera de él, concertada o tácitamente, y por encima de cualquier rivalidad entre proyectos socialistas enfrentados, concentrará gran parte de sus esfuerzos en desinformar. Necesitan ocultar, negar y minimizar sus repetidos crímenes. Necesitan ocultar, negar o infamar a millones de víctimas inocentes. Necesitan ocultar y disfrazar sus orígenes.
Necesitan ocultar lo que son. Y lo necesitan porque no hay socialismo bueno. Todos transforman a ciudadanos en siervos adoctrinados en su propia servidumbre. Tienen demasiado que ocultar. Dependen de demasiadas mentiras. La verdad les resulta intolerable. Necesitan mentirle a todo el mundo todo el tiempo. Necesitan criminalizar la verdad para siempre. Para combatirlos se requiere un esfuerzo mucho más simple. Más natural. Aferrarse a la verdad y no transigir con la desinformación y la mentira. Ni más, ni menos.