Quienes resisten al totalitarismo socialista sin importar las consecuencias rara vez sobreviven. Caen entre victimas olvidadas. Los pocos que sí sobreviven –con las cicatrices físicas y morales de la tortura– en su excepcionalidad nos demuestran –queramos o no admitirlo– el abismo infernal de un totalitarismo que presume de redentor. La mayoría se somete a la humillación a que se reduce la miserable supervivencia diaria bajo el socialismo. Y se van quebrando. Dejando en su lugar tristes sombras de sí mismos.
Trasformados en espejos rotos, destrozados moral y emocionalmente, infantilizados y dependientes. Se reducen en la miseria del socialismo a sombras sin conciencia. A seres sin futuro. Agradeciendo las limosnas que les arroja quien les sojuzga. Es el objetivo de cada humillación, que finalmente las esperen y agradezcan. Destruida la propiedad privada como derecho, desaparece toda posibilidad material autónoma dentro de la legalidad. Es fácil que personas despojadas de autonomía acepten limosnas como derechos. Y por algunas migajas más, defiendan su propia humillación, reprimiendo brutalmente a quien no la comparta activamente.
El ser humano intenta justificarse ante sí mismo en sus derrotas. Y odia más a quien no comparte su humillación que a quien se la infringe. Explica Helmut Schoeck que “la sociología del poder y del dominio debería tener en cuenta el factor de la envidia cuando se observa que algunos de los que se someten al poder desean que otros –que todavía han logrado substraerse a este influjo– se sometan también, para ser todos iguales. Fenómenos como el Estado totalitario, la moderna dictadura, sólo se entienden a medias en la sociología si se pasan por alto las relaciones sociales entre los ya igualados y los todavía inconformistas.”
Vivo en país socialista. Conozco su gris y triste miseria. Sé que la supervivencia bajo el socialismo pasa por sufrir una u otra humillación inmerecida. Y no le exijo a quien tenga menos recursos que yo mismo para librarse, en parte al menos, que se inmole. Me reiría de quien teniendo más que yo con que resistir me exigiera que sin aquello hiciera lo mismo. Desprecio a quienes teniendo como resistir se someten voluntariamente esperando medrar, mucho o poco. Y siento conmiseración por quien para justificarse ante sí mismo afirma que su humillación es una bendición.
Desprecio a quienes tratan de hacer pasar la humillación por rebeldía. Afirmando que someterse es revelarse elevan la neo lengua del poder a nuevas alturas. Por eso empecé aclarando que quien tenga recursos para no someterse a una u otra de las infinitas humillaciones del totalitarismo –sea temporal o permanentemente– tiene una bendición gloriosa. Y no puede exigir lo mismo de quien no los tenga.
El sistema fue diseñado para humillar y someter a todos y cada uno, de una u otra forma. Su objetivo es infringir las humillaciones necesarias para quebrantar a toda una sociedad. La idea del socialismo es romperte las piernas y prohibir el comercio de muletas para obligarte a mendigarlas al Estado que las entregara con retraso –y de la peor calidad– pero “gratis”. En el proceso deben lograr que olvides que te rompieron las piernas. Y defiendas al poder que te quiebra por otorgarte “derecho a muletas”.
Si no logran eso último su tarea no está completa. Siempre hay una peligrosa diferencia entre quien sabe que se vio obligado a someterse a la humillación para sobrevivir y soporta con la dignidad que le resta la inevitable vergüenza. Y quien defiende su propia humillación como “derecho de todos” engañándose a sí mismo mejor que a los demás. Quien se descubre cuando odia y ataca a quien no se vea obligado a someterse. Cuando ansía ver a todos sufriendo la misma desgracia que él mismo.
Reducido a servidumbre, la felicidad no será lamer la bota que te pise. Ni odiar a quien sea libre de ella. Será no olvidar quien es tu enemigo y quién no. La vergüenza no destruye la conciencia al sufrirla por lo que es. Así no rompe el alma aunque dañe el cuerpo. La verdad –incluso interiormente– es la única dignidad que te restará cuando cualquier otra te sea arrebatada.
Entiendo a quien se ve reducido a la impotencia. El totalitarismo requiere de la humillación como método de sumisión. Y quien no se ve obligado a claudicar en lo más, se verá obligado en lo menos. Agradezco como la mayor bendición todo lo que me permita conservar alguna autonomía. Me alegro cuando veo a quien tiene más para resistir lográndolo.
La mayor trampa del socialismo es el autoengaño que transforma la servidumbre forzosa en voluntaria. Eso hace una sombra sin dignidad de cada infeliz al que para dejarle únicamente su miseria le han arrancado hasta el odio a sus verdugos.
Seamos francos. El socialismo no puede llegar a sus objetivos finales sin imponerlos mediante el totalitarismo. Y en la medida que se aproxime impedirá a sus siervos la posibilidad misma del esfuerzo propio que les permitiría no depender en algo del poder gobernante. Cuando y donde llegan a tener los medios para realmente impedirlo a todos y cada uno, los héroes mueren en la oscuridad, el sufrimiento y el olvido.
Y su sacrificio rara vez será recordado. Mientras las personas comunes se someten y dividen entre los que niegan su vergüenza –agradeciendo la oportunidad de lamer la bota que los pisa– y los que aceptan su servidumbre forzada sin hacerla voluntaria. Y libres siguen siendo interiormente, mientras soportan su vergüenza como la humillación que es. Sin autoengaños que les harían cómplices de sus verdugos.